Llueve torrencialmente afuera de La Guardia, uno de los aeropuertos de Nueva York. El agua cae como no lo hacía en meses, y el caos en el terminal aéreo abunda. Largas filas, demoras en los despegues de hasta dos horas, y turistas con poca paciencia dominan la sala de espera. En un rincón de este desorden, sentados en el suelo, dos jóvenes de baja estatura se camuflan con la escena neoyorquina: con amplias chaquetas, pantalón de buzo, gorros donde se leen las iniciales de los Yankees -el principal equipo de béisbol de la ciudad-, y audífonos al cuello. Ellos podrían ser vecinos de una de las cinco áreas de la megaciudad. Podrían venir de Queens o de algún grupo de hip hop, pero son chilenos y empresarios.
Sergio Torres y Stefano Ojeda esperan que su vuelo, que los traerá de regreso a Chile, pueda partir a tiempo. Junto a su socio Felipe Rojas, quien deambula por la sala de espera, llevan una semana en Nueva York y el cansancio es evidente.
Desde que aterrizaron en la ciudad, el lunes 16, han dormido un par de horas cada día. Han caminado hasta altas horas de la madrugada mirando cada rincón de Manhattan. Es su primer viaje fuera de Chile, uno de los pocos fuera de su natal Puerto Montt, y la llamada “capital del mundo” y sus letreros de neón sorprenden a cualquiera.
Pero ellos, pese a su corta edad -no superan los 18 años- no vinieron a turistear. Al menos no el 100% de su tiempo. Llegaron a Nueva York en búsqueda de ese cada vez más esquivo sueño americano, con un producto poco conocido, pero que ellos pretenden situar en cada tienda gourmet especializada: el hongo morchella en conserva.
Fue esa idea la que les dio el pasaje a Estados Unidos. Premiados por Endeavor, en alianza con su homóloga estadounidense NFTE (Network for Teaching Entrepreneurship), Sergio, Felipe y Stefano llegaron a Nueva York para promocionar su producto y su empresa “Mi Tierra Gourmet”. Cargaron una maleta con 70 frascos y partieron a esa ciudad a tocar puertas.
Los ganadores del reality
Motivados por la posibilidad de formar una empresa, los en ese entonces tres estudiantes del Liceo Comercial Miramar de Puerto Montt comenzaron a tirar ideas de emprendimiento. Hasta que Stefano recordó que en Llanada Grande, al este de la capital regional y donde vive su familia, crecía una seta que, comercialmente, tenía potencial. Cada año, durante el segundo semestre, las familias de la zona se volcaban por completo a la recolección de la morchella, el segundo hongo más caro del mundo después de la trufa, para luego secarlas y exportarlas. Ahí estaba la oportunidad, pensaron.
Con esa idea en su cabeza, partieron al Primer Campamento de Emprendimiento Juvenil en Chile, organizado por Endeavor Chile, Fundación Chile, Network for Teaching Entrepreneurship (NFTE) y Latitud 90, que se realizó durante 12 días en enero pasado, en la Viña Matetic, cerca de Casablanca.
Ese martes 17 de enero el encuentro parecía un reality: había concursantes, competencias, actividades deportivas y muchos momentos de convivencia, además de clases de marketing, contabilidad y economía. Pero en estricto rigor no era un espacio de telerrealidad. Allí nadie aparecería en la televisión.
No obstante, tenía similar intensidad: el premio era grande y los estudiantes y profesores que competían lo sabían bien. Se trataba de 22 estudiantes de entre 16 y 18 años, provenientes del sur y divididos en seis grupos que trabajaron durante el segundo semestre de 2011 sus distintos proyectos de emprendimiento para poder presentarlos en esa ocasión y tratar de obtener el premio mayor: realizar sus proyectos y viajar, en abril, a la gala de NFTE en Nueva York, junto a otros emprendedores de todo el mundo, donde podrían mostrar y negociar su producto.
Enseñando a emprender
Pero esta historia comenzó mucho antes. En 2009, Jorge Pacheco, un emprendedor que trabaja en Puerto Montt junto a otros empresarios de la zona, se dio cuenta de que muchos de los estudiantes que egresaban de los liceos técnicos y llegaban a sus empresas no tenían los conocimientos necesarios. Entonces decidieron organizar un consejo para la educación en la ciudad, con el objetivo de ayudar a mejorar la calidad de la educación de estos establecimientos. Fue ahí cuando conversaron con Alan Farcas - ex director ejecutivo de Endeavor- para ver cómo ellos podían ayudarlos. Surgió la idea de preparar un programa donde se impartieran conocimientos, pero también enfocado en el tema de la actitud. “Porque esto no sólo se trata de saber sobre marketing o contabilidad -explica Macarena Carrió, gerenta de Educación de Endeavor Chile-, sino que tiene que ver con una actitud de vida”.
Lo que vino después fue que la organización postuló a un fondo Corfo y se asoció con Fundación Chile para armar un programa que, desde el año pasado, pasó a ser parte de la malla curricular de la enseñanza media de los siete liceos técnicos que hay en Puerto Montt.
