Hace cinco meses, los cálculos políticos estadounidenses se remecían de pies a cabeza. Desde New Hampshire, un pequeño estado al norte de país, llegaban dos resultados que desafiaban la lógica de todos los expertos electorales: un magnate famoso por sus excéntricas apariciones, Donald Trump, salía victorioso entre más de una decena de aspirantes en las primarias republicanas. Y el hasta entonces casi desconocido senador Bernie Sanders derrotaba a la teóricamente invencible Hillary Clinton por más de 20 puntos en el lado de los demócratas.
Desde ahí, las dos historias tuvieron desarrollos distintos. Contra todo pronóstico, Trump logró construir su campaña en base a los primeros triunfos y terminar ganando la nominación, al punto que mañana, cuando se desarrolle la primaria más grande del país en California, él no tendrá nada en juego. Y Sanders se convirtió en una figura mundial y un baluarte de la nueva izquierda, reuniéndose con el Papa y siendo incluso elogiado por Nicolás Maduro, el presidente venezolano cuya animadversión a Estados Unidos no es un secreto para nadie. Pero, sin embargo, Sanders llega a California a comprobar una realidad: pese a su extraordinario desempeño, Hillary ganará más votos y más delegados. Y, en la práctica, será desde mañana la candidata de los demócratas a la Casa Blanca.
Lo más llamativo de la jornada, eso sí, estará en el lado del senador, quien finalmente se deberá enfrentar a la realidad de haberse quedado corto en los votos. Es algo que ni él ni su influyente jefe de campaña, Jeff Weaver, han querido asumir durante los últimos tres meses, pese a que ha sido evidente desde marzo. Amparados justamente en el precedente de Hillary el 2008, cuando compitió hasta el final con Barack Obama, han defendido su derecho a competir y han hecho de California su premio dorado. El argumento actual de Sanders es que una victoria en el mayor estado del país, sumado a que las encuestas lo muestran en mejor posición que Hillary contra Trump, serían argumentos a tomar en cuenta por los delegados demócratas cuando éstos se reúnan en julio a elegir a su candidato.
Este argumento es el que también repiten las legiones de seguidores de Sanders en las redes sociales, junto con denuncias de que el proceso de elección es antidemocrático y que está “arreglado” a favor de Hillary, algo que la campaña del senador no se ha esforzado en desmentir ni corregir. Más aún, Sanders ha apostado todo a California, dejando de lado otros cinco estados –entre ellos New Jersey y New México- que también votarán mañana y donde se espera que Clinton gane con holgura, aumentando su ventaja de delegados. De qué ocurriría si eventualmente Hillary gana en California, no ha habido palabras. Y las encuestas los muestran cabeza a cabeza.
Pero independiente de eso, Sanders tendrá su hora de la verdad mañana entre las 8 y las 11 de la noche de Chile. Ya es prácticamente un hecho que, en ese lapso, al menos algunas de las principales cadenas estadounidenses harán el gesto simbólico de proyectar a Hillary Clinton como la ganadora de todo el proceso de primarias y la virtual candidata demócrata. Lo que ocurra con el senador después de eso es aún una incógnita. En sus últimas intervenciones públicas, más que apaciguar los ánimos, ha doblado la apuesta, señalando que técnicamente Hillary no tendrá la mayoría hasta julio porque los “superdelegados” demócratas –autoridades del partido que componen casi el 15% del padrón que elige al candidato en la convención- pueden cambiar su voto hasta último minuto.
Sin embargo, la verdad es que más del 90% de los casi 500 superdelegados que han anunciado su voto hasta ahora apoyan a Hillary, y lo que Sanders plantea iría contra el planteamiento de varias de las principales organizaciones que lo respaldan: que los demócratas elijan a quien sacó menos votos, revirtiendo la decisión de los votantes.
El senador tampoco ha sido claro en cómo respaldará a Hillary. La semana pasada, incluso no quiso desmentir tajantemente la posibilidad de aceptar una nominación presidencial de algún otro partido, como el Verde. El tema preocupa entre los demócratas porque Sanders ha sido independiente la mayor parte de sus 74 años: sólo se inscribió en el partido para competir en la elección, pero no tiene mayor fidelidad ni redes. Y aún cuando en la política estadounidense una movida así es casi imposible por lo mal vista que sería, los jóvenes seguidores de Sanders, que han hecho del “Bernie o nada” su lema, esperan ansiosos que su líder les indique los siguientes pasos.
Cuando Bernie Sanders suba mañana al podio para dar el que será probablemente su último discurso de campaña, lo hará culminando una contienda donde sorprendió a propios y extraños disputando palmo a palmo con una de las políticas más famosas del mundo. Lo hará con el orgullo de haber obligado a Hillary a asumir posiciones de izquierda que ella antes rehuía, y de haber movilizado a millones de nuevos electores, en especial jóvenes. Pero de sus palabras sobre el día después de mañana, tal vez su última gran acción en política, dependerá buena parte de su legado. Y de la forma en que le explique a sus seguidores lo que hasta ahora nadie les ha querido admitir: que, pese a todos los esfuerzos, Hillary obtuvo más votos en un proceso limpio. Y que deben unirse detrás de ella para evitar el desastre que sería una presidencia de Donald Trump.