Juan Andrés Camus, presidente de Celfin, es un hombre de formación tradicional: estudió en el Liceo Alemán del Verbo Divino, y cuando era un veinteañero participó junto a Andrés Allamand y Jaime Guzmán, entre otros, en la creación del Movimiento Unión Nacional, cuna de la UDI y RN. Siguiendo la línea convencional, eligió colegios católicos para educar a sus hijos. Pero hace 10 años el empresario se alejó de la Iglesia: dejó de encontrar en ella respuestas contundentes. "La tradición judeocristiana es extremadamente fuerte en nuestra sociedad. La gente actúa a partir de un decálogo impuesto desde arriba, y no por convicciones personales", dice. A partir de ese cuestionamiento interno se apegó al mundo de la ciencia. Se encierra -sagradamente y durante horas- los fines de semana para profundizar sus conocimientos en torno al hombre y al universo. En su escritorio, hay decenas de libros. Desde Darwin hasta Richard Dawkins, el académico de la Universidad de Oxford que en su libro "The God Delusion" afirma que "un creador sobrenatural es sólo un delirio". Hoy no sólo opera en el mundo de los negocios. También tiene batallas más silenciosas. Desde su sillón en Educación 2020, en la Fundación Ciencia y Evolución, que preside Álvaro Fischer, y a través del Comité Empresarial de la Universidad del Desarrollo, Juan Andrés Camus intenta influir. Su mayor crítica se centra en la elite socioeconómica que dirige el país, a la cual considera poco diversa. Su explicación: "La elite estudia en colegios donde la educación tiene una influencia muy grande de la Iglesia".
- ¿Cómo describiría a la elite chilena?
- La elite chilena tiene grandes valores: existe una gran responsabilidad social, hay un gran compromiso con el país en el sentido de hacer las cosas bien, de ser serios, cumplir los compromisos y ser respetuosos. Pero percibo como debilidad el que sea un grupo con poca diversidad de pensamiento. Quienes conforman la elite socioeconómica en Chile piensan todos más o menos igual y hay poca discusión filosófica de las cosas.
- ¿Cuál es su mayor crítica?
- Más que crítica es una autocrítica. Esta elite está conformada por un grupo extremadamente homogéneo. El círculo de vida es demasiado estrecho: nos vemos los mismos con los mismos. En Chile todas estas personas se conocen entre sí, se visten parecido, asisten a un conjunto de colegios comunes, participan en los mismos clubes sociales y veranean en los mismos lugares: Cachagua y Zapallar en los veranos, y se van a La Parva en los inviernos. ¡Y todos quieren un Cayenne! Este perfil de la elite transforma a Chile en una sociedad pueblerina, con una estigmatización respecto a las personas que piensan distinto.
-¿En qué temas concretamente considera que la elite está estancada?
- Hay poco espacio y disposición a considerar otras posturas para enfrentar la vida diaria. Nuestra elite debiera ser más abierta, más libre y más tolerante. Las personas dedican muy poco tiempo a la ciencia, a comprender la evolución del hombre, cómo funciona el mundo y los orígenes de la Tierra, cosa que hoy sabemos con bastante mayor precisión que hace algunos años.
"La elite chilena es un grupo homogéneo: todos se conocen entre sí, se visten parecido, asisten a los mismos colegios, participan en los mismos clubes sociales y veranean en Cachagua, Zapallar y La Parva. ¡Y todos quieren un Cayenne!".
-¿Eso está influenciado porque la elite busca encontrar las respuestas a sus interrogantes en la religión?
- En gran medida. La tradición judeocristiana en nuestra sociedad tiene una influencia extremadamente fuerte. Eso condiciona en alguna medida a las personas a tener un solo punto de vista, desconsiderando otros importantes. Cuando uno conoce el resto del mundo, otras sociedades y realidades, intercambias ideas con gente que tiene otras formas de pensar y visiones del mundo, te encuentras con un universo de personas extremadamente fascinante. Ahí, te das cuenta que en Chile tenemos un carácter isleño. Somos personas planas.
-¿Esto implica que la elite actúa menos por convicciones personales?
- Absolutamente. Hay una suerte de decálogo con patrones muy comunes.
-¿Considera que nuestra sociedad es demasiado conservadora?
-Hay que distinguir. La elite tiene patrones muy comunes, pero distintos a lo que sucede en el resto de la sociedad. En Chile nacen más hijos fuera del matrimonio que dentro, lo que es propio de una sociedad con rasgos más liberales. Esta situación específica refleja que nuestra sociedad no es tan conservadora. Hay que acoger a las personas que están debajo de la elite.
-Usted habla de evolución. ¿En qué aspectos la sociedad chilena debiera avanzar con mayor rapidez?
