Por Igal Magendzo* Marzo 4, 2011

Lo malo: El mundo desarrollado

Históricamente cuando Estados Unidos se resfría, al resto nos da neumonía. Y vaya que EE.UU. está resfriado. Los consumidores y empresas están golpeados, el mercado laboral aún deprimido, el sistema financiero debilitado y las autoridades económicas no tienen posibilidad de inyectar más estímulo. Las tasas de interés no pueden estar más bajas, y aunque la Reserva Federal imprima e imprima billetes verdes, no podrá obligar a los consumidores a gastar.

La situación financiera del gobierno de EE.UU. es lo más preocupante del cuadro. La deuda pública alcanza prácticamente a un 100% del PIB. Eso implica que, no obstante la deuda se ha colocado a tasas de interés bajísimas (aproximadamente 3% anual en promedio), aun así obliga a un desembolso relevante de fondos. A ello hay que sumarle el inminente aumento del costo de la salud y de las pensiones. De acuerdo a un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional, el desembolso adicional que tendrán que hacer los estadounidenses en salud en los próximos 40 años, por sobre lo que ya gastan, corresponde (en valor presente) al 100% del PIB. Si el gobierno de EE.UU. no desea seguir endeudándose, más temprano que tarde tendrá que hacer un ajuste fuerte en su gasto fiscal. Algo en esta dirección anunció el presidente Obama en su último discurso del Estado de la Nación, en que prometió congelar el gasto fiscal (primario).

Los hogares en Estados Unidos han reducido su nivel de deuda, lo que hace casi imposible otra crisis como la del crédito hipotecario, ni nada que se le parezca. Eso es muy importante y tranquilizante. Ya ni siquiera el más pesimista de los economistas, Nouriel Roubini, prevé que algo así pueda repetirse.

Es difícil entender, por tanto, por qué el mercado está tan optimista y parece esperar que EE.UU. retome un crecimiento saludable y sostenido. Como escribió Milan Kundera: "El optimismo es el opio de los pueblos".  Pero que no cunda el pánico. Los hogares del país del norte han reducido su nivel de deuda, lo que hace casi imposible otra crisis como la del crédito hipotecario, ni nada que se le parezca. Eso es muy importante y tranquilizante. Ya ni siquiera el más pesimista de los economistas, Nouriel Roubini, prevé que algo así pueda repetirse. Lo más probable, para el mediano plazo, es un escenario sin crisis, pero con muy poco crecimiento.

Lo feo: El Medio Oriente

Existen riesgos importantes. El impredecible efecto dominó de distintos eventos puede golpear con fuerza a las economías más debilitadas. Estos fenómenos son impredecibles en su origen y sus resultados. Un ejemplo fue el problema de la deuda en Europa, hace unos meses atrás que, todo indica, logró ser controlado.

En lo más reciente hemos presenciado las revoluciones en el Medio Oriente. Lo que partió en Yemen como un hecho aislado, se extendió y se ha transformado hoy en presiones de costos para la mayoría de las economías del mundo. Aún no sabemos hasta dónde caerán los dominós. Por ejemplo, si se crea una alianza islámica en la región, se podría refortalecer la OPEP y llevar el precio del petróleo aun más arriba. Claramente no es lo que necesita un mundo en recuperación. Alternativamente, una democratización de Oriente Medio podría ser un escenario bastante positivo.

La pregunta urgente

Lo bueno: Asia

China tiene mucho espacio para crecer y su desarrollo es intensivo en commodities. Aunque el gigante asiático aumente las tasas de interés, aunque haya problemas con la deuda europea o suba el precio del petróleo, si continúa mejorando la aún baja productividad de las empresas y la migración del campo a las ciudades, seguirá creciendo a tasas elevadas, no menos del 7% anual. La experiencia de Japón, Corea y Taiwán nos enseña que eso es muy posible.

La demanda asiática ha estado presionando al alza el precio de alimentos, petróleo y metales. Si bien esto aumenta ciertos costos, lo que se refleja en inflación, el beneficio para las exportaciones chilenas es indudable. No sólo el precio del cobre ha aumentado considerablemente, sino también el precio de la celulosa, los alimentos exportados, la madera, el metanol, etc. No es raro, por tanto, que el precio del dólar, en términos de pesos, haya caído y que posiblemente vaya a seguir en los niveles actuales.

¿Y Chile?

El crecimiento de China (y otros países de Asia, como India) implica más ingresos para los chilenos y más crecimiento (a la vez que más inflación, tasas de interés más elevadas y un tipo de cambio bajo). Por tanto, lo positivo del escenario global es que exportamos cada vez más y los ingresos de los chilenos aumentan. Lo que no es tan alentador, es que estos incrementos de ingresos favorecen más a aquellos negocios orientados a la extracción de recursos naturales. Éstos son sectores que no se destacan por ser innovadores o por demandar grandes cantidades de mano de obra calificada; no favorecen de por sí la modernización del país y no aseguran mejoras en la distribución del ingreso. Para Chile, que Estados Unidos (y Europa) esté en una situación que augura poco crecimiento implica una baja demanda por bienes y servicios relativamente sofisticados. Un ejemplo familiar: si queremos exportar vinos de alta calidad, deberán ser los norteamericanos y los europeos quienes los compren. La gracia de esos productos es que demandan capital humano, emprendimiento e innovación, favoreciendo la educación y la distribución del ingreso, aspectos en que estamos muy al debe.

Lo positivo del escenario global es que exportamos cada vez más y los ingresos de los chilenos aumentan. Lo que no es tan alentador, es que estos incrementos de ingresos favorecen más a aquellos negocios orientados a la extracción de recursos naturales.

Por eso creo que el entorno global nos enfrenta a la disyuntiva de convertirnos en un país desarrollado o en uno de altos ingresos, pero no desarrollado. ¿La diferencia? Es la que hay entre Holanda y Kuwait, o entre Emiratos Árabes y EE.UU.: los niveles de ingreso percápita son similares, pero el nivel de desarrollo no lo es. El camino dependerá en gran medida de la orientación que se les dé a las política públicas. Debemos evitar la autocomplacencia e inclinarnos por la autoexigencia.

Si bien el escenario global es positivo en términos de ingresos y empleo, estos ingresos corresponden en gran medida a rentas para los más ricos y para quienes tengan el poder de negociar con ellos (los trabajadores del cobre, por ejemplo). También favorecen al comercio y otros servicios, sectores que tampoco son especialmente intensivos en capital humano. El extremo de este tipo de enriquecimiento es el de algunos de  los países productores de petróleo, en que los ingresos les llegan a unas pocas familias, las que comparten más o menos generosamente con el resto de la población. Las oportunidades de trabajo se concentran en servicios básicos y mano de obra poco sofisticada. Por lo anterior habrá que tomar la enseñanza del gato de "Alicia en el país de las maravillas":

- ¿Me quieres decir por favor qué camino debo de tomar desde aquí?- preguntó Alicia.

- Eso depende mucho de a dónde quieras llegar- respondió el gato.

*Académico de la Universidad Adolfo Ibáñez.

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