El aire podía cortarse con una navaja la mañana del miércoles pasado en la sala de reuniones del grupo Claro, en Hendaya 60. Eran las 10 en punto y en el piso 14 se desarrollaba una reunión para definir el futuro de la atribulada empresa.
Sólo dos días antes se había citado a un directorio extraordinario de la Compañía Sudamericana de Vapores (CSAV) para abordar los dos grandes problemas que enfrenta la empresa de transporte marítimo: la inesperada renuncia a la presidencia de Jaime Claro Valdés y la crítica situación financiera que, tal como ocurrió en 2009, golpea nuevamente a la naviera.
Este año, sin embargo, el panorama era más complejo. Ya no sólo se trataba de complicaciones económicas. La firma era protagonista de una soterrada lucha entre los dos accionistas más cercanos al fallecido empresario Ricardo Claro: su hermano Jaime y su viuda, María Luisa Vial de Claro.
Era la primera vez que la mesa directiva de la compañía se reunía en pleno sin la presencia de Claro Valdés, quien durante 27 meses y tras la muerte del conocido empresario se había desempeñado como presidente.
En enero había sido la última vez que el hermano menor de Ricardo Claro había presidido un directorio de la Sudamericana. Aquella cita se había producido en medio de un clima de crispación. El entonces presidente de la firma había informado al resto de los integrantes que la situación de la compañía era muy compleja, al tiempo que esbozaba sus intenciones de renunciar al sillón de presidente. Sus razones: diferencias irreconciliables de estilo entre él y los herederos del legado de su hermano Ricardo, quien había presidido con mano firme la empresa por casi dos décadas.
La reunión siguiente se realizó la última semana de febrero. Esta vez, Claro Valdés ya no estaba en la cabecera: sólo unas horas antes, el martes 22, había presentado oficialmente su renuncia indeclinable al cargo.
Así llegaron los integrantes del directorio de CSAV a la reunión extraordinaria del miércoles pasado. Estaban presentes Arturo Claro Fernández -primo de Ricardo y Jaime-, quien presidió el encuentro; los directores Christoph Schiess, Baltazar Sánchez, Luis Álvarez Marín, Joaquín Barros Fontaine, Patricio García Domínguez, Víctor Pino, Patricio Valdés, y el gerente general de CSAV, Juan Antonio Álvarez.
Arturo fue claro. Explicó que en las últimas dos semanas habían "dado vuelta" los libros de la compañía y las proyecciones indicaban que la caja de Sudamericana alcanzar para hacer funcionar la empresa y servir deuda "sólo hasta abril próximo".
De inmediato, se desató la discusión respecto de cuál era la mejor manera de salir del atolladero. En primer lugar, había que meterse la mano al bolsillo, tal como lo habían hecho en 2010. Pero eso no bastaba. Era urgente incorporar un socio a la propiedad del que hasta ahora era considerado el buque insignia del grupo Claro.
Luego de tres horas de intenso debate, la mesa directiva aprobó por unanimidad impulsar un plan de salvataje que, junto con un aumento de capital que rondaría los US$ 300 millones, incorporaría la venta de un porcentaje de la empresa a un tercero. Esta última alternativa venía desechándose desde hacía meses y eso había sido, precisamente, el principal conflicto que llevó a Jaime Claro a renunciar.
Las pérdidas estimadas para los tres primeros meses del 2011 fluctuarían entre US$ 30 millones y US$ 50 millones. Sobre la compañía penden, además, tres pagos por cerca de US$20 millones cada uno, que Sudamericana debe abonar a Samsung en abril, mayo y junio próximos.
A esa hora, él estaba a kilómetros de distancia, en Lima -donde se desempeña como director de la estadounidense Southern Peru Copper Corporation-, pero su figura rondaba la mesa. Mal que mal, era su fórmula, rechazada antes por el accionista mayoritario (la Fundación Claro Vial, formada por su viuda luego de la muerte de Ricardo Claro), la que finalmente se estaba imponiendo.