Hoy, el programa no sólo se realiza en esa ciudad, sino también en Puerto Natales, Puerto Aysén, La Unión y Ovalle. Y el año pasado, además de Endeavor, Fundación Chile y el Consejo Empresarial para la Educación, también se agregaron al programa de NFTE.
El difícil camino al éxito
Y el ganador es…
Ése fue el preámbulo del sueño americano que pretenden conseguir Stefano, Sergio y Felipe. Ellos, como todos los participantes del reality del verano pasado, trabajaron por una semana en la presentación que hicieron ante un jurado, compuesto por Marcos Kulka (Fundación Chile), Alan Farcas y Julie McPherson (Endeavor), Pilar Marambio (Maraseed), Felipe Henríquez (Groupon), y Juan Pablo Hess (Ernst & Young). En una pequeña sala de la Viña Matetic, a eso de las 11 de la mañana, fueron pasando uno a uno los seis grupos, que se pararon frente al jurado y presentaron su proyecto.
Hubo nerviosismo. Hubo manos que temblaban. Hubo momentos donde no recordaban lo que habían memorizado, así que miraban el PowerPoint que los acompañaba y seguían. Eran proyectos que iban desde construir rejas y protecciones, hasta el reciclaje de papel para mejorar las bibliotecas de sus liceos. Ellos hablaban y luego el jurado les hacía preguntas, les pedía explicaciones, los motivaba a seguir.
A las tres de la tarde los reunieron a todos en el campamento. Entonces, Felipe Henríquez, de Groupon, tomó la palabra, los felicitó, los alentó, les dijo que podían cambiar el mundo, que no era imposible. Y lo esperado por semanas, por meses, finalmente iba a ocurrir. Dijo el nombre del grupo ganador: “Mi Tierra Gourmet”. Stefano, Felipe, Sergio y Tales, el profesor que los guió, se abrazaron con fuerza. Pronto volverían a Puerto Montt, pero meses después estarían subiéndose al avión que los llevaría a Nueva York.
Sorry, we´re closed
A las 11 de la mañana del martes pasado era la cita en Puro Chile, la tienda de productos chilenos en Manhattan. Los chicos se levantaron temprano. Era su primera reunión de negocios y debían ser puntuales. Tomaron el metro hasta Chinatown y cinco minutos antes de lo programado llegaron a la tienda. Un letrero que reza “Sorry, we´re closed” fue lo primero que vieron. El local, dirigido por Jorge Pizarro abre al mediodía.
Para vender un producto en EE.UU. se necesita contar con un importador autorizado, tener la aprobación de la FDA, un representante legal, y un etiquetado acorde a los estándares nutricionales estadounidenses, entre otras cosas. El sueño americano requiere de burocracia.
Golpearon la puerta, y al cabo de unos minutos, Jorge los recibió. Les mostró el lugar, escuchó sus ideas y plan de negocios. Después les contó cómo funcionan las cosas en Estados Unidos: se necesita contar con un importador autorizado, tener la aprobación de la FDA (organismo que certifica los alimentos y medicamentos que se venden en el país), un representante legal, y un etiquetado acorde a los estándares nutricionales gringos, entre otras cosas. El sueño americano requiere de burocracia.
Agregó, además, que tal como estaba el producto, no era posible venderlo en su tienda, pero les recomendó ir a locales gourmet, como Dean & Deluca o Eatly, para ver cómo venden la morchella. También les hizo un favor: llamó a su amigo Sisha Ortúzar, chef chileno dueño del restorán Riverpark, y le pidió que recibiera a los emprendedores. El viernes a mediodía tendrían su cita.
La semana en Manhattan se redujo a visitar tiendas gourmet y a un poco de turismo. El estadio de los Yankees y el Empire State fueron puntos obligados. El viernes, tal como acordaron, visitaron al chef en su restorán.
Nuevamente, como en las anteriores reuniones, presentaron su empresa y el producto. Sisha, con 16 años trabajando en Nueva York, usa regularmente el hongo morchella en sus platos. Les comentó que él lo compra a granel a US$ 140 la libra (poco menos de medio kilo), provocando que los ojos de los emprendedores se abrieran ansiosos. “Si quieren entrar a este rubro, tienen que competir por precio”, les aconsejó.
Ellos, con un formato más pequeño, de 10 gramos, le ofrecieron venderle los 70 envases que llevaron a Nueva York. Sisha abrió uno, sacó un hongo y le botó el agua. “Está limpio, no tiene arena”, comentó positivamente antes de pegarle un mordisco. “La consistencia es buena, pero no tiene sabor. Se ha ido todo en el agua”, sentenció. A los pocos segundos dio un no como respuesta al ofrecimiento de venta. “No es lo que busco. No me sirve”, explicó más tarde.
La crítica de Ortúzar, digerida con los días, no desalentó a los jóvenes socios. Ya en La Guardia, a punto de abordar el avión que los llevará a Puerto Montt, reflexionan en los cambios que deben hacerle al producto. Entre los tres comentan lo aprendido y sacan lecciones a futuro. Quizás explorar formatos más grandes para llegar a los restoranes. Quizás agregarle especias, para marcar diferencia con la competencia italiana y española. O quizás buscar otros productos, como los piñones de La Araucanía, que en Nueva York nadie conoce. El sueño americano tiene aún un largo camino por recorrer.