Empresas: La gran migración
Este año la industria lo ha convertido en la prioridad inevitable: adiós a los grandes servidores alojados en las empresas, adiós a los grandes discos duros. El cloud computing, ya está cambiando los procedimientos -y las preocupaciones- de las grandes compañías.
[ Por Emilio Maldonado ]
Septiembre del año pasado. Lagos, la ciudad más poblada de Nigeria, comienza a vivir una silenciosa revolución tecnológica. Curiosos clientes llenan las tiendas de la ciudad ante la promesa de aparatos de última generación a precios populares. Meses antes, la empresa china Huawei -uno de los mayores fabricantes tecnológicos del mundo- había anunciado la creación de un teléfono inteligente cuyo costo no superaría los cien dólares, y lo lanzaría en países pobres. Nigeria sería el punto de partida.
Por unos 12.000 nairas -menos de los cien dólares prometidos-, los habitantes de Lagos compraron un teléfono cuyas características sólo podían tener, hasta ese entonces, los más ricos. Cualquiera podría acceder a internet, gracias al sistema operativo Android (creado por Google) instalado en el pequeño aparato. Los nigerianos podrían subir fotos a la red y compartir contenidos con otros usuarios. África sería, tal como ocurrió con la diseminación de los humanos hace cinco millones de años, el punto de partida de un gran cambio cultural: la masificación de los contenidos virtuales en la llamada nube.
Nombrada por primera vez en la revista estadounidense Wired, en un artículo de octubre de 2006 que describía -y predecía- el futuro de la organización de la información en internet, la nube era la promesa de un futuro sin cables y sin computadores (sólo con terminales), y removió los cimientos de los grandes productores de procesadores. En poco tiempo no habría necesidad de tener discos duros, salvo un equipo que permita acceder a internet. Toda la información, los documentos bancarios, la contabilidad de una empresa, los archivos judiciales de un país y las fotos de la infancia de un ciudadano común y corriente, flotarían juntos en el ciberespacio, gracias a una arquitectura informática simple y compartida. Menos de cinco años después, entre críticas y suspicacias por la seguridad de mantener todo en "el aire", el boom tecnológico está por estallar.
Un computador sin cabeza
El que Google se haya aliado con Huawei para masificar los smartphones en África no es casualidad. Desde Mountain View, donde operan las oficinas centrales de Google en California, se siguió de cerca la llegada de los aparatos a las tiendas nigerianas. Durante el segundo semestre de 2011 se espera que por primera vez, a nivel mundial, la cantidad de teléfonos inteligentes y tablets (como el Galaxy o el iPad) supere en cuantía a la de computadores y notebooks. Será el comienzo de la supremacía de los equipos móviles y de bolsillo, los cuales servirán de entrada al mundo virtual. De ahí el interés de Google por entregar acceso expedito a través de equipos de menor costo. Sin estos puertos, la promesa de la nube se desvanecerá en medio de un día soleado. A mayor número de terminales, más habitantes en el ciberespacio. Y quien domine el acceso a la web será el dueño de la nube. De ahí el lema de la compañía: "Mobile first". Lo móvil será la prioridad, como vehículo hacia la nueva autopista.
Ahí estará todo. En compañías como Google, Amazon o Microsoft, líderes en la creación y masificación de la nube ya hablan del nuevo servicio básico. Al mismo nivel que el agua, el gas y la electricidad en los hogares.
No se necesitarán computadores como los conocemos. Tal como hace un siglo las casas tenían su propia generación de electricidad, y hoy sólo requieren de una conexión a la red pública, en el futuro sólo habrá máquinas que suban al usuario a la red. Google ya lo entendió y comenzó la fabricación del Chromebook. Sin disco duro, en ocho segundos puede estar encendido y en la nube. Ahí se podrá subir y trabajar en los documentos, sin necesidad de instalar programas, ya que la red tendrá todo. Los primeros chromebooks -que en América Latina veremos a contar de 2012- ya han comenzado a circular para su testeo entre especialistas. Y la principal duda que destacan no está en el aparato, sino en el "sistema": para que la nube sea confiable, necesitamos la certeza de poder acceder a ella. En otras palabras: el problema no está en el cielo, sino en el camino.
El cloud computing hasta ahora tuvo a las personas como sus primeros adeptos, pero ya comienza a permear en las empresas, con la promesa de menores costos y rapidez en la entrega de información. Sólo basta un aparato conectado a la red móvil 3G o internet.
