¿Debería Escocia ser un país independiente? Ésa es la pregunta que 4,2 millones de escoceses responderán en menos de una semana. Una decisión sobre continuidad o cambio, que mantiene al Reino Unido en vilo y a los políticos británicos desplegando esfuerzos contra reloj.
La independencia o el statu quo es tema de debate obligado en Edimburgo, ciudad que da cuenta de la disputa entre las opciones en juego. La bandera escocesa, hoy el principal símbolo nacionalista, no sólo flamea en los edificios públicos de la “Royal Mile” -el centro histórico de la capital escocesa- sino también en pubs y locales comerciales de toda la ciudad.
Pequeños afiches con la frase “Yes Scotland”, que identifica a la campaña independentista, se multiplican en cientos de ventanas de casas y departamentos. Los más osados han escrito “Hell Yes!”. Asimismo, muchos oficinistas utilizan una camiseta con los colores de la bandera escocesa y un “Sí” en el pecho para el habitual trote tras la jornada laboral.
La presencia del “No” es claramente minoritaria en Edimburgo, pero asoma su cara a lo largo de las carreteras en las afueras de la ciudad. El eslogan de campaña “better together” matiza sutilmente las verdes colinas y praderas de Escocia y un amable “No thanks”, aparece también como respuesta a la opción independentista.
Better Together ha conseguido el apoyo de figuras como Sir Paul McCartney, Sir Mick Jagger, Stephen Hawking y Sir Bobby Charlton. Al mismo tiempo, más de un millón y medio de cartas fueron enviadas la última semana a los hogares escoceses promoviendo el voto de unidad.
En Londres, el asunto concita la atención de la opinión pública. La prensa británica dedica gran cantidad de páginas al tema del momento, luego que varias encuestas mostraran una competencia abierta, pero sobre todo un cambio en intención de voto.
Según los datos de la firma TNS, el referéndum está empatado en un 50%. En tanto, las últimas cifras de la encuestadora YouGov para el periódico The Sunday Times mostraron que un 51% de los ciudadanos votarán a favor de la independencia de Escocia, mientras que un 49% se inclina por permanecer en Reino Unido. A comienzos de agosto, el mismo sondeo mostraba una tendencia completamente opuesta: 61% para el No y un 39% para el Sí.
Estas cifras encendieron las alarmas en Westminster, el corazón del poder político en Inglaterra y además hicieron surgir críticas sobre de la conducción política de Better Together, liderada por el laborista Alistair Darling, el hombre de las finanzas durante el gobierno de Gordon Brown.
Darling ha centrado sus argumentos en los factores económicos y el “caos” que sufrirá Escocia de abandonar el Reino Unido. En paralelo, más de 120 hombres de negocios, de sectores tan diversos como la pesca y el whisky, la tecnología y las finanzas, firmaron una carta asegurando que una Escocia independiente impactaría en el índice de desempleo.
La postura catastrófica de la campaña no ha sido bien evaluada al interior del movimiento Pro Unión (alianza entre conservadores, laboristas y liberales demócratas). De hecho, muchos de ellos miran con temor cómo se repite un escenario similar al que hace tres años entregó el control de Holyrood -como también se conoce al Parlamento escocés- al Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés), liderado por Alex Salmond, actual ministro Principal de Escocia.
LA OFERTA DE LOS PODERES
Salmond fue el artífice del exitoso referéndum que en 1997 solicitó a Westminster la devolución de la institución legislativa para Escocia; en otras palabras, la creación de un Parlamento propio, cuestión que se materializó en 1998 con la llamada Ley de Escocia, la más grande reforma política en Reino Unido durante la administración de Gordon Brown. Diez años después, el líder del SNP llegó a la cabeza del gobierno escocés, pero con minoría en el Parlamento.
Al término de su primer mandato, Salmond decidió repostular al cargo. Las encuestas mostraban al laborismo con una amplia ventaja por sobre el SNP. Sin embargo, pocas semanas antes de la elección, la tendencia dio un giro radical y finalmente los nacionalistas escoceses lograron la mayoría en el Parlamento y la reelección de Salmond en 2011. Fue precisamente el control del Parlamento el primer paso para proponer el referéndum que hoy está ad portas de llevarse a cabo.
Ante el desfavorable panorama de las encuestas, Gordon Brown decidió esta semana proponer la discusión de una nueva “devolución de poderes” a Escocia, aun cuando el No gane el referéndum. La propuesta de Brown tuvo reacción inmediata: el ministro de Hacienda, George Osborne, señaló la disposición del gobierno para negociar la idea y, un día después, en Edimburgo, representantes del movimiento Pro Unión difundieron un cronograma para concretar el plan.
La ofensiva gubernamental sumó el miércoles al primer ministro, David Cameron, al vice primer ministro, Nick Clegg, y al líder de los laboristas, Ed Miliband. Los tres viajaron a Edimburgo a participar de la campaña. Cameron, quien regresa a la capital escocesa nuevamente este lunes, señaló que una eventual separación de la familia británica “rompería su corazón”.
El efecto de la maniobra política en los votantes está por verse en los próximos días. De persuadir a los escoceses, su permanencia en Reino Unido traerá consigo un nuevo debate sobre la extensión de facultades del Parlamento escocés, pero lo más importante para Westminster será el resguardo de la histórica tradición británica.
Por el contrario, una Escocia independiente iniciará un interesante proceso de integración con el resto de Europa y, en paralelo, el tránsito hacia la toma de decisiones internas de manera autónoma, que tal como anunció Yes Scotland, incluirá mecanismos de participación ciudadana.
Dependencia e independencia están en juego el próximo 18 de septiembre. La unidad del Reino Unido depende de Escocia, y la independencia de Escocia está en manos de sus habitantes.