Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Junio 25, 2010

El líder chino Deng Xiaoping hizo famoso el pragmatismo económico del régimen comunista cuando declaró que "no importa si el gato es negro o blanco: lo importante es que cace ratones".

Ese mismo pragmatismo se pudo evidenciar el pasado sábado 19 de junio. El Banco Popular de China (BPC) comunicó la decisión de modificar su régimen cambiario, pasando de un tipo, en la práctica, fijo contra el dólar estadounidense, a uno flexible sobre la base de una canasta de monedas. Con ello, se gatilló uno de los eventos de mayor significado en la economía global tras la crisis del 2008.

No se trata de una medida nueva, sino que de retomar lo iniciado hace casi 5 años, cuando, en julio de 2005, China desechó el tipo de cambio contra el dólar y optó por un manejo cambiario flexible, basado en una paridad ponderada contra una canasta de divisas. Con ello se inició un período de significativa apreciación del renminbi (RMB), hasta que la flexibilidad se congeló, a mediados del 2008, cuando se inició la crisis financiera.

¿Qué motivó al BPC? En el comunicado de prensa que acompañó la medida, argumenta que el nuevo régimen cambiario se basa en la recuperación gradual de la economía global y la necesidad de lograr un mayor equilibrio en sus cuentas externas.

Pero no se puede desconocer el hecho que esta semana se reúnen, en Toronto, los líderes del Grupo de los Veinte (G-20). Lo que en otro momento hubiese dominado la pauta noticiosa internacional se ve eclipsado ahora por el Grupo de los 16: las selecciones que clasifiquen para los octavos de final del Mundial de Fútbol.

En este encuentro del G-20 se anticipaba que China recibiría algo más que una reprimenda por no hacer lo suyo en lograr llevar a la economía global a resolver los desequilibrios que fueron causa importante de la crisis vivida en el 2008. Ciertamente no extrañará ver una gran sonrisa del secretario del Tesoro de EE.UU., Timothy Geithner, quien tras varios viajes a China finalmente logró parte importante de sus objetivos (el otro, convencer a los chinos de seguir comprando bonos del gobierno americano). Esto era evitar sanciones contra China por parte de políticos que la culpan de un verdadero dumping cambiario. Al anticiparse a las esperadas críticas y amenazas, las autoridades asiáticas evitaron aparecer reaccionando a ellas. Tomando la iniciativa, China previno mostrarse doblegada y mantuvo su pundonor, algo muy importante para  la cultura oriental.

Al final, no importan las razones detrás del cambio, o el color del gato, si las consecuencias son positivas.

Leyendo las Hojas de Té

Apenas informados los anuncios, los analistas se lanzaron a deducir sus implicancias. El ejercicio no es fácil porque el mercado no posee mucha información económica de China. Y lo poco que conoce genera suspicacias.  De partida, el nuevo régimen cambiario se basa en una canasta cuya composición en detalle es desconocida por el mercado. Sin embargo, en base al esquema que operó anteriormente, es posible anticipar una mayor ponderación del dólar y el euro, reflejando los mayores destinos de las exportaciones chinas.

Pero a diferencia del primer episodio, que llevó al RMB  a alcanzar una apreciación de 18% en 3 años -o cerca de 6% anual-, esta vez se espera que el aumento versus el dólar sea más modesto y gradual (apenas supere el 4% anual).

Los mercados financieros también enfrentan dificultades para entender a cabalidad las consecuencias de este cambio. Si bien el lunes siguiente a los anuncios, la tendencia inicial fue un alza de los activos de mayor riesgo -como acciones, especialmente de mercados emergentes favorecidos por la revaluación-, luego empezaron a surgir dudas respecto de las consecuencias finales de los anuncios. Ello llevó a que los mercados volvieran a retomar su senda bajista originada por un recrudecimiento de la crisis de deuda soberana en Europa.

A pesar de la dubitativa recepción del mercado, existen argumentos para pensar positivo. Por lo pronto, la revaluación reduce las tensiones crecientes contra China y la amenaza de sanciones. Asimismo, el propio comunicado del Banco Central chino señala al menos la intención de que ese país haga lo suyo para reponer un equilibrio entre las economías globales. Incluso, es positivo ver la confianza que el BPC tiene en el proceso de recuperación de la economía mundial. Finalmente, aun una apreciación modesta del RMB será un elemento que permita mitigar tanto las crecientes presiones inflacionarias en China como los riesgos de burbujas financieras domésticas, particularmente en el sector inmobiliario, evitando un episodio de "aterrizaje forzoso", como sucedió en la crisis asiática de 1997.

También existen razones para ser escépticos respecto de las implicancias de la revaluación. De partida, la idea que ajustar sólo un precio relativo en toda la economía global puede ser la solución mágica a todos los problemas -y llevarnos de vuelta a la senda de crecimiento pre-crisis-, parece no tener demasiado sentido. A la vista están los resultados de un proceso similar, llevado a cabo por los japoneses desde la década del 70. A pesar de un éxito inicial con altos niveles de crecimiento económico (el que que culminó a fines de los 80), hasta ahora Japón no es capaz de lograr un equilibrio entre su músculo exportador y su atrofiado mercado doméstico.

Algo grande está naciendo…

Con todo, los cambios son una clara señal de que el auge de China como potencia mundial alcanzó una nueva etapa. Parte del proceso es reorientar la economía desde una excesiva dependencia en el sector exportador -basado en un tipo de cambio bajo (aunque creciente), altos superávits en sus cuentas externas  y bajos costos laborales- hacia una con una mayor relevancia de la economía doméstica -mayor flexibilidad cambiaria, acceso a crédito y un creciente poder adquisitivo en la demanda interna-.
Somos testigos de uno de los grandes acontecimientos económicos de las últimas décadas, comparable a la asunción de EE.UU. como potencia mundial en reemplazo del Imperio Británico, tras la I Guerra Mundial.

No es casual que estos cambios sea simultáneos con un aumento de las demandas de los trabajadores -como los obreros de varias plantas de la automotriz Honda en China- buscando mejoras salariales. Ello con el debido (y necesario) beneplácito de la autoridades chinas.

Las reformas que lleven a equilibrar al sector exportador con el doméstico no serán fáciles de llevar a cabo, tal como lo muestra la experiencia japonesa. Tampoco será fácil que los mercados sigan sin episodios de mayor volatilidad, agravado por la falta de información sobre China. Pero son reformas muy necesarias, que no permiten marcha atrás. Bien lo saben los jerarcas del Partido Comunista. Deng Xiaoping ya lo había anticipado al declarar que "la reforma en China es su segunda revolución".

*Director BlackRock Sudamérica.

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