Por Juan Pablo Garnham Mayo 17, 2012

 Se lo dijeron de pasada. “¿Cuánto gas hay bajo la formación rocosa de Marsellus?”, le preguntó un colega. Terry Engelder, geólogo de la Penn State University, nunca había pensado en este tema, a pesar de llevar más de treinta años estudiando las fracturas naturales por donde el gas escapa. La respuesta cambiaría la historia de Pennsylvania y daría vuelta la balanza energética de Estados Unidos.

Era diciembre de 2007 y Engelder, de hecho, estaba sentado en este accidente geográfico, que pasa por debajo de su estado y de otros cinco más del este de Estados Unidos. Se sabía que había shale gas, un combustible difícil de explotar hasta hace poco, cuando se desarrolló la tecnología que lo posibilitaba. Pero nadie había calculado cuánto. Engelder tomó lápiz y papel e hizo los números, tomando en cuenta datos como porosidad, extensión y densidad de la roca. Su resultado daba 1,4 billones de metros cúbicos. Esto era 25 veces las estimaciones que tenía el Instituto Geológico de los Estados Unidos. No podía ser. Hizo los cálculos de nuevo. El número se repetía. Esto significaba que, potencialmente, Estados Unidos podía pasar de ser importador de gas a abastecerse a sí mismo e incluso exportar.

“Debo haber sido la primera persona que reconoció el impacto global que tendría el shale gas en el mercado”, dice Terry Engelder al teléfono desde Europa, donde se encuentra promoviendo el uso de este recurso. Su vida ha cambiado. Incluyendo ésta, ya ha dado 365 entrevistas. Cuando el gobierno suizo discutió la explotación de este gas, su nombre fue citado y dos libros sobre el tema dedican capítulos completos a su historia.

La existencia del shale gas -también conocido como gas de esquisto o gas pizarra- se conocía hace décadas. Éste se localiza en una capa de roca que no tiene fracturas o no es arenosa, en pequeñas burbujas. El problema es que no fluye de la forma que el gas natural convencional lo hace y esto imposibilitaba su explotación a niveles rentables.

Sin embargo, dos tecnologías que se venían desarrollando desde los años 70 permitieron que en 2000 se obtuviera gas en otra formación rocosa, la de Barnett, en Texas. La empresa Devon empezó a realizar perforaciones horizontales, para luego fracturar la roca con agua a presión -método conocido como hydraulic fracturing o fracking- y obtener el gas. El sistema funcionó y en 2007 llegó a Pennsylvania, al mismo tiempo que Engelder hacía sus cálculos. “Lo que pasó ahí fue que Wall Street y las industrias se dieron cuenta de que podían gastar dinero en esto, que era una gran inversión”, dice el geólogo. Las empresas comenzaron a llegar y apacibles pueblos en dos o tres años se llenaron de pozos.

Fiebre en Pennsylvania

Mientras el resto del país sufría los comienzos de una crisis económica de la que aún no pueden escapar, los pueblos de Pennsylvania veían una actividad como nunca antes. Sus calles se llenaron de camiones, de obreros y técnicos venidos de otros estados, de pozos de gas y oleoductos. “El estado de Pennsylvania no ha visto un cambio tan dramático y grande en su portafolio energético en toda su historia”, comenta Terry Engelder.

A diferencia de otros países, donde también existe la posibilidad de extraer shale gas, en Estados Unidos poseían la tecnología y tenían la disponibilidad de equipos. Además, la ley ayudaba: el hecho de que el dueño de un terreno es también dueño de sus recursos subterráneos ayudó a que pequeños granjeros pudieran rápidamente transformar sus plantaciones en minas de oro. Hoy, a cuatro años del boom, existen veinte mil pozos de extracción de shale gas en Estados Unidos.

Sin embargo, hoy la explosión se ha moderado. “El desarrollo ha decrecido, debido a que el precio del gas natural en los Estados Unidos ha bajado precipitadamente”, dice el académico de la Universidad de Cornell Anthony Ingraffea. Cuando el boom comenzó, el gas se cotizaba a 13 dólares por millón de BTU. Hoy, con todos los depósitos de gas en Estados Unidos a tope, éste se encuentra en un promedio de 2 dólares por millón de BTU. Esto ha hecho que las compañías de extracción se dediquen a combustibles más rentables, como el petróleo.

