Por Axel Christensen Febrero 16, 2012

Lo llamaron el "milagro económico griego", y no parecía una exageración. Entre 1950 y 1973, el país vio crecer su PIB a un 7% anual. Grecia se reconvirtió: pasó de ser un país que eminentemente vivía de la agricultura y la pesca, a una economía donde casi el 80% es responsabilidad del sector de servicios, incluyendo el turismo y los servicios navieros.

Así, si en 1890 el ingreso per cápita griego (a paridad de poder de compra o PPP) era apenas un 56% del de Francia y de 62% en 1938; ya en 1980 alcanzaba un 75% para llegar a 90% el 2007. El 2009, a punto de entrar a la crisis que la envuelve hasta hoy, el PIB per cápita de Grecia equivalía al 98% del francés, superando a países como Corea del Sur, Israel e incluso a la otra cuna de la sociedad occidental, Italia. El país no sólo destacaba en crecimiento económico, sino que se encontraba en los primeros lugares de los rankings de calidad de vida, según los indicadores de desarrollo humano de las Naciones Unidas. Si iba todo tan bien, ¿qué pasó para que todo terminara así? Detrás del milagro, al menos en los últimos años, se escondían grandes problemas. Por un lado, un alto nivel de corrupción (Grecia se sitúa en el peor lugar de la Unión Europea después de Bulgaria). Por otro, un Estado que crecía sin límite, en un intento de igualar los beneficios del Estado de Bienestar del resto de la Eurozona. El 2010, el sector púbico representaba un 40% del PIB, con 32 puntos destinándose a gastos sociales como pensiones y salud (excluyendo educación).

A lo anterior se agregaba un muy bajo nivel de competitividad (estaba en el lugar 90 en el Índice de Competitividad Global). Antes de la incorporación de Grecia a la unidad monetaria del euro en el 2001, la devaluación del dracma había servido como válvula de ajuste de competitividad. A partir de la adopción del euro, los griegos ataron su nivel competitivo al resto del grupo, incluyendo a los productivos alemanes.

La Unión Europea y, en particular, Alemania, tienen responsabilidades. A los griegos alguien tuvo que prestarles el dinero para financiar el déficit. 

Una Vieja Enfermedad

La combinación probó ser, en poco tiempo, letal: el alto nivel de corrupción permitió que la evasión tributaria llegará a proporciones titánicas, al mismo tiempo que el Estado incrementaba el gasto sin reparar en eficiencias. Un ejemplo es el ferrocarril estatal, que gastaba cuatro veces sus ingresos en pagar sueldos a trabajadores, quienes prácticamente duplicaban el salario promedio en Grecia.

Con ingresos decreciendo por la corrupción y gastos aumentando por un Estado ineficiente, la diferencia se fue cerrando con un creciente endeudamiento público -alcanzando ya el 120% del PIB el 2010, que se empinó por sobre el 140% el 2011-, que fue contenido algunos años mediante "maquillaje contable", hasta que finalmente explotó el 2010. La posibilidad de que Grecia hiciera default su deuda empezó a dar vueltas. No era primera vez que ello ocurría, como muchos historiadores económicos se apuraron en señalar. Grecia ya había pasado por un trance similar en 1826, apenas a cuatro años de declararse independientes del Imperio Otomano. Lo volvería a hacer en 1843, 1860 y 1893. Parecía que Grecia volvía a caer en una adicción que le era conocida: el excesivo endeudamiento.

La historia a partir de entonces se conoce bien, porque la crisis griega se convirtió en foco noticioso. Los primeros programas de ayuda contra medidas de austeridad negociados por el gobierno griego del entonces primer ministro Papandreu con la troica (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Unión Europea) generaban violentas movilizaciones sociales. Casi dos años después, el ahora primer ministro Papademos negocia un nuevo programa de asistencia atado a medidas cada vez más draconianas de ajuste fiscal, como la reducción del salario mínimo en 20% o el despido de hasta 15 mil trabajadores públicos. El resultado es lo que vimos el fin de semana pasado: manifestantes en las calles expresando su rechazo por medidas de ajuste impuestas por burócratas extranjeros, con la anuencia de los políticos locales.