Un negocio en el aire
La nube es algo que ha estado entre los internautas desde que se lanzaron los servicios de almacenamiento de archivos, visionado de películas, música, videos, etcétera. Es poder acceder a información desde donde uno quiera, lo que permite, por ejemplo, arrendar películas sin descargarlas de la red. Es la premisa básica del cloud computing: domésticamente no es muy distinto a acceder a documentos desde su cuenta de Gmail, el correo de gran capacidad de Google, que luego complementó con ese procesador de textos omnipresente que es Google Docs. Guardar archivos sin tener que transportarlos físicamente es posible desde hace años.
Ahora la meta de los principales actores de la industria es la masificación.
Por cada trabajador conectado, una empresa paga US$ 50 al año. Con los pies en la tierra, es decir, con servidores, computadores, software y las licencias de los programas en cada computador, el costo se cuadriplica.
Pero esto va mucho más allá del almacenamiento. Y se complejiza cuando se quiere, por ejemplo, manejar las cuentas de correo de toda una empresa, administrar un sitio web, compartir datos, tener servidores en línea y hasta manejar las telecomunicaciones.
Es una posibilidad que seduce a las grandes compañías, que hasta ahora debían contar con pesados servidores en sus edificios o comprar cada año la última versión de un software.
Las primeras cifras conocidas del negocio lo avalan. Por cada trabajador conectado, una empresa paga US$ 50 al año. Con los pies en la tierra, es decir, con servidores, computadores, software y las licencias de los programas en cada ordenador, el costo se cuadriplica. En poco más de un año desde su masificación, más de tres millones de compañías alrededor del mundo han optado por este sistema sólo con Google, uno de los grandes proveedores.
En Chile, compañías como LAN, Concha y Toro, Copec, Parque Arauco, Rotter & Krauss y Masisa, entre otras, están "en el aire". Son parte de las tres mil corporaciones que a diario se suman a esta tendencia en todo el mundo, principalmente atraídas por los menores costos y mayor acceso. América Latina suma el 8% de los usuarios corporativos del orbe.
Los gobiernos también comienzan a entender el fenómeno. Las administraciones de las ciudades de Los Ángeles y Orlando, en Estados Unidos, ya tienen toda su documentación en la nube. En Chile, el municipio de Providencia ha sido el pionero, emulando acciones de sus pares en México y Brasil.
Seguramente nublado
Pero la nube, incluso en un vertiginoso desarrollo, presenta un gran obstáculo para su masificación: la seguridad.
El mayor temor de los clientes, especialmente de las empresas, es ceder toda la información a "alguien" que la maneje de manera remota. "Todos quieren saber dónde están sus archivos o quién los ve", dice el director de Ventas de Google Enterprise, Antonio Luiz Schuch, quien asegura que la compañía nunca ha sufrido la filtración de alguno de sus archivos. De ello dan fe los 300 millones de usuarios que operan con Gmail o las tres millones de corporaciones arriba de la nube.
Más segura que un pendrive o un notebook, elementos propensos a pérdidas o robos, los archivos en formato cloud computing cuentan con severas normas de inviolabilidad.
Empresas como Microsoft, Amazon o Google se someten constantemente a controles de los sistemas de seguridad. Auditorías como la SAS 70 o la Fisma, aplicada por el gobierno de Estados Unidos, tienen como misión que hayan filtraciones o colapsos. En otras palabras, que la nube no transforme la información en lluvia.
Con la reciente pérdida de los datos de casi 77 millones de usuarios desde la PlayStation Network de Sony, los temores revivieron. Por lo mismo, cada documento o contabilidad de una empresa que se guarda en el sistema se divide en millones de partes, cada una de las cuales es almacenada en uno de los miles de data centers dispersos por el mundo. Si alguien ingresara a uno de ellos y robase información, sólo tendría una porción de cada expediente.
Y, como tercer cortafuego, existen compañías satélites a los proveedores de la nube, que fortalecen los sistemas de seguridad. Una de ellas es la chilena Soluciones Orión. Formada en 1999, hace cuatro años comenzó a migrar hacia el actual modelo, conscientes que los usuarios requerirían de un nuevo tipo de resguardo. "Si hoy vemos a las tarjetas perforadas donde se guardaba la información como parte del pasado, pronto veremos a los discos duros como piezas de museo", asegura el gerente general de la firma, Andrés Cargill, quien tiene la misión de certificar que los protocolos de control de los documentos en la nube de Google, se cumplen. La nube, tan etérea como concepto, tiene más protección que los muros de un castillo.
