Por Juan Pablo Garnham Abril 12, 2012

Los gringos andan algo nerviosos. Los chilenitos le tienen una sorpresa a Richard Branson. Una forma humana está escondida bajo una tela roja. Al principio, los ejecutivos estadounidenses habían aprobado la idea, pero ahora les complicó. ¿Qué pasa si al jefe no le gusta? El equipo nacional de Virgin Mobile decide seguir adelante, a pesar de las preocupaciones.

A eso de las once de la mañana, de la nada, en el piso 20 de una torre en Nueva Las Condes comienza a retumbar la canción "I've got the power" y aparece el chascón rubio saludando a todos. El dueño viene personalmente a abrir las operaciones de su compañía de telefonía celular, su primera incursión en Latinoamérica. Richard Branson (61), cuya fortuna se estima en 4.200 millones de dólares, va puesto por puesto, desde el call center hasta la gente del aseo, repartiendo besos, uno en cada mejilla si se trata de una mujer guapa y un tercero en el estómago si la mujer está embarazada. La sorpresa lo sigue esperando en una esquina. "Felicitaciones por estos nueve meses de trabajo", les dice a sus empleados antes de que llegue el momento que esperan. Sin gran ceremonia, levanta la tela: es él. Desnudo. Tapándose sólo sus partes menos públicas. Una estatua gris, pero sonriente.

No pasa ni un segundo y Branson comienza a desabotonarse su camisa blanca. Se la saca y posa para los celulares y cámaras, imitando el gesto de su estatua. "La idea es simplemente permitir que la gente se ría, que se sientan relajados", comenta después, vestido. "Si la persona que encabeza la compañía es aburrida, todos van a sentir que tienen que actuar así. Si haces una fiesta con piscina, asegúrate de ser el primero que se tire. Todos te van a seguir y vas a tener una gran noche".

Parado al lado de su estatua, pide un lápiz. Mostrando toda su dentadura y entre carcajadas del público, firma el trasero de su símil, como un cabro chico haciendo una maldad. Dice que le encanta sonreír. Que le gusta pasarlo bien y no sólo cuando está en lo que llama su oficina: una hamaca en su isla privada en el Caribe. Repite constantemente la palabra "fun", porque una de las preguntas que lo obsesionan es cómo hacer del trabajo un espacio entretenido. "Me da la sensación de que en muchas empresas en Chile su fuerza laboral no tiene la posibilidad de pasarlo bien", dice Branson, "Ochenta por ciento de tu tiempo lo pasas en el trabajo, así que es importante que los líderes de las compañías se den cuenta de que su personal lo disfrute y se sienta orgulloso de éste".

Por supuesto, esta actitud también es un éxito en términos de marketing. En el Reino Unido ha sido elegido como "el jefe de ensueño" y adonde va acarrea prensa, ya sea por sus empresas -tiene 400 en rubros que van desde las telecomunicaciones hasta los gimnasios-, sus causas políticas o sus odiseas en globo alrededor del mundo. En Chile, en apenas 48 horas realiza cinco entrevistas y aparece en todos los medios de comunicación. En otras ocasiones se ha disfrazado de mujer y se ha colgado semidesnudo desde una cuerda en Times Square. Le cuesta negarse, especialmente si es por su marca. "En la vida es más entretenido decir sí que no", dice.

La curiosidad del Sr. Virgin

Llega la hora de almuerzo y a Branson lo esperan, en el restaurante Liguria, una decena de jóvenes creativos. El escritor Álvaro Bisama, los músicos Francisca Valenzuela y Pedro Piedra, el cineasta Matías Bize, el chef Rodolfo Guzmán y el emprendedor Leo Prieto, entre otros, comen tortilla de papas esperando al Sr. Virgin. Esta es una de las partes que le gustan de su trabajo, una de las pocas cosas que pidió específicamente para este viaje -también solicitó a los organizadores que trataran de conseguirle un auto híbrido-: quería escuchar de primera mano qué pensaban los chilenos de su país.

