Por Eric Parrado Noviembre 5, 2010

La distribución del ingreso en Chile recientemente estuvo en la cumbre de la discusión pública, después que salieran los primeros resultados de la encuesta Casen 2009. Sin embargo, es paradójico que en un país en que hemos hecho grandes esfuerzos por disminuir la pobreza y paliar la mala distribución del ingreso, la mayor atención a este problema se presente sólo cuando tenemos nuevos resultados o cuando se plantean nuevas promesas en los periodos de elecciones. Éste es un tema que debe estar constantemente en la discusión y agenda pública.

Pongamos en la mesa de discusión un nuevo enfoque para abordar  las disparidades de nuestra población,  que tiene relación con  distintas dimensiones, como el estatus económico, los recursos y el bienestar. Una de ellas es la distribución de la riqueza. Así, como se lee. Revisemos cómo se distribuyen los activos (propiedades, autos, inversiones, etc.) y pasivos (deudas hipotecarias, préstamos de consumo, etc.) entre las familias de un país.

La mayoría de los estudios ha analizado la distribución de bienestar o su cambio con el tiempo en términos de ingresos. Sin embargo, la riqueza familiar es también un indicador de bienestar, independientemente de la renta financiera directa que proporciona. Hay al menos seis razones. En primer lugar, la vivienda ocupada por el propietario le proporciona servicios directamente, entregándole seguridad, bienestar y estatus. En segundo lugar, la riqueza es una fuente de consumo, independientemente de la renta monetaria directa que proporciona, dado que los activos se pueden convertir directamente en dinero en efectivo y así cubrir las necesidades de consumo inmediato. Tercero, la disponibilidad de activos financieros puede proporcionar liquidez a una familia en tiempos de dificultades económicas, como las ocasionadas por el desempleo, enfermedad o ruptura familiar. Cuarto, la literatura económica ha demostrado que la riqueza afecta de mayor forma el comportamiento de los hogares que los cambios en los ingresos. Quinto, los ingresos generados por la riqueza no presentan los trade-offs con las horas de descanso que sí tienen los ingresos del trabajo. En sexto lugar, en una democracia representativa, la distribución del poder está a menudo relacionada con la distribución de la riqueza.

En esta línea, junto a Paulo Cox y Jaime Ruiz-Tagle, hicimos el primer esfuerzo para medir la distribución de la riqueza en Chile. Usando la Encuesta de Protección Social, calculamos tanto la distribución de riqueza bruta (activos) como la distribución de la deuda.

¿Quiénes tiene los activos y las deudas?

Los resultados que surgen de la investigación resultan interesantes. Destaco tres de ellos. Primero, el quintil más rico de la población posee el 43% de los activos y el 57% de las deudas de los hogares chilenos. Esto contrasta con la situación de los dos quintiles de menores ingresos, que cuentan sólo con el 14% y 24% de los activos y pasivos, respectivamente. Segundo, dada la alta concentración de activos y pasivos en manos de unos pocos hogares, la riqueza y la deuda están peor distribuidas que el ingreso. Tercero, la distribución de los activos es menos concentrada que la de las deudas, debido principalmente al hecho que la propiedad de la vivienda es bastante generalizada entre todos los hogares. Los activos inmobiliarios representan el 88% del total de activos, y más del 75% de los hogares en todos los quintiles reportan ser dueños de viviendas. Por el contrario, mientras que el 64% de la deuda total está asociada a créditos hipotecarios, sólo el 16% de los hogares tienen tales deudas. Además, ya que los activos al menos superan en ocho veces el monto de las deudas, en todos los quintiles, los hogares de los distintos grupos de ingresos, en promedio, pueden solventar sus deudas.

El quintil más rico de la población posee el 43% de los activos y el 57% de las deudas de los hogares chilenos. Esto contrasta con la situación de los dos quintiles de menores ingresos, que cuentan sólo con el 14% y 24% de los activos y pasivos, respectivamente.

Estos resultados traen malas y buenas noticias. Por un lado, muestran la pésima distribución de la riqueza, pero, por otro, muestran que la deuda está principalmente en manos de familias que pueden pagarla.

Los malos resultados surgen por varias razones, pero claramente una mala distribución de la riqueza de los hogares constituye una de las principales causas de la desigualdad educativa. ¿Qué duda cabe? Los hogares que cuentan con más riqueza tienen la posibilidad de acceder a educación de mayor calidad para sus hijos, mientras que los más pobres tienen que resignarse a  posibilidades menos esperanzadoras para sus hijos, lo que restringe sus oportunidades de acumular activos durante su vida adulta. Se quedan "pateando piedras".

¿Cómo resolvemos esto? Primero, asumiendo que es un problema para nuestra sociedad, uno que  presenta muchas aristas. Y segundo, actuando de forma inmediata y focalizada sobre los grupos que no están disfrutando de las mismas oportunidades que los más privilegiados.

¿Por qué es un problema? Como lo hemos experimentado en las últimas décadas en Chile, no es suficiente reducir la pobreza: hay que reducir la brecha de desigualdad a través de mayores oportunidades para todos y con la misma calidad en la educación. Esto es necesario para combatir la frustración que se produce por estas grandes diferencias y que tarde o temprano puede afectar la cohesión social.

Redistribución en serio

¿Qué hacemos para resolver este problema? Las políticas de redistribución deben identificar las múltiples restricciones que enfrenta la sociedad para lograr un nivel de oportunidades similar, independiente de la cuna donde se nació. Al mismo tiempo, los objetivos de las políticas públicas deben introducir incentivos para que los beneficiarios sean activos en la propia búsqueda de oportunidades.

En el ámbito educacional, hay una clara relación entre la riqueza y el desarrollo humano de los niños, que está medida por la calidad de los colegios. Por lo tanto, una forma obvia de enfrentar la desigualdad es la de proveer la misma calidad de educación en los colegios. Esto ayudaría a articular una relación entre hogares con distintos niveles de riqueza y de ingresos con mejor calidad de la educación a la que acceden los hijos y, consecuentemente, mayores niveles de logro educativo.

Pero esto requiere que el proceso político de construcción de políticas públicas no responda a incentivos cortoplacistas. Precisamente, las explicaciones para la gran desigualdad también se encuentran en el proceso político, que responde de manera distinta a diferentes grupos de interés. La reducción de la desigualdad involucra aumentar la calidad de la representación política, fortalecer las instituciones y proveer acceso diferenciado de los distintos grupos a políticas concretas.

En este contexto, romper el ciclo de reproducción de la desigualdad mediante el sistema institucional es una tarea compleja, pero todos tenemos un compromiso inmediato con las nuevas generaciones.

(*)  El trabajo se encuentra disponible en la página web del Bank for International Settlements: http://www.bis.org/ifc/publ/ifcb26i.pdf

*Profesor de la U. Adolfo Ibáñez y consultor del FMI y del Banco Mundial.

Relacionados