Cinco años han pasado desde que se nombró en la prensa a la nube. A meses de cumplir su quinto aniversario, el modelo ya se ha propagado como la peste, y promete ser la nueva revolución tecnológica -y comercial- del siglo XXI.
El cielo chileno
Hasta ahora han sido los usuarios, principalmente jóvenes, quienes en Chile han migrado al cloud computing. Las empresas de telecomunicaciones han masificado el concepto en el país, entregando principalmente servicios de almacenamiento de datos y manejo de cuentas de correo electrónico. Pero es sólo el comienzo.
En Movistar, una de las primeras firmas que introdujo el concepto en el país, tienen una teoría: para llegar al cielo -o en este caso a la nube-, no es necesaria una escalera larga, sino una carretera. Y quienes sean dueños de esas autopistas tendrán una ventaja sobre otros para dominar el naciente mercado de la nube.
De ahí el interés de las firmas de telecomunicaciones por entrar al mercado. Dueñas de las redes en Chile, ya van un paso adelante. Según el gerente de TI Empresas de Movistar, Luis Urzúa, se está comenzando a manejar, a nivel de usuarios, que las nubes pueden ser hechas a medida de cada necesidad. Si un mes requerirá más capacidad de almacenamiento o procesar mayor cantidad de datos, "compra" más espacio. Y ahí las compañías están para responder.
Lo mismo en Entel, aunque esta última con foco netamente en empresas. Hace diez meses empezaron a ofrecer servicios en la nueva plataforma y la respuesta ha sido rápida, principalmente por los menores costos y agilidad en la implementación. Mientras instalar servidores y adaptarlos a cada cliente tomaba meses, hoy se hace en días, como relata el gerente de Productos TI de Entel, Fernando Norero.
La nube
Tecnología: El año en que se nubló
Algunos de los servicios "nube" existen desde hace años. Pero la industria tecnológica mundial apuesta a que 2011 será el año decisivo.
[ Por Alejandro Alaluf, periodista especializado en tecnología ]
Este texto fue redactado desde la nube, en un documento alojado en Google Docs. No fue necesario tener instalado en el computador un programa de redacción. Incluso, a ratos fue editado "en tiempo real" con la complicidad de mi editor. Yo en mi oficina y él en la suya, a varios kilómetros de distancia. Es cierto: esto pudimos hacerlo el año pasado. Y el antepasado. ¿Por qué, entonces, en 2011 las grandes compañías de tecnología del mundo han decidido adoptar el concepto de "la nube" como su principal pitch de ventas?
Veamos: Google, probablemente la compañía que más ha empujado el concepto, ofrece casi todos sus productos desde internet, sin la necesidad de descargarlos: documentos, e-mail, fotos y, recientemente, música.
El caso de Amazon hizo noticia hace muy poco. Luego de inaugurar Cloud Drive, su tienda musical en la nube, el popular sitio de compras puso a la venta el disco de Lady Gaga a sólo 99 centavos de dólar. El sitio, claro, colapsó. Pero a la larga fue el mejor indicio de que habían hecho lo correcto. Y de paso, le dieron un buen palo a Apple.
Y la compañía liderada por Steve Jobs no se quedó atrás: acaba de anunciar su servicio iCloud, que presentará la próxima semana, y que seguramente complementará los productos de iTunes con la nube. Probablemente será un servicio de streaming para música -Apple ha cerrado tratos con casi toda la industria discográfica- o replicará la arquitectura de Dropbox para almacenar y compartir archivos. Como sea, Apple necesita ganar terreno en esto, siendo que hasta ahora sus intentonas -MobileMe, iDisk, Ping- no han dado muchos frutos. Y es acá donde se van a desarrollar las próximas guerras tecnológicas.
La nube hipertrofiada
En el interior del Venetian Hotel & Casino, en Las Vegas se desarrolló hace unas semanas el evento anual de EMC, empresa norteamericana fundada en 1979 que se especializa en la manipulación y almacenamiento de datos, servicios e infraestructuras virtuales de hardware. Es parte de Fortune 500 y de la Financial Times Global 500. El eslogan de su evento era "Cloud Meets Big Data". Y la idea fue confirmarle al mundo que, a través de distintos servicios, posibilidades y tendencias, la nube es a donde todos están apuntando. A la virtualización, pero también a la posibilidad de acceso desde cualquier parte: la nube como el gran disco duro. Mal que mal, EMC y otras empresas del rubro como Citrix, SAP, IBM u Oracle están detrás de lo que la mayoría de los ciudadanos utiliza, como Google, Apple, Microsoft, Dropbox o Amazon.
