Por Eric Parrado Junio 11, 2010

El pecado original ya no sólo alude a la desobediencia de Adán y Eva al mandato divino de no comer del árbol del conocimiento del bien y el mal. Otro pecado original, completamente terrenal, es tema de preocupación para muchas economías. Los profesores Eichengreen y Hausmann denominaron con esta etiqueta a la imposibilidad de que países emergentes emitieran, en su propia moneda, deuda en mercados internacionales, pudiendo hacerlo sólo en alguna moneda fuerte. Durante 2009 y en lo que llevamos de 2010 se han emitido US$ 185 mil millones en deuda soberana: 95% es en dólares o euros.     

Las inversiones o el endeudamiento en los mercados internacionales dependen mucho de cómo evolucionan los tipos de cambio. Y obviamente existe una relación muy estrecha entre los tipos de cambio y la fragilidad financiera de los países. Una de las hipótesis que vinculan los movimientos del tipo de cambio con la fragilidad financiera es la del pecado original. Esta situación ocurre principalmente cuando una moneda de un país emergente -como el peso chileno- no puede ser usada para endeudarse en los mercados de capitales internacionales o simplemente porque los usuarios de crédito eligen endeudarse en moneda extranjera. En este contexto, la fragilidad financiera es inevitable ya que los gastos y/o inversiones que generalmente se pagan en la moneda local son financiados con endeudamiento en alguna moneda extranjera fuerte.

Un ejemplo reciente es el caso de Hungría, en que las empresas y las familias tienen más de 60% y 70% de su endeudamiento en moneda extranjera, respectivamente. Por lo tanto, la reciente depreciación del florín húngaro respecto a euros, francos suizos y dólares, llevó a un alza del costo de la deuda que no ha sido compensado con mayores ingresos de los usuarios de crédito (ya que éstos reciben sueldos y utilidades mayormente en moneda local). Una devaluación mayor aumentaría la imposibilidad de pagar, con el consecuente impacto desastroso para el sistema bancario y la economía húngara en general.

El gobierno de Bachelet dio pasos importantes para menguar su exposición al pecado original, no sólo disminuyendo, rápidamente, sus niveles de deuda pública, sino también internacionalizando el peso chileno. Justamente uno de los legados menos conocidos de dicha administración es el conjunto de reformas de integración financiera puestas en marcha. Entre otras medidas, se liberó la tributación de la ganancia de capital a las nuevas emisiones de bonos de oferta pública; se amplió el universo de inversionistas institucionales extranjeros que pueden beneficiarse de exenciones tributarias, incluyendo, entre otros, a las compañías de seguros extranjeras, endowment funds, bancos centrales y estados soberanos; y se eximió a los extranjeros, no sólo institucionales, del pago de impuesto por las rentas que obtengan de inversiones en activos extranjeros realizadas a través de un fondo mutuo o de inversión constituido en Chile que mantenga presencia bursátil.

Adicionalmente, el proyecto MKIII, que actualmente se discute en el Congreso, promueve la integración financiera internacional del mercado de capitales chileno, introduciendo una serie de medidas de incentivo para que extranjeros puedan aprovechar las ventajas de invertir aquí o realizar transacciones financieras desde aquí hacia el mundo. Entre otras medidas, se autoriza a la bolsa offshore a transar valores en pesos y se amplía el conjunto de instrumentos financieros nacionales que podrán ser adquiridos por los inversionistas extranjeros y que podrán eximirse del pago de impuesto a la renta por ganancia de capital. Hasta ahora este beneficio estaba disponible sólo para acciones con presencia bursátil y bonos, pero la nueva ley incluye también a las cuotas de fondos mutuos constituidos en Chile.

Estas transformaciones financieras permitirán profundizar e integrar aún más nuestros mercados, atraer nuevos inversionistas y emisores extranjeros y ampliar las alternativas de ahorro e inversión para hogares y empresas chilenas.

El actual gobierno chileno dio un paso adicional para seguir sacudiéndonos del pecado original al anunciar que además de la emisión de US$ 1.000 millones en un "bono en dólares", se emitirá un "bono en pesos" por US$ 500 millones. Más allá de la discusión sobre si es necesario pedir plata afuera para financiar los daños provocados por el terremoto y maremoto -que daría para otra columna-, el objetivo de endeudarse en el exterior a través de emisiones de bonos es positivo ya que ambos tipos de bonos servirán como referencias líquidas para que nuestras empresas puedan emitir más fácilmente en el exterior. El bono de US$ 500 millones será un instrumento denominado en pesos, lo que significa que ese monto Chile lo recibirá en dólares y no en pesos. Este bono desarrollará un punto de referencia en la curva de rendimiento en pesos en el exterior, traspasando el riesgo cambiario a los inversionistas extranjeros, dado que estará indexado al peso.

Emitir deuda denominada en pesos elimina la fragilidad financiera de nuestra economía ya que serían los inversionistas extranjeros los que estarían expuestos a las variaciones del tipo de cambio. Sin embargo, de ningún modo evitará que este capital entre en dólares a Chile. Es decir, la medida disminuirá nuestra exposición financiera internacional, pero no impedirá el costo de entrada de capitales en dólares y sus presiones de apreciación sobre el tipo de cambio.

Dada la solidez financiera, la credibilidad que gozan nuestras instituciones económicas y la prudencia con que se ha manejado la economía en las últimas décadas, Chile se puede dar el lujo de acudir a los mercados de capitales internacionales en las mejores condiciones financieras de su historia. Y puede seguir dando pasos que continúen redimiéndonos del pecado original.

*Profesor de la U. Adolfo Ibáñez y consultor del FMI y del Banco Mundial.

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