En cuanto llega, saluda a cada uno y les pregunta por sus respectivos campos. Por supuesto, le dedica un buen tiempo a ese campo que solía ser el suyo: la música. "¿De qué vives ahora? ¿De las canciones o de tocar en vivo?", le dice a Pedro Piedra. Luego habla de cine con Bize, área en la que se acaba de meter con una productora. "¿De qué se tratan tus películas? ¿De amor? Claro, el amor vende", comenta entre risas. Mientras los artistas le hablan, él achica sus ojos e intenta absorber todo lo posible, a pesar de la música fuerte en el salón. Sin mucho esfuerzo, llega a uno de los temas que más le interesan: la guerra contra el narcotráfico.

Habla de que los gobiernos deberían dejar de gastar tanto en atacar a los drogadictos, que el tema debería ser un problema más del Ministerio de Salud que del Ministerio de Justicia. Que Chile, a pesar de tener una de las legislaciones más liberales que él ha conocido, aún detiene a ochenta mil personas por delitos relacionados a este tema. "Más que en cualquier país que he escuchado", dice. Comenta que es parte de la Comisión Global de Drogas, para la cual ha reclutado a una serie de ex presidentes, entre los que están Ernesto Zedillo, de México, y César Gaviria, de Colombia.

"Lo que necesitas son presidentes, no ex presidentes", le comenta Pedro Piedra, a lo que él asiente. Que en eso está. Después pasa al tema de las protestas estudiantiles y pregunta si algo ha cambiado. "¿De ustedes, cuántos fueron a la universidad?", pregunta. Casi todos dicen que sí. Francisca Valenzuela le explica que le fue imposible terminar y mantener su carrera de artista. Pedro Piedra dice que duró dos semanas. La pregunta, que parece ser casual, no lo es tanto. Él cree que las carreras deben ser más cortas. Branson, de hecho, nunca fue a la universidad. Ni siquiera terminó el colegio. Su aprendizaje vino de hacer negocios y de sus padres, que siempre lo motivaron a ser curioso. No lo dejaban ver televisión y lo obligaban a salir a jugar a la pelota o a plantar árboles. Cuenta que un día, cuando iba en el auto camino adonde su abuela, su madre detuvo el vehículo y abrió la puerta. Le dijo a Richard que saliera y que llegara a la casa por sí solo. Tenía cinco años. "Mis papás me criaron para hacer cosas, más que para ver a otras personas hacer las cosas", dice Branson. Esa vez, se perdió y lo tuvieron que salir a buscar, pero hoy lo cuenta con orgullo. "Ella quería que me parara en mis propios pies. Eso me ha quedado", comenta.

Las preguntas de un billonario

Lo que motiva a Branson

"Casi todos los proyectos que hemos empezado han partido desde una frustración personal de cómo las personas hacen las cosas", comenta. Su primera empresa -la revista Student- la creó a los 16 años para protestar contra la guerra de Vietnam. Luego creó una compañía disquera para publicar a un músico que le gustaba y que las otras empresas no contrataban (Mike Oldfield, cuyo primer disco fue un éxito). Su línea aérea surgió cuando otra compañía lo dejó botado en Puerto Rico, ya que había sobrevendido el vuelo. Arrendó un avión y, como broma, puso un letrero escrito con su propia letra: "Virgin Airlines: Ida, 39 dólares". Subió a la nave a todos los que estaban en su misma situación y la talla terminó siendo una de sus áreas de negocio más rentables.

Así como pasarlo bien, otra de las cosas que Branson busca es espacios donde se pueda mejorar la experiencia del cliente. "No hacemos negocios donde no podamos marcar una diferencia", comenta. Ese fue el caso de la llegada a Chile: supieron que en el país había gran cantidad de usuarios insatisfechos. "En Sudamérica nos han dicho que las telefónicas se aprovechan de los jóvenes y les cobran mucho por el prepago. Con eso pensamos, bueno, veamos si podemos darles lo que se merecen por su dinero", dice.