Según uno de los conferencistas, la tendencia se podría resumir en tres puntos: estructura de la información, desarrollo de aplicaciones y acceso para el usuario final.
A eso le podemos sumar que gracias a la nube, la tendencia apunta a la eliminación de los formatos físicos. Tal como ha sucedido con los libros (con el boom de los e-books), la industria musical y sucederá con la industria del cine y de los videojuegos (el exitoso caso de Steam). O sea, las colecciones físicas desaparecerán.
La interrogante es si estamos preparados para sacarle todo el provecho que promete. En principio, pareciera que sí. Sin embargo, el sistema aún no es perfecto. Tan sólo en los últimos meses hemos sido testigos de plataformas que por diversas circunstancias se han visto amenazadas a causa de la vulnerabilidad del sistema. Por otro lado, ¿Qué será del Chrome Book sin una conexión a la red?
Desconectado, caído del cielo, no sería más que un caro pisapapeles.
Ciencia: Sin límite imaginable
¿Cómo se hace investigación en un mundo que ofrece una enorme memoria compartida para almacenar datos? Así es la ciencia en la nube.
[Por Andrés Gomberoff, vicerrector de Investigación y Doctorado de la UNAB]
Antes vivíamos una carrera por tener mayor poder de almacenamiento y procesamiento de datos en nuestros computadores. Hoy, la dirección ha cambiado. Lo que tenemos en nuestras manos cada vez es más similar a un simple monitor: las aplicaciones y el almacenamiento están en la nube.
La memoria disponible en la nube es enorme. Así, la posibilidad de almacenar datos se vuelve prácticamente ilimitada, lo que nos permite guardar todo el flujo de datos de un experimento, sin procesarlos, en su estado bruto. Éstos pueden luego dejarse a disposición, digamos, de científicos de todo el planeta para estudiarlos.
Éste es un desarrollo natural de especialización. Almacenamiento y procesamiento son externalizados en manos de especialistas: en una época cultivábamos tomates; luego los comprábamos y hacíamos la salsa. Hoy compramos la salsa.
Pero hay una diferencia fundamental: las propiedades emergentes de este organismo que llamamos la nube nos entregan extraordinarias herramientas. En particular para el avance de la ciencia. De hecho, la web nació en el CERN, el famoso laboratorio de física de partículas que aloja al Gran Colisionador de Hadrones (LHC) en Ginebra. La motivación que empujó este desarrollo fue la necesidad de compartir información entre los científicos de distintos laboratorios en todo el mundo. En 1989, el físico Tim Berners-Lee del CERN escribió la propuesta fundacional de la World Wide Web (WWW), que contiene los protocolos que estandarizaron el uso de internet y nos permiten conectarnos de modo fácil y amigable a través de esta red.
Desde entonces, la producción de datos científicos ha aumentado enormemente. Se espera, por ejemplo, que el LHC produzca unos 15 petabytes de datos anualmente, una cantidad sin precedentes para experimento científico alguno. Similarmente con las imágenes astronómicas o las secuenciaciones de genoma en biología, la proliferación de datos es más veloz que nuestra capacidad de procesarlos. La nube promete ayudarnos de distintas maneras a digerir el enorme e incesante flujo de información que experimentos en todo el planeta nos están entregando.
La minería de datos
En primer lugar, la memoria disponible en la nube es enorme. Así, la posibilidad de almacenar datos se vuelve prácticamente ilimitada, lo que nos permite guardar todo el flujo de datos de un experimento, sin procesarlos, en su estado bruto. Éstos pueden luego dejarse a disposición, digamos, de científicos de todo el planeta para estudiarlos.
Se trata de hacer "minería de datos", como hoy se le conoce. Alguien podría encontrar allí alguna gema preciosa que pasó desapercibida por los creadores originales del experimento. Otros podrían tomar los datos de distintos experimentos y compararlos, y así obtener resultados que ninguno de los experimentos individuales podría haber conseguido. Algunos han llegado a decir que esta capacidad actual esta poniendo fin a la ciencia tal como la conocemos, pues ya no harían falta teorías. En la enorme cantidad de datos siempre encontraremos patrones que nos permitirán responder a cualquier requerimiento. De acuerdo a este punto de vista, digamos, un canal de televisión puede programar su parrilla utilizando la infinidad de encuestas, ratings y costumbres de sus televidentes, que hoy tiene a su disposición, sin tener que recurrir a ninguna teoría de las comunicaciones o de marketing. Aquella, sin embargo, es una antigua y famosa falacia, que confunde correlación con causa.
