Por Emilio Maldonado Abril 21, 2011

© Mabel Maldonado

El 21 de marzo, en pleno equinoccio de otoño, James  Pryor (77), alto, canoso y de sonrisa fácil, realiza un extraño ritual en sus viñedos.

Durante meses ha preparado "infusiones", a base de azufre, magnesio, ortigas, hierba valeriana y otras plantas. Las ha puesto en bolas de greda que ya suman 120.

Cuando llega la fecha en que el día y la noche duran lo mismo, y aprovechando una supuesta carga energética, James hunde los 120 pequeños recipientes bajo tierra. Siguiendo consejos de agricultores locales, este ex empresario tejano -convertido en agricultor hace una década- asegura que las infusiones que durante meses reposan bajo tierra son la forma natural para combatir las plagas que podrían afectar sus plantaciones de uva.

James Pryor tenía un grupo de telecomunicaciones en Canadá. Era el controlador de Moffat Communications y bajo su tutela había seis radios AM, otras cinco en frecuencia modulada y un par de estaciones de televisión, sin mencionar la operadora de cable de la cual también fue propietario. Tenía una buena vida, pero se aburrió. A fines de los ochenta, decidió listar la compañía en la Bolsa de Toronto, para poder salir de la empresa. Vendió la totalidad de los títulos y se fue a viajar.

Dejó de lado los celulares, las reuniones con banqueros y todo lo relacionado con sus empresas. De ese pasado nada queda.

El nuevo Jim, como le dicen sus amigos, apenas tiene un antiguo teléfono móvil. Para manejarlo debe instalarse en el marco de una ventana de la casa que él mismo levantó: es el único modo de captar la siempre esquiva señal en medio de los cerros.

Duerme en una casa de madera y los lluviosos parajes de la Columbia Británica fueron reemplazados por el árido Punitaqui.

Allí, sin un computador que le organice la vida, a cambio con una pequeña libreta gris donde lleva un registro de lo que necesita día a día, vive James. Un nativo de Texas, que dejó Estados Unidos para formar un conglomerado mediático en Canadá, y que luego de un periplo que incluyó el sudeste asiático y las Antillas Británicas, abandonó todo y se radicó en Chile.

Hoy se dedica a cultivar uvas orgánicas en un campo de 120 hectáreas y con un método diseñado por él. Comenzó en el 2000 y no tiene idea de cuándo dejará de hacerlo.

Una mediagua en Punitaqui

Desde inicios de la década pasada que este norteamericano, el "gringo loco" como lo llaman, ha construido su mundo en una de las laderas de la Región de Coquimbo. Como muchas otras cosas en su vida, la historia de su campo, el fundo AguaTierra, es producto del azar.

En medio de su campo, él se desentiende de cómo marchan sus finanzas. Cada tres meses, sus asesores en Suiza le mandan un reporte. En el último, le recomiendan comprar títulos de empresas sanitarias. "Creo que tienen razón", dice.

Bajo la sombra de su patio techado, mientras mordisquea uno de los choclos cosechados en su huerta y que ha preparado para el almuerzo, James no sabe por dónde comenzar.

Recuerda que viajó a Chile en 1999 para pasar unas vacaciones en Tongoy. Ahí se enamoró del país y, más tarde, de la chilena Ana María Álvarez. En su paso por el Norte quedó sorprendido con el país. Supo que tenía que armar algo en esa zona. La luz que recibían los valles lo cautivó. Quizás la misma luminosidad que le recordaba su infancia en Amarillo, un pueblo al norte de Texas.

Indagó y llegó por cosas del destino al sector de El Ciénago, en Punitaqui. Había un campo a la venta. En septiembre de ese año firmó la escritura.

Nuevamente por casualidad, Pryor situó su campo justo sobre el acuífero del estero Punitaqui, el más generoso de la zona. Sus cuatro pozos, todos de 50 metros de profundidad, apenas han bajado seis metros a causa de la sequía. No ha llovido en diez años en la zona, pero "el gringo Jim" tiene agua para rato.

Ahí construyó una mediagua, la cual fue poco a poco ampliando. Hoy, la estructura inicial aún se mantiene en pie y es su dormitorio. El campo, al igual que su vivienda, también ha ido transformándose. Flanqueado por tres cerros, las 120 hectáreas comienzan a llenarse de verde. Ya hay 32 hectáreas de vides plantadas y prepara el terreno para otras 18.

En AguaTierra el cabernet sauvignon, el carménère y el syrah son los reyes. Desplazaron incluso a las 15 hectáreas que en 2004 había sembrado con mandarinas. Fue un intento fallido, explica. También el huerto, instalado originalmente a los pies de su casa, debió trasladarse. Era el terreno perfecto para las vides, y las hileras con choclos, lechugas y hasta jengibre debieron ceder el espacio. Hoy, como forma de surtir la alimentación de él y las seis personas que viven en su fundo, vuelve a levantarlo. "Cualquiera puede sacar lo que quiera de él", afirma.