Es una de las 10 mayores empresas de transporte marítimo del mundo (de acuerdo a capacidad de contenedores), y probablemente tratará de salir a flote ofreciendo un paquete accionario a un tercero y capitalizando la compañía en al menos US$ 300 millones.
Los próximos pasos quedaron pendientes el miércoles pasado. Los presentes acordaron volver a reunirse este fin de semana en la casa de Arturo Claro. En las semanas que vienen se contratará a un banco de inversión para que contacte a probables interesados en la hoy complicada naviera.
Mientras tanto, Claro Fernández -actuando como presidente subrogante- junto a la plana mayor de la compañía deberán iniciar los contactos con los bancos a los cuales CSAV adeuda importantes sumas. La idea, asegura una fuente cercana al vicepresidente de la firma, era iniciar las conversaciones de inmediato. "Ojalá esta misma semana", asegura. El primero contactado será el banco francés Paribas, uno de los mayores acreedores de la empresa.
La tormenta perfecta
Desde su abordaje en la compañía que su hermano Ricardo controlaba desde los años 80, al ingeniero civil Jaime Claro Valdés (74) le costó encajar en el estilo de la Sudamericana.
Tras una exitosa carrera en el trading de metales en EE.UU., llamó pronto la atención de los profesionales y ejecutivos de la compañía por su estilo informal, su trato directo y la franqueza para plantear los temas.
Hombre de pocas palabras, pero de trato cordial, Jaime Claro se había formado profesionalmente a la usanza "gringa", amasando una importante fortuna en el negocio de la compra y venta de commodities y cerrando negocios a la velocidad de los mercados norteamericanos. Una vez en la Sudamericana, si bien seguía de cerca los vaivenes del rubro marítimo, sólo se relacionaba con la empresa cuando se realizaban las juntas anuales y se repartían los dividendos que su participación en la propiedad accionaria (cuya cuantía sigue siendo un misterio incluso para los más cercanos) le reportaba.
La sorpresiva muerte de su hermano, en octubre de 2008, lo obligó a trasladarse de un día para otro desde la comodidad de su vida en Nueva York para instalarse en Hendaya 60, Santiago.
Hombre al agua
En la compañía había imperado hasta entonces un estilo de gran sobriedad. El trato hacia Ricardo Claro, presidente de la firma desde los 90, se manejaba con un formal protocolo rigurosamente transmitido por décadas entre los distintos estamentos, y que lo transformaba en una figura de muy difícil acceso.
Pero el estilo de Jaime era completamente diferente. El nuevo presidente se instaló en una pequeña oficina, declinando usar el imponente despacho de su antecesor, y se preocupó de cultivar una relación más horizontal con la plana ejecutiva. Solía almorzar un sándwich en su oficina y se quedaba hasta muy tarde estudiando la situación de la compañía.
Su contraparte en la empresa, como representante del controlador, era su cuñada, María Luisa Vial de Claro, con quien nunca tuvo mucho contacto ni intereses comunes. Desde luego, eso no era un problema mientras él vivía en Estados Unidos, pero su repentino aterrizaje como nuevo presidente de la firma marítima, en medio de la peor crisis de la historia registrada por la Sudamericana, agudizó las diferencias entre ambos hasta un punto crítico.
"Jaime es un tipo pragmático; para él lo importante era sacar adelante a la empresa a como diera lugar", dice un asesor histórico del grupo. "La señora María Luisa, en cambio, es la depositaria del legado de su marido y siente que lo más importante es que la compañía se mantenga en manos de la familia". Para ello contaba con los consejos del abogado de su esposo, José María Eyzaguirre -junto a su hijo, Cristóbal Eyzaguirre Baeza-, y del íntimo amigo de la familia, el también abogado Juan Agustín Figueroa.
Claro Valdés y María Luisa Vial navegaban con diferentes cartas. Cuando las aguas financieras comenzaron a agitarse, el desastre fue inevitable.