Otro elemento interesante del trabajo científico en la nube es el de la posibilidad de procesamiento. Éste se puede dar ahora de modo colaborativo entre los distintos computadores de la red. Después de todo, unos cuantos millones de procesadores piensan mejor que uno. Así, los cálculos que se deben realizar con los datos para verificar teorías o hacer estadísticas se distribuyen en los distintos procesadores de la red. En proyectos como einstein@home uno puede colaborar desde su casa, transformando su computador en una neurona más de un gran computador que emerge en la nube. Mientras no se usa el computador, el salvapantallas toma el control y utiliza su procesador con el fin de usar datos del observatorio LIGO para encontrar evidencia de ondas gravitacionales. Con SETI@home se puede ayudar a encontrar transmisiones radiales de civilizaciones extraterrestres, y con Quake-Catcher Network se puede ayudar a entender y predecir terremotos.
El universo no es suficiente
¿Existe algún límite para el almacenamiento de datos? Claro. Si guardáramos un byte de información (un número del 0 al 255) en cada átomo del universo visible, podríamos guardar unos 10^80 bytes (10 elevado a 80), es decir, una cantidad inimaginable de información. De acuerdo a cálculos realizados por el físico Seth Lloyd del MIT, si pudiésemos usar incluso los campos gravitacionales para guardar información, podríamos llegar a unos 10^120 bytes. Piense en un archivo que contiene todas las combinaciones posibles de 140 caracteres (es decir, todos los tweets posibles). La mayoría será ruido ininteligible (como la mayoría de los tweets), pero también estarán todos los párrafos interesantes de esa extensión que se puedan concebir. ¿Qué tamaño tendría que tener ese archivo? Unos 10^141 bytes. El universo no alcanza para almacenarlos.
No debemos menospreciar la capacidad del cerebro humano para imaginar algo que no cabe en el universo. Quizás sea la mejor evidencia de que no importa el computador o la capacidad de procesamiento que tengamos, la ciencia seguirá requiriendo de la mirada creativa y épica que sólo este órgano le puede entregar. O quizás el futuro nos tenga una sorpresa mayor, y en esta nube cuya memoria y capacidad de procesar datos aumenta constantemente, nos encontremos un día una inteligencia superior que emerja. Una que después de saludarnos amablemente, cambie la historia de nuestra civilización para siempre. La misma posibilidad de imaginarlo, o soñarlo, es intrínsecamente humana. Y científica.
La nube
Cine: El cielo no puede esperar
Todo cambió con el VHS, con el cine en su casa. Pasamos por los DVD, por los torrents y los discos duros colapsados. Ahora volvemos a casa. A la nube.
[ Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta]
He sido cinéfilo desde siempre. Pienso en mi pasado y pienso en tal o cual película; pienso en tal o cual película y recuerdo qué sentía o en qué estaba en ese momento. Me acuerdo de afiches en mi habitación, lienzos pintados por Solís, críticas de cine recortadas, mis cuadernos, donde anotaba qué veía, dónde, cuándo, con quién. Pero hace años que no voy al cine. Veo mucho y por cierto que he ingresado cada tanto a las salas (sobre todo en época de festivales), pero cada vez menos. Y sin ser futurólogo, entiendo lo que cada vez más todos están hablando: el mundo es digital desde hace rato y, por lo tanto, el cine está en tu casa o la pantalla que elijas y todo vestigio físico será una cosa del pasado.
Es el pasado.
Antes de que llegara el futuro, el cine -las películas- estaba en todas partes. Públicamente. Se estrenaban todos los viernes (luego, los jueves), pero estaban de a dos y de a tres en los cines del centro, en los cines de barrio y en las playas, donde si uno era un poco alto, podía ver incluso las para mayores de 21. El cine, además, era un "panorama" (palabra antigua), algo que la gente hacía los viernes y los sábados. Incluso estaba en la televisión: la pantalla chica era eso, una pantalla chica. Y uno tenía Cine en su Casa o Tardes de Cine o Cine de Última Función.
Poco a poco las cosas fueron cambiando. La cinefilia y la forma de ver cine siguen cambiando, aunque quizás todas las nuevas oportunidades, todos los avances digitales son más gadgets que otra cosa, porque desde que llegó el VHS a nuestras vidas que algo impensable sucedió: el cine podía estar de verdad en tu casa y tu pieza.
