Por Andrew Chernin Agosto 29, 2009

Esto ocurrió durante febrero.

-Cuidado con los huesitos. No vayas a tocar los huesitos.

Jorge Arancibia, el senador, el ex almirante, estaba de vacaciones. Llevaba puesta una guayabera roja, pantalones blancos y un gorro de mimbre que cubría su cara roja de sol. Prestando un poco de atención, uno podía darse cuenta de que mientras Arancibia caminaba por las rocosas costas de La Pérouse, en Isla de Pascua, junto a su mujer Mónica Salomón, había algo que lo jodía. Algo que lamentaba mientras miraba esa playa desierta. Ahí podrían haber construido el muelle, tal como se propuso en 2001. Habría sido perfecto. Pero claro, estaba ese detalle que Arancibia repetía.

-Los huesitos. No vayas a tocar los huesitos.

Si él estaba ahí, frente a los centros ceremoniales sagrados que en la isla llaman ahus, no era por casualidad. Durante sus vacaciones en la isla, Arancibia se había reunido con la alcaldesa Luz Zasso para hablar el tema. Ella quería que él visitara Papa Haoa, Hanga Piko y Vinapu, las tres locaciones donde se discutía construir el muelle que le daría a la isla algo que los políticos llamaban conectividad, pero que los rapanui entendían como no tener que pagar el doble por cada producto traído del continente. Porque en la isla no hay puertos, no hay muelles y no hay marinas. Solamente un atracadero desde donde salen lanchas a buscar toda la mercadería que no se produce en Rapa Nui, que no es poca, y que espera arriba de un barco en alta mar. Luz sabía que se trataba de un senador en vacaciones. Por eso le pidió que hiciera el recorrido.

Días más tarde, sentada en su sillón de alcaldesa novata, Zasso recordaría lo que era crecer en una isla aislada, ir a un colegio que sólo llegaba  hasta la educación básica y no poder ver televisión. Recordaría también la primera vez en que escuchó la promesa de un muelle. Recordaría tener 13, sólo acceder a noticias envasadas durante los miércoles y escuchar sobre la construcción de una suerte de plataforma que, como le decía su padre Ambrosio "sería un aporte para la comunidad".

El problema es que era 1985. El proyecto se había aprobado un año antes y ya se había cumplido con el trámite de poner la primera piedra en el sector de Papa Haoa. Ninguno de los que asistieron a esa ceremonia se imaginaría que, meses después, todo se iría al carajo cuando en marzo un terremoto sacudía y partía al continente. Ocho grados en la escala de Richter, con epicentro en Algarrobo, fueron suficiente para congelarlo todo: el muelle, las promesas y la conectividad. La emergencia obligaba a poner la plata donde fuera más urgente. Y Rapa Nui ya estaba acostumbrada a ver los barcos de lejos.

-A nosotros -dice Luz- nos mata el flete. Nos mata el flete marítimo, el flete aéreo. Hoy, cuesta $90.000 el metro cúbico para llevar algo en el barco. Pero llegó a costar $160.000.

Puede ser que, como dicen los políticos, todo sea un problema de conectividad. De acercar la isla a Chile. Pero cuando una promesa lleva inconclusa 24 años, es posible que haya algo más. Algo que vaya más allá de los estudios y la prefactibilidad, Más allá de las buenas intenciones.

Tres alternativas

Daniel Ulloa es el director de Obras Portuarias. Una tarde en su oficina, a principios de este año, contaría que el último intento por el muelle en la isla habría nacido a fines de la presidencia de Ricardo Lagos, el 2006, como una iniciativa del comité interministerial de zonas extremas. Diría que fue un proyecto que se realizó con el Consejo de Desarrollo de Isla de Pascua y que se contrató una consultora para entregar un estudio de prefactibilidad y ver "el lugar de emplazamiento de la infraestructura, y socializar y validar a nivel de usuario, del habitante de Isla de Pascua, el alcance del proyecto".

Daniel Ulloa explicaría todo eso para dejar en claro por qué la Dirección de Obras Portuarias (DOP) consideraba que Papa Haoa era el mejor. Y por qué ahí se podía completar un muelle a base de pilotes transparentes, que permitiría al atraque de naves de hasta 70 metros por una inversión de $13 mil millones. Diría que la isla es una tierra difícil porque en un triángulo como ése los vientos pegan siempre. Pero donde se podía hacer la mejor obra y al mejor precio era en Papa Haoa. No en Vinapu, donde "no entrarían barcos de más de siete metros", ni en Hanga Piko, donde "habría que invertir cinco o seis veces más".  

Al interior de Rapa Nui, no pensaban igual. Porque si bien todos los análisis técnicos decían que Papa Haoa era el lugar idóneo, hay cosas que los informes no muestran. Una de ellas, es la preocupación por el borde costero de la isla. Porque allá lo quieren limpio. Quieren, como dice Luz en su oficina, "que la foto que ahí puedes sacar hoy, también puedan sacarla tus hijos". Por eso, la municipalidad  y los habitantes en general no descartaban otras opciones.

Los problemas con Papa Haoa, en todo caso, no sólo venían de la municipalidad y una gran mayoría de los rapanui que no querían ver intervenido  y contaminado su borde costero. También había aprensiones de otros. Como los  dueños del Hotel Hanga Roa -la familia Schiess-, que son los únicos continentales propietarios de tierras en Rapa Nui.

