Por quepasa_admin Septiembre 26, 2009

La finalidad del modelo -es bueno repetirlo- no es hacer a la gente más virtuosa. Sus objetivos son mucho más modestos y a lo único que apuntan es a lograr que los recursos que son escasos en la economía puedan ser utilizados con eficiencia y para beneficio tanto de los individuos como de la comunidad. Aunque como rayado de cancha el modelo es bastante neutro, pudiendo reflejar por lo mismo tanto el egoísmo como la generosidad de las personas, el modelo sí opera sobre la base de algunos supuestos éticos elementales; por ejemplo, que los derechos sean legítimos, que las personas decidan con libertad a partir de sus convicciones y conveniencias, que el sistema de precios sea capaz de transparentar sin grandes distorsiones el valor que la comunidad asigna a los distintos bienes y servicios.

El resto de los contenidos éticos no son responsabilidad del modelo, sino de las personas y de las sociedades en que les corresponda moverse. Y es en este plano ciertamente donde los chilenos estamos más bien en deuda. Hemos puesto poco esfuerzo e imaginación en este frente. Ni los intelectuales ni los medios de comunicación, ni las iglesias ni los partidos políticos, ni el sistema educacional ni los gremios han hecho muy bien su trabajo a este respecto. Hemos demostrado ser una sociedad bastante débil y voluble frente a los dictados de la economía de la oferta, al punto que nuestros estilos de vida se formatean ahí. Ahí se decide quién está "in" y quién no. Quién puede entrar y quién debe quedarse afuera. El marketing y la publicidad ya no sólo nos dicen cómo tenemos que vestirnos, qué tenemos que comer, dónde tenemos que vivir y de qué modo deberíamos divertirnos, sino también cómo hemos de ser, lo cual es una intromisión descarada en ámbitos que pertenecen a la conciencia, a los principios y a las opciones que tenga cada cual. Con frecuencia, cualquier rechazo a los dictados del consumo, cualquier disonancia con los usos de la tribu, es castigada con el vacío, con la exclusión y con formas de discriminación que en el caso de los adolescentes pueden llegar a ser especialmente crueles y dolorosas. Sectores importantes de la población están siendo presionados por una suerte de bullying vital, la más artera y canallesca de las formas de opresión.

Obviamente que esto no está bien. Hubo una época en que las cosas eran distintas, cuando sabíamos que "less is more", cuando entendíamos que eran preferibles los valores de la sencillez y la austeridad a las manifestaciones de la opulencia antiestética y jactanciosa.

¿Pensábamos así sólo porque éramos un país pobre? ¿Éramos como esas señoras virtuosas que lo son básicamente porque -a esa edad y con ese cuerpo- ya no pueden dejar de serlo? Me gustaría creer que no, pero es revelador que ahora que estamos bastante más ricos la consigna pareciera ser la inversa: "more is more". A acumular se ha dicho. La experiencia de tener más de lo que necesitamos, más de lo que jamás pensamos que llegaríamos a tener y más incluso de lo que somos capaces de disfrutar, hace rato que dejó de ser privativa de nuestros magnates y se está traspasando a sectores más o menos amplios de la clase media. Pero el problema es que se está traspasando con mucha compulsión, deuda y desencanto. Claro, porque este consumismo desbocado no es una panacea. No lleva a la felicidad. Tampoco genera satisfacciones perdurables. Al contrario, nos llena de ansiedad. Con sólo pensar en la deuda que está colgada en los clósets de muchos hogares, no podemos menos que convenir que no hay punto de comparación entre la corrosiva y prolongada angustia de la deuda y los fugaces y vanos destellos de la compra.

"Hubo una época en que las cosas eran distintas, cuando sabíamos que "less is more", cuando entendíamos que eran preferibles los valores de la sencillez y la austeridad a las manifestaciones de la opulencia antiestética y jactanciosa".

¿En qué momento le vamos a decir no a la tiranía de la oferta? ¿Cuando estemos más sobregirados, más sobreexigidos y más disociados? ¿Por qué no ahora, de una vez por todas?

Los estudios más recientes sobre la felicidad coinciden en que experiencias relativamente sencillas y baratas -el deporte, la lectura, la naturaleza, las artes, los paseos, las amistades, la alegría, las redes emocionales- proporcionan satisfacciones mil veces más perdurables que los bienes materiales. También dicen que funcionan con eficiencia mucho mayor como estímulos para la producción de endorfinas en el organismo, esas pequeñas proteínas producidas a nivel cerebral que tienen propiedades analgésicas y sedantes y que permiten aumentar la sensación de bienestar de las personas.

 

Esos estudios dejan en claro también otra cosa: que la felicidad, tanto o más que del logro de metas de vida largamente soñadas, depende de la resiliencia, de la capacidad que tengamos para enfrentar la adversidad y manejar las frustraciones y fracasos. Este atributo es fundamental para no quedar demasiado expuestos a variables que no podemos controlar. Es fácil ser feliz cuando tenemos un buen trabajo, nos pagan mucha plata, tenemos hijos perfectos, nos desplazamos en un auto fabuloso y estamos proyectando ir en las próximas vacaciones al Adriático. La gracia está en mantener la cara despejada, el optimismo y el alma tranquila, a pesar de la rudeza de los golpes que da la vida, a pesar de las contrariedades, de las pequeñeces y miserias de la cotidianeidad, y a pesar de las desproporciones entre la enorme cantidad de esfuerzo que les hemos puesto a muchos proyectos o tareas y lo poco que hemos podido sacar de ahí.

A lo que voy es que se puede vivir con menos. Necesitamos a lo mejor mayor riqueza, pero sobre todo de aquella que se mide en términos de originalidad, de tolerancia, de autenticidad, de innovación, de diversidad, de sencillez. Éste es el tipo de riqueza que no ocupa mayor espacio, que no pasa de moda, que no se mancha ni se oxida. Es la que nos hace más livianos. No es una mala decisión -en este sentido- andar ligeros de equipaje.

Es el momento de la revancha de la demanda y de ir delineando el país en que queremos vivir.

Es un bonito desafío para las personas, las familias y la sociedad chilena toda. Debiéramos darnos el tiempo para identificar nuestros sentimientos y anhelos más profundos, de manera de priorizarlos. También debiéramos rescatar, antes que sea demasiado tarde, los ideales que mejor conectan con el alma nacional. Los pocos estudios que se han realizado en este plano sugieren que los chilenos valoramos la familia, el paisaje, el barrio y los amigos y una cierta atmósfera de igualdad y reconocimiento. Siempre hemos soñado con un país de alma acogedora. Como buenos latinos, somos apegados a la letra, pero en definitiva, más que las leguleyadas que dan cumplimiento a la ley torciéndole su sentido, lo que en realidad nos importa es el espíritu y la observancia de la buena fe. Por eso nos incomoda tanto que el poder y el dinero eclipsen los valores. Por eso nos cuesta aceptar y nos pone en una posición muy incómoda aquello de "silencio, señoras y señores, porque ahora tienen la palabra el dinero y el poder". Y la han tenido por demasiado tiempo.

Relacionados