Luego los VHS se fueron. Y llegaron los DVD. Y, para mí, se van: me están dando lata, algo me pasó con ellos, no los siento cercanos, me dan casi asco. Por eso quizás nunca fui un coleccionista de VHS, y si bien por un instante durante este siglo junté no pocos DVD, ahora me he pillado bajando .avis o .movs de películas que tengo en un librero.
Lo que siguió fue el torrent, caminos por donde encontrar y "bajar" películas que, quizás por viejos que somos, necesitamos transformar en algo tangible. Coleccionable. Un amigo cinéfilo guarda sus torrents en DVD que quema: 3 ó 4 pelis por disco, pero incluso esa idea, ordenada, limpia y económica, ya no es necesaria. Claro: incluso el cinéfilo más trend-setter reconoce la belleza de ciertas cajas de ediciones especiales y admira y respeta a la empresa Criterion Collection, pero ahora la idea de coleccionar está en jaque. Una colección supuestamente revela cosas de uno, pero ¿qué pasa cuando sabes que tienes casi todo lo que se ha filmado apretando un botón?
Quizás el tema ahora es saber seleccionar. Tener claro qué ver y cómo poder acceder a tanto en tan poco tiempo.
Porque ahora el cine está donde quizás siempre debió estar: en el aire. En las nubes. En ese lugar donde se arman los sueños, en una galaxia muy, muy lejana, en esa nube donde bailan Rogers y Astaire, en el cielo que al final no quiso esperar.
Como vivo en Santiago, mi acceso a www.netflix.com es cero. Por ahora. Deduzco que llegará algo parecido. Hay sitios como www.mubi.com donde te cobran poco por cada una y ahí encuentras el tipo de cintas que llegan a Cannes. Con Netflix (cine digital legal) basta apretar un botón en tu computador para que una película aparezca, vía streaming, en una calidad perfecta, en la pantalla de tu computador o de tu televisor. Es tal su éxito que más del 22% del tráfico de internet en los horarios peak de los Estados Unidos se debe a gente viendo películas vía este sistema. Ahí uno elige lo que quiere, cuando quiere. Se accede a la cinta pero uno no la "ve" . No la toca. ¿Es necesario tocar? Quizás ésa es la pregunta que separa el presente de lo que viene.
Algunos reclaman que el cable es viejo, algo del pasado, y que uno no puede elegir cuándo ver qué. Si uno quiere "ser más dueño de tu tiempo", se necesita pagar más vía video on demand. Otros dicen que la gracia del cable es el "efecto radio", es decir, que lo que les gusta es que aparezca Los puentes de Madison o algo de Jennifer Aniston que te parece algo parecido a un milagro de sincronía.
Ahora necesitamos estar siempre conectados. O a otros o a lo que sentimos como parte nuestra o es un componente claro de nuestra identidad (somos las películas que tenemos). Hasta hace poco implicaba viajar con tu pendrive, luego con tu disco duro portátil; ahora está la posibilidad que una nube -blanca, eléctrica, pero no tormentosa- esté arriba tuyo, estés donde estés.
Buena parte de la gente que conozco es adicta a www.cuevana.tv , un sitio made in Argentina, al que le tengo menos afecto porque, a diferencia de otros piratas, éstos hacen negocio y suben filmes sin permiso para lucrar. Lo que sí es cierto es que funciona, que está "casi todo", aunque los fines de semana colapsa. Mi lado pirata es más old-school y me gustan los sitios torrent o P2P donde hay algo mágico en la búsqueda de una cinta (lástima que me expulsaron de www.karagarga.net) y algo francamente epifánico cuando veo que, gracias a los computadores de decenas de freaks de todo el mundo, lo que quisiste descargar ya está listo y es tuyo y está alimentando a otros.
¿Es mío realmente?
Sí y no. No porque no lo pagué, pero sí porque está en mi computador y ahora en uno de mis dos mini discos duros (uno de 500 GB, uno plateado de 1 TB), aunque bajo tanto, a veces de manera compulsiva, que tiendo a borrar lo que vi inmediatamente para no sobrecargar los discos duros que están llenos de cosas que quizás nunca vea.
Pero sé que estoy atrasado. Sé que las cintas no hay que tocarlas para que existan.
Quizás mi propio sitio, Cinepata.com, tiene la culpa: sin que me diera cuenta, apostamos por "la nube" para no necesitar decenas de máquinas e inflar nuestros costos para poder subir cintas que no son masivas y así no tener que cobrar. Queríamos hacer un cine-arte lleno de cintas que pocos ven o pocos apoyan porque no están hechas mirando la taquilla. Pero para que resultara tuvimos que apostar-confiar en lo intangible. Para llegar a todos debíamos prescindir de la matriz. Ahora capto que incluso mis propias películas no las tengo en mi casa en ningún formato, excepto sus afiches enmarcados en vidrio. Pero estoy calmado: sé que están allá arriba, en alguna parte, disponibles cuando quiero, circulando, codeándose con otras en esta nueva bodega que se llama cielo.
