-¿No me vas a pedir que haga lo mismo de siempre, no?
Tiburcio le dice al fotógrafo que quiere hacer cosas distintas. Que no le pida que pose jugando con el joystick de su Atari. Que ya no quiere hacerlo. Que por favor, intenten algo más. Tiburcio, de hecho, dice que había pensado que las fotos que estaban por sacarle para acompañar esta nota podían hacerlas en su oficina del segundo piso.
-Pensaba en algo así como el nuevo búnker de Sosnik y De la Cárcova.
Su oficina, la que muestra junto a su socio Esteban, no convence al fotógrafo. Es colorida, está llena de chiches por los que se pagaría mucho en una feria geek: juegos de Atari, una de las primeras ediciones del Pong y una espada Jedi aún en su envase original.
-Está chora -dice el fotógrafo- pero hay muchas cosas. Demasiadas.
Y entonces volvemos a lo del principio.
Tiburcio de la Cárcova se da vueltas, propone cosas. Pero al final, vuelve a lo mismo. A lo que funciona. A la foto sobre el sofá, haciendo como que juega al Atari y poniendo caras extrañas junto a Esteban Sosnik.
Y eso, esta pequeña escena antojadiza, va a hacer sentido al final de esta entrevista.
Antes, hay que decir que todo esto ocurre en una casa en Vitacura que Tiburcio y Esteban arriendan. Que ahí es donde han estado trabajando en el último de sus proyectos. Que esto, este nuevo negocio que quieren difundir, se llama Atakama Labs. Y que, apuran en aclarar, no tiene nada que ver con su primera compañía, aunque sí con el mundo de los videojuegos. Porque esta idea por la que están apostando es más arriesgada y ambiciosa. Que es como una evolución, dicen. Una evolución de un experimento que partió hace siete años y que hoy no les pertenece. Una maduración de algo llamado Wanako Games.
Press start
Los grandes emprendimientos suelen partir con ideas que suenan demasiado dementes. Como cuando Wenceslao Casares, el argentino genio que le había vendido Patagon al Banco Santander por US$ 528 millones un día antes de que reventaran las puntocom, había pensado que nadie por este lado del mundo estaba metiéndose en el mundo de los videojuegos. Y ahí, en esa situación, que parecía tan obvia, Casares vio una oportunidad.
Lo que pasó ese 2002 salió en revistas, diarios y noticiarios centrales de la televisión. Junto a dos amigos argentinos, Tiburcio de la Cárcova y Esteban Sosnik, Casares fundó una empresa que se dedicaría a la fabricación de juegos casuales. La llamó Wanako Games, porque "Los Guanacos" se llamaba la estancia donde Casares se había criado en la Patagonia. Ahí, Sosnik oficiaba de gerente general y De la Cárcova trabajaba en el área de desarrollo.
Sin darse cuenta, la empresa creció rápido. Ya para 2007 habían creado 12 juegos y además ganado varios premios. Entonces llegó la oferta: en febrero de ese año Vivendi Games -el gigante francés de los videojuegos online- puso US$ 10 millones sobre la mesa para que Wanako pasara a formar parte de Sierra Online, la división de juegos en línea de la francesa. Todo el mundo celebró la compra. Casares se fue, y los otros dos se quedaron. Esteban pasó a trabajar en California para Vivendi, y Tiburcio se quedó en Santiago formando gente y desarrollando juegos como gerente de una de las áreas de Wanako, con base en Santiago. El contrato con Vivendi, que más tarde vendería Wanako a la canadiense A2M, establecía un acuerdo de no competencia por dos años. Eso, entre otras cosas, significaba que no podían formar otra empresa y entrar a pelear al mercado de los videojuegos hasta diciembre de 2008.
En ese tiempo, Esteban y Tiburcio observaron y aprendieron. La venta a Vivendi había acelerado algo que venían pensando hace algún tiempo. Querían, otra vez, hacer algo juntos.
-No sabíamos cuándo, pero sí sabíamos que en algún momento- dice Tiburcio.
Y ese momento comenzó a concretarse cuando Esteban dejó su espacio en Vivendi y decidió que era hora de aplicar lo aprendido en California. En noviembre de 2008 -un mes antes de cumplirse el plazo acordado con la francesa- se reunió con Tiburcio en Buenos Aires y decidieron que esto, su nuevo proyecto, debía dejar de ser una buena idea que se conversa a través de Skype y convertirse en algo concreto. Algo que los ponga de nuevo en ese punto donde no hay más que partir de cero. Y sucedió. Tiburcio renunció a su gerencia en Wanako, le dijo adiós a toda la gente y se despidió del que había sido el proyecto más exitoso de su vida.