-Nuestra sociedad ha evolucionado significativamente. Hoy tenemos ley de divorcio, aunque pienso que el ideal es tener familias estables para toda la vida. Pero la separación de hecho existía en Chile y la cantidad de falsedades que había para la anulación de matrimonios era escandalosa. Hoy el problema es otro: debemos enfrentar que el divorcio es un proceso complejo y caro, por lo que muchos prefieren convivir. Eso indica que debemos estar atentos a los estudios sociológicos del comportamiento de la sociedad, para enfrentar los temas acordes a cómo vivimos. Todas las generaciones son distintas. Si las diferencias se consideran, empujamos a la evolución. Por ejemplo, en generaciones anteriores la virginidad era vista como un gran valor. Hoy ¿quién le da esa importancia? Nadie debiera involucrarse en la intimidad de otros.
"La elite transforma a Chile en una sociedad pueblerina"
"Deberían existir colegios más abiertos"
-El intelectual Guy Sorman afirmó que la nueva derecha que dirige el país debiera tomar distancia de las posturas de la Iglesia. ¿Cuál es su visión respecto a ese tema?
-Es muy asertivo porque Chile es un país democrático, no teocrático, como Irán. El problema es que en la práctica muchas veces actúa asemejándose a esa sociedad islámica. Las conductas políticas de Chile debieran estar enfocadas desde el punto de vista de la civilidad y no de la religiosidad. La Iglesia como toda institución tiene derecho a opinar, pero no tiene que actuar como único referente. El gobierno está llamado a gobernar para todos, creyentes y no creyentes, adherentes o simpatizantes.
-¿Eso indica que hay una dicotomía mayor?
-Por supuesto. Y gran parte del problema radica en la educación. Hay un dicho de Confucio que en Educación 2020 seguimos. "En una sociedad donde hay buena educación, no hay distinción de clases".
-Pero eso no ocurre en Chile…
-Estamos de acuerdo. Por eso, soy crítico respecto de la educación: no es posible que tengamos diferencias tan gigantescas. Las encuestas dicen que aproximadamente un 70% de la población se dice católica. Los colegios particulares donde va la elite chilena son todos católicos con dos o tres excepciones. Por lo tanto, educación y religión están mezcladas en este círculo. Las personas que provienen de colegios laicos tienen otra manera de ver el mundo. Si hablas con un chiquillo del Instituto Nacional notas que tiene intereses, actitudes y visiones distintas. Hay un mayor enfoque en la ciencia y racionalidad, lo que estimo conveniente.
-¿Estos intereses y visiones del mundo hacen que ese joven del Instituto Nacional sea una persona más atractiva que otro que proviene de colegios de la elite?
- Pienso que entregan valor: aportan ideas diferentes y valiosas. Por tanto, enriquecen la conversación. Esto es un símil de las diferencias que encuentras entre egresados de las distintas universidades.
- ¿Hombres más tolerantes, más abiertos?
-Exactamente. Está dado por su visión de cómo debe estar organizada la sociedad: el Estado debe estar separado de la Iglesia. La diferencia es que el joven de la Universidad de Chile -o del Instituto Nacional- busca una sociedad más seglar versus una sociedad donde hay una primacía más importante por lo religioso. Esa gente tiene un mundo más libre, menos ataduras. A esa gente hay que darle los espacios para que se desarrollen y aporten.
"Me gustaría que en Chile hubiera más colegios laicos y más diversos, más abiertos, donde la enseñanza apuntara también a lo científico, a los orígenes del universo. Los colegios debieran ser más seglares, más cercanos al mundo de hoy".
-¿Debería entonces haber más institutos nacionales?
-En Chile hay libertad de enseñanza, por lo que cada uno tiene el colegio que le parezca. Pero creo que la elite está educada en un ambiente de formación muy similar, poco científica y menos libre en el campo de las ideas. Me gustaría que en Chile hubiera más colegios laicos y más diversos, más abiertos, donde la enseñanza apuntara también a lo científico, a los orígenes del universo. Los colegios debieran ser más seglares, más cercanos al mundo de hoy. En esa línea el gobierno ha lanzado el proyecto de colegios de excelencia, lo que es positivo, aunque considero que Chile debiera tener sólo colegios de excelencia.
-¿En qué pie quedan los colegios de la elite?
-Esos colegios en materia educacional están entre los mejores, según los estudios y resultados académicos. Mi crítica es que, en general, como consecuencia del sistema similar de educación que tiene la elite, las personas tienen pensamientos parecidos. La sociedad se enriquece en la medida que hay visiones distintas porque hay más conversación, más debate y espacio para la diferencia. A la hora de hacer políticas públicas en educación debiera existir una visión más tolerante hacia aquellos que no tienen la misma formación de la elite. Chile debiera luchar para fomentar la meritocracia. Eso significa estar exentos de las influencias y que el destino de las personas esté dado por sus méritos.