Igual la idea de no tener nada cerca de uno me inquieta. Puedo vivir sin rollos de 35 mm, sin VHS, sin DVD, pero me cuesta no tener nada cerca de mí. Sé que eventualmente todo estará "en la nube" pero mientras tanto, tengo mis discos duros con lo que necesito en caso de emergencia, o en caso de viajes.
A veces uno necesita viajar con sus películas favoritas para sentirse más seguro, más en casa.
Pero no es sólo eso: ahora uno necesita -necesitamos- estar siempre conectado. O a otros o a lo que sentimos como parte nuestra o es un componente claro de nuestra identidad (somos las películas que tenemos, soy la suma de todo lo que he visto). Hasta hace poco, eso implicaba viajar con tu pendrive, luego con tu disco duro portátil, ahora está la posibilidad que una nube -blanca, eléctrica, pero no tormentosa- esté arriba tuyo, estés donde estés. Viajes o no viajes. Pero para muchos la confianza en la nube, en desechar tus discos duros o incluso tus DVD, se complica. ¿Puedo confiar? Estaré conectado siempre. Si todo el día andan diciendo que nos quedaremos sin energía. Si hay un terremoto o un apagón, ¿cómo me conecto?
La pregunta no es si la nube nos cambiará la forma de relacionarnos con nuestras posesiones, ahora intangibles, hasta hace poco motivo de colección y fetiche. La pregunta o el temor es otro: ¿y si llueve? ¿A dónde se va todo? ¿Dónde está en rigor ese cielo? ¿Importa? Acaso siempre el cine tuvo que ver con el cielo, con dioses, con la fe. Uno confiaba. Se ingresaba al templo, elegante o de barrio o hediondo y peligroso. El teatro siempre era el mismo: el telón nunca cambiaba de color. Era blanco y horizontal. Lo que proyectaban en él era lo que hacía que todo cambiara. No era lo que uno tocaba, era lo que uno no podía atrapar o tocar lo que te alteraba, movía y emocionaba.
Quizás las cosas no han cambiado tanto. El cine volvió a ser etéreo y las estrellas volvieron al cielo. A un cielo que siempre está arriba de nosotros.
La nube
Música: La Edición Ilimitada
La nube es el depósito ideal para un nuevo modo de relacionarse con la música: más ocupado en la vastedad y el libre acceso.
[Por Marisol García]
La mudanza de la caja al estuche fue un paso definitorio en la biografía del melómano que hoy vive su adultez. El estómago se apretaba mientras iban desarmándose aquellos CD comprados con fruición para ubicar discos y carátulas en estrechos bolsillos plásticos, más humildes de lo que uno hubiese querido. Adiós, estantería; bienvenido, case logic. Muchas de las mayores discotecas domésticas pasaron en los últimos años del muro al sobre, y el CD dejó de ser un objeto al cual rendirle adoración en un feo rack -y vaya que eran feas esas torres de metal o madera- para asumirse como un soporte vulgar llamado a cumplir con su función, y ya. Comenzamos entonces a recelar de quienes ostentan las interminables filas -idénticas- de sus CD impolutos como prueba de la profundidad de su afición. ¿Para qué?
Ahora esos estuches llenos de discos se han convertido, también, en un estorbo. ¿Cuándo fue la última vez que abrió el suyo? La antigua colección de discos es hoy una carpeta pesada dentro de un disco duro o una lista de títulos clasificados a nuestro gusto en el iTunes. La música grabada se ha independizado del soporte, y se presenta ante nosotros como lo que siempre fue: información codificada, dispuesta a ser reproducida del modo que más le acomode al usuario. "Llegará el día en que la música sea como el agua potable o la electricidad", predijo en 2002 David Bowie, quien por visionario no se queda. La música, efectivamente, está hoy ahí, a nuestro alcance, para que accedamos a ella incluso si nunca la hemos pagado (YouTube, Grooveshark, Last.fm, radios online), o gracias a que un costo pequeño nos permite tenerla al alcance siempre, sin límite espacial, de capacidad ni de catálogo (Spotify, iTunes, Rhapsody).
