Verano de 1961. Henry Purcell entra al Hotel Portillo por primera vez. En cosa de minutos, sube al segundo piso para inspeccionar el edificio: lo primero que ve es a una oveja descansando a los pies de algo que parecía ser la cama del cuidador del lugar. Ante la ausencia de turistas, el salón principal del hotel, destinado a los grandes banquetes -y donde Henry pensaba recibir a la elite norteamericana- se había transformado en el refugio-cocina-pesebre del mayordomo de Portillo.
La imagen era radical y diametralmente opuesta a las cuidadas dependencias del Hilton de Manhattan, lugar donde Henry trabajaba hasta que su tío Robert Purcell lo llamó para hacerle una propuesta que le cambiaría para siempre la vida.
La oferta era aventurada, pero tentadora: venir a Chile para administrar un hotel de montaña que el Estado chileno había construido dos décadas antes, pero que en vista de lo costosa que era su mantención decidió concesionar. Sin pensarlo demasiado el administrador de empresas de entonces 26 años hizo sus maletas y se trasladó junto a su familia a la cordillera de los Andes.
El aterrizaje fue forzoso, pero la historia de este estadounidense en tierras chilenas cuenta ya 50 años. En ellos, Purcell no sólo renovó -y luego compró en 1980- el hoy exclusivo resort de montaña en Portillo, sino que además, suma otros dos proyectos turísticos alejados de las altas cumbres.
En 2007, los Purcell levantaron el primer hotel fuera de Portillo: el Tierra Atacama, en San Pedro. Para ello se asociaron con con Tim Purcell, hijo de Henry y socio del fondo Linzor Capital, Carlos Ingham, Jack Bigio y Daniel Yarur.
En 2007, Henry, junto a su hijo Michael y su sobrino Christopher, inauguró el Tierra Atacama, en San Pedro, y durante los próximos meses debutarán en los alrededores de las Torres del Paine con el Tierra Patagonia, proyecto cuya inversión supera los US$ 17 millones.
Una canasta en la Patagonia
Los planes de los Purcell no se detienen en Magallanes: hoy evalúan nuevas inversiones en el rubro, siempre en las fronteras nacionales. La idea es seguir haciendo lo que saben: turismo. Y de esta manera complementar el negocio de montaña, el cual está demasiado sujeto a los vaivenes climáticos. Es cosa de mirar el registro de la última década: dos años buenos y ocho regulares o malos en cantidad de nieve caída en las pistas de la zona central.
En el 2011, por ejemplo, la familia de origen estadounidense cerró la temporada de esquí una semana antes de lo normal. La sequía los impactó y debieron bajar el telón la primera semana de octubre. Si bien en cantidad de turistas -mayoritariamente brasileños-, el periodo estuvo bien, está lejos de ser uno de los más recordados, tanto por la poca cantidad de nieve como por el accidente de una menor argentina en uno de los andariveles, que le costó la vida y puso a la familia Purcell de cabeza a trabajar en la investigación del accidente. Asimismo, el patriarca asegura que para el próximo año se contemplan inversiones por cerca de US$ 2 millones para mejorar la seguridad en el recinto.
La historia de los Purcell en tierras chilenas cuenta ya 50 años. En ellos, no sólo convirtieron el Hotel Portillo en un exclusivo resort de montaña, sino que además se han aventurado con nuevos proyectos, alejados de las altas cumbres.
Pero el camino de la diversificación ha probado ser exitoso. Hace ya más de 12 años, Michael (49) comenzó a recorrer el país en busca de nuevos terrenos. En 1999, encontró uno ideal a un kilómetro de San Pedro de Atacama. Ocho años después, en 2007, levantaron ahí el primer complejo fuera de Portillo: el Tierra Atacama. Los Purcell armaron una sociedad para construir y operar el inmueble. Invitaron a Tim, hermano de Michael y socio del fondo Linzor Capital, y sumaron también a Carlos Ingham, Jack Bigio y a Daniel Yarur.
Es esta misma sociedad la que apuesta ahora las fichas por el lago Sarmiento, en la puerta noreste del Parque Nacional Torres del Paine. En un terreno de 100 mil hectáreas aportado por los Matetic, quienes también se sumarán al nuevo cinco estrellas, comienza a asomarse el Tierra Patagonia, frente al macizo del Paine.