-Pero en Chile el tema de la meritocracia se ha descuidado, ¿no?
-Para que funcione se necesita una educación relativamente pareja para todos. Si la educación es muy distinta en los diferentes estratos sociales, obviamente que unos tienen ventaja respecto de los otros y la meritocracia está limitada. El que haya gente que nazca con un menor nivel de ingreso y que no pueda acceder a la misma educación me parece la injusticia más grande. Me alegro que este gobierno esté preocupado del tema.
"La elite transforma a Chile en una sociedad pueblerina"
-¿Pero la reforma del gobierno no ataca el problema de la desigualdad?
-Éste es un tema de nunca acabar, pero hay que partir con algo. Se ataca a partir del cambio a los directores: mayores atribuciones y mejores remuneraciones. ¿Tenemos el problema resuelto? Estamos muy lejos, pero creo que las cosas están evolucionando en la dirección correcta.
"Hoy elegiría otros colegios"
-¿Considera que la elite en Chile se está transformando?
-Veo que hay cambios y eso me alegra. La elite debe ser dinámica: los mejores deben acceder a la parte más alta de la pirámide. La elite de hoy no tiene nada que ver con la que teníamos hace 40 años atrás.
-¿Cuál es la diferencia?
-Hubo mucha gente que se empobreció y otros que surgieron. Hay muchas fortunas que son nuevas, que hace 40 años no existían. La elite de hoy es distinta a la que habrá mañana.
-Pero el tema es bastante cerrado en Chile…
-Sí, pero menos que hace 40 años. Las políticas económicas de libre mercado -a través de las que se introdujo la convicción de que el futuro de las persona dependía de uno mismo- han hecho valorar el mérito propio. La sociedad se está moviendo: no cambia por minutos, pero hay visiones distintas en las empresas. En Celfin intentamos ser meritocráticos en nuestras políticas de contratación: las personas entran por sus propios méritos y no por ser hijos de quienes son. No estoy de acuerdo en que la sociedad chilena funcione con esa lógica.
- ¿Cómo se siente usted al interior de esta elite?
- He tenido un proceso de evolución propio de todo ser humano. No tengo problemas frente a la sociedad a la que pertenezco y me siento muy cómodo. Ahora, efectivamente, tengo la capacidad de tener una mirada crítica que comparto en mi círculo cercano y en las actividades que participo. Estoy consciente que mi visión puede chocarles a muchos. Hay gente que asocia la protección de la familia con un valor conservador, lo que no es real: yo soy muy apegado al valor de la familia.
"En el último concierto del violinista Perlman, uno podría decir que fue la elite la que más disfrutó. Pero no es exactamente así. La mánager de Perlman nos preguntó por qué la gente de atrás aplaudía mucho más que la de adelante".
-Sus hijos estudiaron en colegios religiosos de la elite. ¿Volvería a elegir ese tipo de instituciones?
- Creo que las cosas e instituciones han cambiado y hoy optaría por otros. Uno que me gusta es el Grange. Es un colegio de elite, pero con educación laica. Su condición de ser bilingüe es valiosa también.
El conservadurismo y los negocios
-¿Considera que el conservadurismo de la elite se traspasa al mundo de los negocios?
-Pienso que no. El mundo de los negocios tiene una dinámica distinta. Las personas, independiente de sus creencias y convicciones, tienen la misma ética y el mismo comportamiento.
-A diferencia de empresarios tradicionales, Celfin invierte en cultura y no en instituciones benéficas…
-Tengo la convicción de que la cultura es importante para un país. En el último concierto del violinista Perlman, por ejemplo, uno podría decir que fue la elite la que más disfrutó. Pero no es exactamente así. La mánager de Perlman nos preguntó por qué la gente de atrás aplaudía mucho más que la de adelante. Eso indica que la gente que recibió gratuitamente las entradas apreciaba o estaba disfrutando más el concierto. Este tipo de espectáculos nosotros los hacemos para que disfrute toda la sociedad.
-Pero el lema de la responsabilidad social del empresariado opera de otra forma…
-Está bien hacer la caridad y también la practicamos. Hay un montón de instituciones que se preocupan de socorrer a los más necesitados, pero es fundamental el compromiso de entregar también espacios de cultura y alegría para nuestra sociedad.
-¿Qué los diferencia de otras instituciones financieras?
-La diversidad. En Celfin, hay personas muy religiosas y otras ateas. Y convivimos sin ningún problema. Eso es fundamental en el campo de las ideas. Nuestra cultura es muy distinta: la graficaría como la diferencia entre mandar y dirigir. Creo que en otras empresas domina más la cultura del mando, en Celfin predicamos y privilegiamos la dirección, que es lo propio del siglo XXI.