La actual producción, consistente en 325 mil toneladas de uvas, que en estos días están en plena cosecha, ya está vendida íntegramente a la familia Guilisasti. Los enólogos Guillermo Sánchez y Matías Ríos, ambos de Cono Sur, visitan periódicamente al "gringo". Controlan la calidad de la materia prima que este agricultor produce. Es su puerta de entrada a los exigentes mercados europeos. James, gracias al aprendizaje que ha tenido en la tierra, cosecha uvas 100% orgánicas. El aval para la certificación de cualquier vino al exterior.

Le dicen gringo loco

Los lingotes de oro en Suiza

Desde que se crió en Amarillo, al norte de Texas, James supo que no permanecería mucho tiempo ahí. Se autodenomina rebelde, y apenas pudo se inscribió en la Academia Militar. Era su pasaporte fuera de Texas.

En el servicio militar viajó por el país. En San Francisco conoció a su primera esposa y se trasladaron a Dakota del Norte. Ella lo llevaría a Canadá, donde su padre tenía negocios en las telecomunicaciones. A su muerte, fue James quien administraría las empresas del suegro, desatando una competencia con su cuñado. La compañía creció, pero Pryor no estaba a gusto. Quería salirse del conflicto familiar y decidió poner todo en la Bolsa.

Parte del dinero recaudado lo mandó a Suiza. El Credit Suisse se haría cargo de la fortuna. Invirtió primero en lingotes de oro, los que compró a US$ 300, recuerda. Con el resto de su capital se compró un barco y abandonó Winnipeg. Dejó tres hijos en Canadá y él navegó hacia Guam.

Se movió a Tailandia, cruzó a Europa y atracó en el Mediterráneo y el Báltico. Miró en el mapa el mar Caribe y para allá dirigió las velas. En la isla de Anguila, en las Antillas Británicas, compró casa y se radicó por un tiempo. Hoy sigue siendo residente de esa colonia. "Me gusta el clima y no hay impuestos", ríe mientras pregunta quién quiere café.

Fue ahí que decidió volver a Norteamérica. Los roces con su cuñado, que lo motivaron a salir de su querida Canadá, le mostrarían otro camino. James comenzó a hacer asesorías a empresas familiares.

En ese período, en medio de la década de los noventa, fue que él dio la orden de vender el oro. Quería acciones que diversificaran su portafolio. Se quedó con algunos activos en el precioso metal, pero el grueso de la inversión quedaría en Exxon Mobil, Microsoft e Intel. "Me gustan las empresas que dominan el mundo, tienen potencial de crecimiento", afirma. Por la misma razón fue que compró papeles de la chilena SQM. No por ser de Chile, aclara, sino porque controla la mayor parte de los depósitos de litio del mundo.

En medio de su campo, él se desentiende de cómo marchan sus finanzas. Cada tres meses, sus asesores en Suiza le mandan un reporte. En el último, le recomiendan comprar títulos de empresas sanitarias. "Creo que tienen razón", dice.

Sin colorantes ni preservantes

Pryor está decidido a no usar ningún tipo de pesticida en sus cultivos. La reputación de orgánica y biodinámica de su producción debe mantenerse a toda prueba, declara, como una suerte de decálogo inamovible. Por eso sus extraños maridajes de distintas cepas, los cuales une con composta a base de guano. El destino final de las infusiones va directo a sus parras que mantiene en invernaderos. Son 135 mil plantas que, una a una, son untadas con esta amalgama entre guano y distintas hierbas. También las mezcla con cráneos de vacuno y cachos de cabra. "Se muelen y también van a las mezclas", relata James. Cualquier nueva fórmula o idea, va a parar a su libreta de bolsillo.

Por ahora son las herramientas con las cuales combate las plagas. "Aún no he dado con la fórmula para atacar el 'cabello de ángel', que absorbe los nutrientes de la planta", señala. Le gustaría producir su propio polisulfuro de calcio, un mineral conocido por su eficacia para sanitizar las vides. Pero por impedimento de las autoridades sanitarias, debe importarlo desde China.

Para probar que sus uvas son de calidad, produjo dos mil botellas de vinos. En el garaje de un amigo, en San Felipe, lo embotelló y de esa cosecha de 2008 sólo le quedan cien. En el futuro, cuando tenga más hectáreas plantadas, espera sacar una nueva edición.

Eso será más adelante. Por ahora, al caer el sol en el valle, James piensa en las tareas del día siguiente. Saca su libreta gris, la misma que les ha repartido a sus trabajadores para que hagan sus labores, y anota las ideas que se le ocurren. Mañana intentará ejecutarlas.

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