El viernes 13 pasado, la agencia clasificadora de riesgos Standard & Poor's (S&P) anunció la baja en la clasificación de varios países europeos. Francia y Austria perdieron la categoría AAA -la máxima de la escala-; España bajó dos escalones, lo mismo que Italia, y el rating de Portugal cayó bajo el límite de grado de inversión, de BBB- a la llamada categoría "basura".
Como si eso no fuera poco, S&P puso en perspectiva negativa (es decir, con una probabilidad de 1 a 3 de una nueva baja antes del fin del 2013) a Austria, Bélgica, Francia, Irlanda, Italia, Holanda, Portugal y España. En otras palabras, que las cosas pueden ponerse peor.
Muchos analistas financieros -dentro de los cuales me incluyo- anticipaban una brutal reacción del mercado. La respuesta del euro daba pie para pensar en ello, al cerrar ese viernes casi 2% más abajo del máximo del día. Todo apuntaba a un verdadero "lunes negro". Sin embargo, nada de eso ocurrió. Si bien es cierto que la reacción inicial en Asia fue la esperada, la respuesta en Europa fue bastante moderada.
Año nuevo, ¿vida nueva?
¿Por qué tan poca reacción ante una noticia similar a la que desplomó al mercado accionario de EE.UU. en agosto del 2011, cuando éste perdió el grado de clasificación? Apenas algunas semanas atrás, por noticias mucho menos negativas, los mercados reaccionaban con pánico. Paradójicamente, la propia deuda soberana norteamericana era el único instrumento que subía en valor. A pesar de la baja en la clasificación, seguía siendo un activo de refugio.
Es cierto que el timing del anuncio ayudó, ya que el lunes siguiente el mercado americano se encontraba cerrado. Pero había algo esencial que había cambiado. Pareciera que para muchos inversionistas el cambio de año tiene atributos mágicos, capaz de hacer "borrón y cuenta nueva", dejando atrás un 2011 de mucha volatilidad y de retornos negativos. Ello a pesar de que el cambio de folio no resolvió la crisis de deuda de Grecia o Portugal, no arregló la burbuja especulativa de bienes raíces en China, ni redujo las tensiones entre EE.UU. e Irán. Pero en un afán de dejar lo adverso atrás, pareciese haber algo atávico en querer comenzar un nuevo periodo sin las ataduras del pasado.
Clasificadoras cuestionadas
Esta vez pareciera haber algo adicional. Algo distinto a como el mercado reacciona frente a las clasificaciones de riesgo. Por un lado, la reputación de las clasificadoras de riesgo -al menos de las tres grandes- quedó bastante enlodada después de la crisis subprime y nunca se ha recuperado completamente. Así y todo, S&P fue capaz de generar bastante ruido cuando rebajó a Estados Unidos en agosto.
En el recorte europeo, y al igual que con EE.UU., S&P citó las dificultades políticas, en este caso para llegar a acuerdos que resuelvan el estrés financiero que afecta a la zona del euro. En particular, advierte que las autoridades sólo han tenido un reconocimiento parcial a las causas de la crisis. La verdadera raíz del problema está en los crecientes desequilibrios externos y divergencias de competitividad entre los países del "núcleo" versus los "periféricos". En otras palabras, S&P está cuestionando la viabilidad de la Eurozona, en su composición actual, como un obstáculo para que los países rebajados recuperen sus credenciales crediticias. Fuertes declaraciones, pero aun así el mercado no se dio por enterado.
Es más, varias fuentes consultadas apuntan a que las clasificadoras, una vez más, reaccionan tarde a eventos que los mercados ya se han encargado de reflejar con semanas, e incluso meses, de anticipación.
Al igual que lo ocurrido localmente con La Polar, hace rato que los inversionistas más sofisticados consideran irrelevantes las notas crediticias de esas agencia, y prefieren hacer la tarea de manera interna.
El segundo Zapato
¿Se pueden descartar, entonces, las clasificaciones de riesgo como algo espurio, o al menos inútiles? No tan rápido. La baja de clasificación de los países europeos tiene varios daños colaterales, algunos de ellos no necesariamente reconocidos de manera plena por los mercados. Por ejemplo, este lunes S&P bajó de clasificación al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF) de AAA hasta AA+, debido a la rebaja de sus países garantes. Si bien el fondo ha sorteado con éxito el refinanciamiento de su deuda de corto plazo, hay dudas respecto a plazos más largos.
Palabras mayores es el impacto de la baja de clasificación sobre los bancos europeos, importantes tenedores de la deuda de países de la Eurozona. En particular, afecta adversamente los requisitos de capital de los bancos, ya que papeles más riesgosos demandan que el capital del banco sea mayor para cumplir con los índices de Basilea. En el caso de los bancos españoles, por ejemplo, el costo de capital de tener deuda soberana pasó de 0% a 1,6%. En el caso de Portugal, de 4% a 8%. Si los bancos ya estaban complicados con las situaciones propias de cada país (por ejemplo, la crisis inmobiliaria en España), se les acaba de agregar una dificultad de proporciones. Parece que el mercado recién está reparando en ello. La baja de clasificación puede todavía ser la causa de un "lunes negro", que aún está por venir.