En busca del salvavidas
En el mercado se les conoce como "los primos". Jaime y Arturo Claro, Valdés y Fernández, compartían no sólo lazos sanguíneos, sino convicciones sobre cómo manejar el timón. Hacía meses que venían sosteniendo que la opción que enfrentaba la compañía era "incorporar un socio o cerrar la cortina". Sin embargo, cercanos a Claro Fernández puntualizan que él "nunca fue partidario del ingreso de un socio así como así. En su opinión, el ingreso de un tercero debiera significar un aporte efectivo en términos de negocios y que ayude a la expansión de la Sudamericana".
Del otro lado, el gerente general, Juan Antonio Álvarez, considerado el delfín de Ricardo Claro -y hombre de mayor confianza de María Luisa Vial en la CSAV-, se oponía a esta solución. "Él insistía que la firma podía salir de esta crisis por sí misma", señala un alto directivo.
De hecho, durante el 2010 se implementaron varias medidas en ese sentido. Se adquirió una serie de agencias encargadas de comprar espacio en los barcos -algo que, si bien disparó los costos en el período anterior, a futuro permitirá mayor injerencia en el cobro de tarifas-; se vendieron algunos activos, se redujo la plantilla de personal en 600 personas y se mandató a construir cuatro barcos a astilleros asiáticos para tener una capacidad mayor de flota propia.
Jaime Claro estaba a kilómetros de distancia, en Lima, pero su figura rondó el directorio del miércoles. Mal que mal, era su fórmula, rechazada antes por el accionista mayoritario (la Fundación Claro Vial), la que se estaba imponiendo.
Pero eso no bastó. Pese a terminar el año pasado con cifras azules, los flujos de caja no se incrementaron de la forma en que se esperaba y los acreedores comenzaron -tal como ocurrió en 2009- a apretar a la empresa. El corolario vino desde Medio Oriente, cuya crisis puso en jaque uno de los principales insumos de cualquier industria de transporte: el petróleo. Con un crudo a más de US$ 100, no sólo habrá que subir el cobro por los fletes, dicen en Hendaya -lo que permitirá aumentar los ingresos-, sino que es muy probable que ralentice el tráfico marítimo en algunas rutas.
Fuentes informadas afirman que las pérdidas estimadas para los tres primeros meses del 2011 fluctuarían entre US$ 30 millones y US$ 50 millones. Sobre la compañía penden, además, tres pagos por cerca de US$ 20 millones que Sudamericana debe abonar a la coreana Samsung en abril, mayo y junio, por los barcos adquiridos a fines del año pasado. Y aunque las perspectivas para lo que resta del año dependerán de cómo se resuelvan los conflictos en los países productores de petróleo, la incorporación de un nuevo actor a la propiedad de la empresa es prácticamente ineludible.
Lo más probable es que ello se concrete en el aumento de capital -que debiera decidirse en las próximas semanas- sobre todo porque algunos de los accionistas han comenzado a perder la paciencia frente a una inversión que no rinde como se esperaba y con un controlador con diferencias internas evidentes para todos quienes conocen de cerca la Sudamericana de Vapores.
Por lo pronto, y tras la salida de Jaime Claro -quien debiese volver a Chile en los próximos días-, el directorio debe elegir a un nuevo presidente, lo que debiera producirse en la próxima junta de accionistas. Las apuestas respecto a quién ocupará el sillón apuntan a Arturo -quien en la reunión del miércoles planteó que no estaba convencido de asumir esa responsabilidad-, y Juan Antonio Álvarez, quien se transformaría en una especie de gerente-presidente. De toda la primera línea de CSAV, es él quien mejor conoce el día a día de la empresa y el negocio del transporte marítimo.
Como sea, la figura del menor de los Claro Valdés seguirá rondando la mente de los accionistas. Pese a la molestia que existe entre varios de ellos por la forma en que renunció a sus funciones (la califican de abrupta), nadie pone en duda que quien logró rescatar a la naviera en sus 27 meses de gestión fue el ingeniero de la familia. "Arturo Claro y Juan Antonio Álvarez, junto con la gerencia de Finanzas de la Sudamericana, fueron decisivos para lograr el rescate de la empresa", sostiene un miembro de la mesa directiva. "Pero -agrega- el aporte de Jaime Claro y el impulso que puso en solucionar la crisis son indiscutibles".