Trabajo de verano
En su fase final de construcción, el resort ya adquiere su forma final, aun cuando ello no sea perceptible desde todos los ángulos. Con el propósito de integrarlo al paisaje austral, el edificio tiene un diseño apegado a las cotas del relieve. Así, desde las laderas elevadas apenas se observa su techo con vegetación. De frente, su cara aparece de manera imponente, con una fisonomía curva -que sigue la morfología de la pampa- a la cual los mismos obreros han bautizado como "la canasta de mimbre".
Éste será el nuevo refugio de verano de los Purcell, aprovechando la apertura del parque entre octubre y abril, meses en los cuales Portillo es apenas un breve parador para quienes viajan entre Mendoza y el valle central chileno y el lugar que aloja la casa que Henry Purcell se contruyó hace algunos años para vivir durante todo el año.
Chris en acción
El motor detrás del nuevo proyecto sureño es Christopher Purcell (35) y la razón de ello tiene orígenes familiares. Tras la muerte de David Purcell en 1995, su hermano Henry quiso que el trabajo que habían llevado a cabo entre las dos familias en los Andes no terminara ahí. Habían pasado décadas levantando el hotel en Portillo y juntos construyeron La Parva -la cual finalmente vendieron en 1992-. Entonces, puso sus ojos en su sobrino Christopher, quien había crecido en medio de la cordillera y quien entonces no superaba los 20 años.
Chris, como lo llaman sus conocidos, aceptó el llamado. Terminó los estudios en Administración de Empresas en la Universidad de Denver, en Estados Unidos, y luego aprendió el tejemaneje hotelero como gerente en varios complejos de Norteamérica. En 2009, y cuando los planes de expansión del clan estaban cobrando mayor brío, volvió a Santiago.
Chris Purcell lidera la puesta en marcha del proyecto familiar en la Patagonia. Pronto iniciará una campaña para que el Parque Torres del Paine abra todo el año: quiere potenciar aún más el turismo en la zona.
Se radicó en San Pedro de Atacama, donde se hizo cargo del hotel familiar y hoy ya está instalado a 80 kilómetros de Puerto Natales, como el gerente general del Tierra Patagonia. Ahí pasará la próxima Navidad y Año Nuevo, fecha en que el resort abrirá sus puertas al público. Tal como el trabajo en la alta cordillera es intenso en el invierno, el peak del hotel estará concentrado en algunos meses, por lo cual la próxima vez que vuelva a Santiago será en mayo, cuando termine su trabajo de verano y quede "hastiado" -como bromea- con el cordero magallánico y la centolla.
Espera, eso sí, que éste sea el primer y único verano donde se trabaje de manera exclusiva en las Torres del Paine. Si el desafío que tiene en mente rinde frutos, el Tierra Patagonia tendrá una cantidad pareja de público todo el año y no concentrada en sólo un par de meses. El menor de los Purcell iniciará una campaña para que el parque abra todos los meses del año. La idea es potenciar aún más el turismo en la zona, aprovechando las vacaciones estivales del hemisferio norte.
La pistola de Fidel
La historia que contienen los muros, muebles y pasillos del Hotel Portillo es de antología. Por ahí han pasado casi todos los presidentes de Chile desde la década del 40, a excepción de Salvador Allende. Del mismo modo, figuras del jet set internacional, como Ted Kennedy, Robert Kennedy Jr., Jerry Hall y la señora del multimillonario Randolph Hearst han disfrutado de memorables estadías en las dependencias de los Purcell.
Una de las historias que más le gusta contar a Henry Purcell es la visita de Fidel Castro en 1971. Con el ex gobernante cubano, el empresario nunca logró afinidad, y tal fue su incomodidad con el visitante que incluso discutieron largo rato por una simple broma del líder cubano. El broche de oro, como recuerda hoy entre risas, fue el olvido de un arma de Castro sobre la mesa. El maître del salón, Juan Beiza, salió detrás del revolucionario isleño levantando la pistola por encima de su cabeza. El caos fue total entre la comitiva, tanto que Purcell temió una balacera. Hoy, cuarenta años después y con medio siglo viviendo en la cordillera, es una de las anécdotas que llenan los muros del enclave familiar.