Los wanakos despiertan en Atakama
Sin perder el control
El fotógrafo les pide que se acerquen. Para que la imagen salga buena necesita que estén más pegados. Ahí es cuando comienza el show y aparecen las diferencias. Tiburcio, que tiene 37 y es dos años mayor que Esteban, es el más inquieto, el que habla más, el que lanza bromas. Esteban, en cambio, es más quieto. Un poco más callado. Una persona, que a diferencia de su socio, sí tiene un perfil serio en una red social como LinkedIn.
Los flashes se suceden y el fotógrafo les pregunta si son amigos. Si se llevan bien. Tiburcio dice que sí, pero que son muy distintos. Que pelean harto, porque procesan las cosas de forma distinta. Que, como explican por correo días más tarde, Esteban es el cerebro y Tiburcio el corazón de la sociedad que -si nada ocurre- comenzará a conocerse como Atakama Labs a partir de hoy, viernes. Una compañía que, a diferencia de la vez anterior, se enfocará en crear juegos sociales y no juegos casuales como era el caso de Wanako. Se trata de un género que además de ser online opera como plataforma o red social.
Ése es el nicho que pretenden abrir y conquistar. Un espacio en el que crean universos virtuales donde convergen varios jugadores en línea. Un mundo donde la experiencia del juego se enriquece por la presencia de otras personas. Eso fue lo que sintieron con el estallido de redes como Facebook. Y para allá sentían que tendrían que apuntar si querían intentarlo de nuevo. Para comprender las dimensiones del asunto hay que entender, como explica Esteban, que hoy "los juegos online son el 10% de la industria de videojuegos". Y lo que hoy es un 10%, en dos o tres años podría pasar a representar el 80% del mercado, estiman.
Esteban y Tiburcio tendrán control completo en Atakama Labs. A diferencia de lo que pasaba en Wanako, ahora serán responsables de la creación, distribución y éxito o fracaso del videojuego.
Pero el riesgo -la apuesta si se quiere- no sólo se queda ahí. Esteban y Tiburcio, a diferencia de lo que pasaba en Wanako, tendrán control completo en Atakama Labs. No será simplemente una empresa de servicios que crea juegos por encargo para otros: por sus manos pasarán la creación, distribución y éxito o fracaso del juego. Y todo desde Santiago de Chile.
Con esa idea, estuvieron ocho meses hablando con inversionistas y reuniendo el dinero que necesitaban. Les explicaban su visión del negocio, les decían que su proyecto respondía a una evolución de la industria de los videojuegos. Les contaban que Atakama Labs -que fue el nombre que escogieron porque remitía a Chile y porque a diferencia de Wanako tenía que ver con el norte y no el sur- era algo ambicioso. Que habían estudiado el mercado y que habían diseñado un modelo de negocios llamado "freemium" en el que los juegos son gratis, pero si el usuario quiere tener una experiencia más rica -como tener acceso a más opciones- debe pagar.
Lograron recabar US$ 4 millones. Un monto que, según los cálculos de Sosnik, debería financiarlos por tres años.
Y ahí, otra vez, sintieron el vértigo y la adrenalina. Esteban volvió a viajar entre Santiago y California para ver nuevamente el área comercial de una empresa que él fundó y que depende mucho más de él. Tiburcio volvió a hacerse cargo de la formación y búsqueda de talento. Retomó los contactos con universidades y volvió a preguntarles a sus amigos por gente que podría servirle. Volvió a convencerse de que en Chile había materia prima y al momento de esta entrevista pedirá por favor que aparezca eso. Que está buscando gente.
Minutos más tarde, Tiburcio de la Cárcova reconocerá que este proceso se parece mucho a un juego en el que hay que ir pasando etapas. Explicará lo adictiva que es esa sensación de partir de nuevo. Dirá que muchas veces le han preguntado por qué cambió la seguridad, el confort y un trabajo, como el que tenía en Wanako, que seguramente era el sueño de mucha gente. Que le preguntaban por qué cambiaría algo así, por una montaña rusa. Y dirá que fue justamente por eso. Porque buscaba un desafío mayor.
Y entonces hará sentido que, dos horas antes, él se haya quejado con el fotógrafo de que siempre le piden lo mismo. Que diga que siente que no puede probar cosas distintas, porque alguien más, alguien externo, siempre quiere que repita lo que ya funcionó antes. Sólo entonces quedará claro que esa foto, esa pose que siempre les piden a Tiburcio y a Esteban, es una forma de probarlos. De ver cuánto duran antes de equivocarse. Pero eso, parece, era algo que Esteban ya había entendido. Porque antes de que termine la entrevista, cuando le pregunto por qué cree que lo puede lograr de nuevo, responde en inglés una confesión simple y demoledora.
-Once you're lucky. Twice you're good.