La nube como depósito de música funciona desde una lógica diferente a los servicios recién nombrados, pero jamás hubiese surgido de no existir el antecedente de éstos. La pérdida de prestigio del CD como soporte y el barrido casi hegemónico que consiguió el MP3 para dispositivos musicales portátiles terminaron teniendo un efecto inesperado: el modo de acceder a la música pasó a ser más importante que dónde guardarla. Décadas de una cultura melómana basada en la colección y el fetichismo terminaron frente a una generación para la cual la afición a la música es un asunto de acumulación sino de amplitud, que no es lo mismo: jóvenes que ya no se compran discos, pero que pueden hacer cruces cómodos e infinitos entre géneros y épocas como antes lo conseguían sólo los más aplicados.
La inútil piratería
En esta nueva demanda de abarcadura, el depósito adquiere una importancia crucial: ya que no puedo contener una discoteca infinita en casa, necesito a alguien confiable que la comparta conmigo cuando y donde yo la necesite. La nube es, por lo tanto, mi dealer musical, aunque sin operadores clandestinos ni teléfono secretos.
Décadas de una cultura melómana basada en la colección y el fetichismo terminaron frente a una generación para la cual la afición a la música no es un asunto de acumulación sino de amplitud, que no es lo mismo: jóvenes que ya no se compran discos, pero que pueden hacer cruces cómodos e infinitos entre géneros y épocas como antes lo conseguían sólo los más aplicados.
Pese a los recientes anuncios de Amazon y Google (a los que dentro de días se les unirá Apple con su iCloud), la nube mejor pensada sigue siendo la de un modelo tipo Spotify, proveedor musical que funciona desde octubre de 2008 con enorme éxito (más de un millón de usuarios) en siete países de Europa: España, Francia, Inglaterra, Holanda, Suecia, Noruega y Finlandia. Según Business Insider, el sistema "aniquilará a iTunes una vez que comience a funcionar en Estados Unidos".
La idea original de sus gestores fue ofrecer una alternativa legal y libre de conflictos a la ya inesquivable demanda popular por descargar música de internet. Su sistema de streaming deja a todos contentos: el auditor escucha en su computador lo que quiere y cuantas veces quiere (todas las grandes discográficas son parte del sistema), y el administrador de derechos se asegura que nadie está grabando ni compartiendo nada. No hay venta entre terceros, no hay lucro indecente, no hay piratería; porque, simplemente, no es necesario. Los usuarios registrados pueden acceder a cuentas gratuitas (publicitadas) o pagadas (sin avisos, con mejor calidad de bits y acceso offline). Tal como una radio, parte de las ganancias de la compañía pasan a los sellos por concepto de derechos. Desde hace unos meses "Spotify Premium" permite escuchar lo que se pida también en celulares, coordinados por wifi con el propio iTunes.
La nube de Amazon es, automáticamente, más estrecha que el modelo anterior. El usuario cuenta con un depósito limitado (gratis hasta los 5 GB) que contiene sólo aquello que el cliente ha depositado o comprado previamente. Los archivos de Amazon Cloud son reproducibles en cualquier computador, teléfono Android o tablet. Pero se trata de un streaming limitado a la propia discoteca, en el cual engrosar los archivos cuesta dinero y tiempo. Por lo demás, requiere cierta temeridad confiarle la propia música a un servicio externo y no mantener un respaldo. Y si el respaldo ya existe, ¿para qué necesitamos la nube de Amazon?
Music Beta, de Google, es un servicio aún a prueba (fue anunciado recién en mayo), disponible sólo para invitados en Estados Unidos. Actualmente, permite archivar gratuitamente hasta veinte mil canciones y escucharlas en cualquier computador o dispositivo Android de acuerdo a una plantilla de reproducción y orden parecida, en lógica, a la de iTunes. Si usted guarda actualmente en su PC sobre los 20 GB de canciones, sin duda que puede resultarle más cómodo tener esos mismos archivos en una nube online y escucharlos de un modo similar a como ahora lo hace en su reproductor. Este streaming autosustentado se bate bien a partir del propio archivo musical, pero no puede acceder a audios externos. Google no parece interesado en vender música, pero sí en hacer negocio con el modo en el que usted guarda la que tiene.
Compartir, alojar, reproducir: nuevos verbos de negocio para una industria que hasta hace sólo una década se basaba, puramente, en el vender. Eran lindas esas discotecas que algunos mantenían hasta hace poco en su living, pero ahora podemos preguntar algo que hace algunos años habría sonado a herejía: ¿para qué era que servían esas colecciones?