La otra pelea de Rapa Nui

Jeannette, la esposa de Christoph Schiess y directora de la Sociedad Hotelera Interamericana, dice que la remodelación de su hotel involucra una construcción de 75 habitaciones, como parte de un desarrollo boutique de su sociedad hotelera. Explica también cómo fue que lograron ser dueños de esos terrenos. Todo comenzó en 1970, cuando el fisco chileno donó a Corfo los 10.624 m2 donde hoy se monta el Hanga Roa. En diciembre de ese año, Corfo inauguró el hotel, operado a través de su filial Honsa. Nueve años más tarde, ésta se disuelve, y en 1981 Corfo vendió el hotel a privados. Los Schiess entraron a la propiedad con la familia Meiss, de Panamericana Hoteles, a fines de los 90 y aumentaron su participación al 100% hace cuatro años. La apertura estaría para abril de 2010. Y aquí es donde todo comienza a complicarse.

En la idea de un muelle para Isla de Pascua -que se discute hace 24 años- todos tienen posiciones distintas: el MOP, los rapanui y la familia Schiess, que son los únicos continentales dueños de tierras en la isla.

Cuando los Schiess llegaron por primera vez a la isla, se enamoraron de ese triángulo que no tiene más superficie utilizable que Providencia y supieron que penaba un muelle. Incluso, quisieron mejorar el atracadero de lanchas que había en Hanga Piko. Tuvieron una idea que, como Jeannette dice, involucraba "un modelo de financiamiento vía concesiones y derechos pesqueros. Pero fue un conjunto de factores los que impidieron seguir más adelante con esta idea. Fue así que descubrimos la fragilidad y complejidad de la isla". 

Hace un par de años, se enteraron de que la idea del muelle había vuelto. Sólo que ahora, tal como lo sostenía la DOP, la obra volvería a Papa Haoa, que fue donde se había pensado cuando todo comenzó, en 1985. Y eso, claro, no era algo que a los Schiess les gustara. Porque era instalar el muelle justo bajo las narices de su exclusivo hotel.

Una isla frágil

La piedra de tope era ésa. Un proyecto de este tipo, como contaría Daniel Ulloa en Santiago, puede tardar siete años en promedio. Pero si, como en este caso, eran los habitantes de Rapa Nui los que tendrían que votar por el lugar en una suerte de plebiscito que nunca pudo organizarse, el plazo podría extenderse mucho más. Quizás para siempre.

Aunque los tres lugares seguían ahí. Además de Papa Haoa, estaba Vinapu y su acantilado desierto, donde se ubicaba el terminal de ENAP. Un lugar que gustaba en la municipalidad, en la calle y también al senador Arancibia. La razón siempre era la misma. Era un punto escondido y lejos de Hanga Roa. Un muelle ahí no dañaría el borde costero.

También estaba Hanga Piko, que es donde descansan las lanchas que pasan a buscar las cargas de mercancías a los barcos, cuando el tiempo lo permite. Arancibia diría que el lugar no era malo. Y en la isla gustaba, porque se trataba de un sitio que ya estaba intervenido. Aunque claro, había un problema: el suelo era demasiado bajo y, así como estaba, ninguna nave grande podría atracar.

Todo este debate se daba mientras en la isla se discutían otros temas. Que eran distintos, pero que tenían un origen en común. La fragilidad de Pascua, como explicaría Luz Zasso, se centra en su dificultad para tratar toda la basura que ahí se produce y eso complica a su medioambiente. Problemas que, dice Luz, tienen que ver con lo difícil que se hace para la isla controlar a una población de 4.000 habitantes, a la que siguen sumándose chilenos y extranjeros que deciden quedarse. Inmigrantes, como los obreros que llegarían a construir hoteles y muelles, y que Pascua no podría aguantar. Motivo que, varios meses más tarde, llevaría a algunos locales a tomarse el aeropuerto Mataveri, para exigir más control en el ingreso de foráneos a la isla.

La idea de un muelle en Rapa Nui no era mucho más simple. Y todo quedó ahí. Este año, el debate no ha avanzado mucho. Isla de Pascua sólo aparecería en la prensa gracias a una visita de Colo Colo y de la mediática toma del aeropuerto. Hasta que esta semana, primero el ministro Sergio Bitar en la prensa y después Daniel Ulloa por correo, reconocerían que la idea del muelle se dejaría en espera. "Se decidió hacer una mejora de la infraestructura en el sector de Hanga Piko, donde se perfeccionarán las condiciones actuales a través de una pavimentación de la explanada y camino de acceso a la caleta", explica el director de la DOP.

Rapa Nui se quedaba, otra vez, sin la construcción de ese gran muelle que habían prometido hace más de dos décadas. Pascua seguiría ahí, mirando a los barcos a la distancia, esperando a que se realicen "procesos de consultas ciudadanas" en un ambiente que ahora, después de lo de Mataveri, se respira especialmente extraño en una isla que ya no quiere nuevos vecinos. Incluso si son obreros especializados que vienen a construir el muelle.

Aunque antes que eso, volvamos al recorrido de Jorge Arancibia en febrero. Cuando después de haber visitado Papa Haoa, Hanga Piko y Vinapu, a pedido de la alcaldesa, decidió manejar hasta La Pérouse -que es donde el gobierno había pensado hacer el muelle hace ocho años-, pero tuvo que detenerse porque ahí había varios ahus. Y eso, mientras atardecía, era lo que el senador miraba con cierto lamento. Sin entender la ironía de por qué en ese lugar, donde los costos eran posibles, había buen viento y la ciudad no estaba cerca, estaba prohibido construir. En su cabeza sólo retumbaba una vez más el consejo que le habían dado hasta el cansancio: "Cuidado con los huesitos. No vayas a tocar los huesitos".

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