Opinión: La adicción griega

Al mismo tiempo, en una prolongación de la  tragedia griega, el gobierno negocia la reestructuración de su deuda en manos de acreedores de todo el mundo. Aun con un recorte que ya se estima cercano al 70%, no ha sido posible llegar a un cierre debido a que el plan de rescate aún no es aprobado por los países europeos.

Superar la "deudoadicción"

Conocidos son los programas de rehabilitación de las personas adictas al alcohol o las drogas, como el Programa de los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos. Para los países que se vuelven adictos al endeudamiento, sin embargo, no existen programas estandarizados de recuperación. En cierta medida, el FMI ha justificado su existencia aplicando programas a la medida de países que caen en esta adicción. Hasta el momento, se trataba solamente de países en vías de desarrollo y no desarrollados como Grecia.

Lo anterior ha hecho más difícil la adopción de medidas de austeridad, pues significa que los griegos pierden en la práctica su calidad de desarrollados, alejándose de Alemania y acercándose más a Turquía. Es por ello que, a pesar de un mayoritario rechazo a estas medidas, casi la misma mayoría rechaza salir del euro para volver al dracma.

Haciendo el paralelo con los programas de rehabilitación, el proceso comienza con admitir que se tiene un problema y que éste se ha vuelto inmanejable. A continuación, se debe estar dispuesto a iniciar un proceso de cambio, reconociendo que  no estará exento de dolor.

Las próximas elecciones, en abril, serán la prueba de fuego. Veremos si Grecia es capaz de mantenerse sobria o volverá a caer en los excesos de la deuda que la llevaron a esta crisis.

La rehabilitación ha probado tener resultados, aunque mixtos, en individuos. ¿Será posible que tenga éxito en un país entero? La reducción del excesivo endeudamiento sí ha visto avances en los hogares en Estados Unidos, aunque no se ha visto lo mismo por parte del gobierno.

Como en otras situaciones de adicción, muchas veces la responsabilidad no es sólo del afectado sino también de terceros que alimentaron o que hicieron vista gorda. Así, la Unión Europea y, en particular, Alemania, tienen responsabilidades en los problemas de Grecia. A los griegos alguien tuvo que haberles prestado el dinero para financiar el déficit, incluso después de que las dudas acerca del "maquillaje" de las cifras oficiales eran de público conocimiento, al menos entre las autoridades económicas de la UE. En cierta medida, Alemania ya ha tomado responsabilidad en el asunto, actuando como el patrocinador en un proceso de rehabilitación, recordándole al afectado, a veces de manera amable, a veces no tanto, que debe seguir el riguroso y difícil camino de la corrección.

Asimismo, los procesos suelen estar caracterizados por avances y retrocesos, recaídas. El dolor de la privación a la sustancia que causa la adicción suele llevar a estados de violencia, con daños tanto a la propia persona como a terceros.  La violencia de las recientes protestas sociales parecenuna expresión en contra de las privaciones  de altos salarios y generosos beneficios sociales. Seguramente habrá recaídas, quizás tras las próximas elecciones, en abril, donde los partidos que rechazan la austeridad (y la ayuda aparejada) tienen  las mayores chances de ganar. Será la prueba de fuego.  Veremos si Grecia es capaz de mantenerse sobria o volverá a caer en los excesos de la deuda que la llevaron a esta crisis. También será una prueba para los demás países europeos, como Alemania, que pondrá a prueba su capacidad no sólo como "patrocinador" sino  en el desafío de mantener la Unión Europea vigente -una mala salida de Grecia podría  gatillar procesos similares para Portugal o Irlanda, incluso España o Italia.

Hay historias de rehabilitación que terminan mal. Las más conocidas, lógicamente, son las de artistas famosos condenados por su adicción. Esperemos que Grecia, entre otras cosas la cuna del teatro, sí pueda salir adelante.

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