De ahí vienen más preguntas. Todo un análisis que tiene mucho que ver con el branding. De hecho, Virgin está entre las veinte marcas más conocidas del mundo, pero de toda la lista no hay ninguna que sea transversal, como ésta. Y sabiendo que a Branson le cuesta decir que no, también sabe que no es llegar y tirarse. Ya se ha pegado varios porrazos, entre ellos los fracasos en su intento por competir contra la Coca-Cola, con su Virgin Cola. "Te debes preguntar si realmente vas a sacudir a la industria, si va a mejorar la marca Virgin o si la vas a dañar", dice, y comienza a enumerar más preguntas: "Luego le damos una segunda mirada: ¿realmente será un gran valor para el público? ¿Los va a hacer sonreír? ¿Puede hacerse global? ¿El público lo va a disfrutar?" . Y, obviamente, de nuevo aparece el concepto de la entretención: "¿Lo vamos a pasar bien haciéndolo?".

"La idea es simplemente permitir que la gente se ría", comenta Branson. "Si la persona que encabeza la compañía es aburrida, todos van a sentir que tienen que actuar así. Si haces una fiesta con piscina, asegúrate de ser el primero que se tire. Todos te van a seguir y vas a tener una gran noche".

Branson cree que esto es posible incluso en el tema de los bancos, una de las últimas áreas en las que se ha metido. "El hombre que te trajo a los Sex Pistols ahora podría ocuparse de tus créditos", dice recordando otro de sus famosos aciertos: cuando fue el único que se atrevió a publicar God save the Queen, el single que lanzó a la fama a la banda punk, en 1977. Vio a los bancos en su peor momento de credibilidad, vio que una de estas instituciones se vendía en Inglaterra (Northern Rock) y la compró, con la idea de hacer una banca que sea amigable. Está optimista de que su plan funcione, pero para esto, más que todas sus preguntas anteriores, la que más le importa es la de su gente. "Hay mil personas con la misma idea, quizás un millón. Una idea es rara vez única. Depende de los individuos cómo se haga realidad esa idea", dice.

El jefe virgen

Son pasadas las siete de la tarde y en un bar de Bellavista los logos de Virgin Mobile inundan cada pieza. En una esquina, unas modelos punk con short de jeans y piercing bajo el labio dan la bienvenida al público, que se divide entre los con corbata (diplomáticos, empresarios e inversionistas) y los sin corbata, los empleados de la empresa. El director de Virgin Latinoamérica da un discurso, mientras, bastante atrás, parado como cualquier asistente y con una copa de champaña en mano, Richard Branson observa. Todos saben quién es, pero, por un rato, nadie lo percibe.

"La gente se ríe cuando lo digo, pero yo era bastante tímido. Me tuve que entrenar a mí mismo", dice Branson. Pese a esto, hoy es, junto a Bill Clinton, una de las personas que más gana por hacer discursos. Da treinta al año, por los que recibe 15 millones de dólares, que van a su fundación. Cuando le toca hablar en el bar, improvisa y habla corto. "No me gustan los discursos formales. Prefiero las preguntas y respuestas", comenta. Eso es lo que hace en cuanto se baja del escenario: se sienta con un grupo de sus empleados y los escucha atentamente. Lo mismo que hizo en el Liguria a la hora de almuerzo.

Esta parte otra de esas "partes entretenidas" que le gustan. A los de corbata les agradece su presencia, pero con los que se queda es con los sin corbata. Con ellos carretearía más tarde y cantaría karaoke hasta que se le acabaran las energías. "No me creo el estereotipo de los líderes que pisotean a todo el mundo para llegar a la cima", dice. De hecho, asegura que él busca otro tipo de personas como gerentes. A la hora de la entrevista de trabajo quiere saber cómo tratan a la gente, si pueden sacar lo mejor de ellos y si se aprenden sus nombres. Según él, tan importante como el marketeo, son los recursos humanos. "Quiero jefes que estén dispuestos a pararse al frente de la gente y tocar la guitarra. Hacerse ver como un tonto al frente de sus empleados, tomarse un trago con ellos en la tarde, que no se preocupen de salir a emborracharse con ellos. Lo que sí, que siempre tengan un papelito en su bolsillo y anoten cuando salgan buenas ideas", comenta.

En el bar, mientras tanto, son casi las ocho y los de corbata ya se comienzan a retirar de a poco. Quedan adentro los empleados y alguno que otro colado. Se suben al escenario las mujeres de la empresa y empiezan a cantar, junto a Branson, "Like a Virgin". La fiesta recién comienza.

Relacionados