Frente a este escenario, se espera que a mediano plazo el mercado se consolide. Hoy existen cientos de empresas explotando el shale gas, pero los analistas esperan que éstas se reduzcan. Otra posibilidad que se explora es aumentar la demanda mediante la exportación del recurso y ya existen dos terminales portuarios autorizados para licuar gas. De hecho, éstos eran los mismos terminales que antes recibían el gas natural licuado que Estados Unidos importaba y que hoy se están reconvirtiendo para realizar el proceso inverso. “El problema es que esto va a demorar”, explica Ingraffea. La primera planta no estaría lista antes de 2016.

“Creo que se va a generar un mercado spot del gas natural a nivel internacional. Eso permitirá mantener precios relativamente bajos y estables”, dice Terry Engelder, “Chile no debería pagar tanto como están pagando en Europa Central por el gas ruso”.

Sin embargo, para eso falta y la industria del shale gas tiene que luchar aún con la otra razón que los ha obligado a soltar el acelerador. “Ha habido una creciente resistencia al desarrollo en lugares donde todavía no se explota, como el estado de Nueva York y en otros países del mundo”, dice Anthony Ingraffea, “esto se debe a que todavía hay preguntas sin respuesta relacionadas a los impactos sanitarios y medioambientales, a corto y largo plazo”.

La paradoja medioambiental

Terry Engelder, el hombre del cálculo que cambió a Pennsylvania, hoy ya no está encerrado en su oficina universitaria. Acaba de estar en Varsovia, Polonia, donde ya comenzaron a perforarse pozos de shale gas. Antes estuvo en Sudáfrica, Ucrania y Francia, entre otros. En estos momentos se encuentra en República Checa. Praga ha visto protestas frente al desarrollo del shale gas. El fracking es rechazado por los grupos ambientalistas y Engelder está asesorando al instituto geológico local.

Según los estudios de Anthony Ingraffea, de la U. de Cornell, el metano liberado por el proceso de extracción del shale gas tendría un impacto más fuerte en el cambio climático que la emisión de dióxido de carbono.

“Hubo un par de errores de la industria en un inicio. Uno de esos fue permitir que el metano llegara al agua. Pero creo que este tipo de problemas han sido exagerados por los medios”, dice Engelder, “la industria, como cualquier proceso industrial, tiene sus riesgos y sus recompensas”.

El shale gas en un comienzo se vio como una bendición ecológica: como gas natural, emitiría muchísimo menos dióxido de carbono a la atmósfera que el carbón o el petróleo. Sin embargo, su proceso de extracción ha sido vinculado a la contaminación de agua con gases tóxicos y a la liberación de éstos mismos a la superficie. Engelder cree que esta es una exageración: “Lo del agua es un tema ingenieril que está resuelto. El principal problema que aún está pendiente es la fuga de gas metano hacia la atmósfera. Estoy seguro de que esto se resolverá, pero aún no lo está”.

Anthony Ingraffea, sin embargo, opina distinto. “El actual impacto inmediato en las aguas, el ambiente y la salud humana y animal es real y palpable y es sólo un comienzo de lo que podríamos esperar, porque hoy sólo hay 20.000 pozos en los Estados Unidos”. Según sus estudios, el metano liberado por el proceso de extracción tendría un impacto más fuerte en el cambio climático que la emisión de dióxido de carbono. Ingraffea es coautor del primer paper que midió las emisiones totales del proceso productivo del shale gas, incluyendo la perforación, el fracking, la compresión, el almacenamiento y la transmisión a través de oleoductos. “Los datos que tenemos nos dicen que es fácil demostrar que el shale gas no es un sustituto del carbón o el petróleo en términos de impacto en el cambio climático”, explica.

En estos momentos, la falta de información al respecto presenta un serio problema. Hay estudios en desarrollo, pero, por el momento, no existen muchos trabajos similares al de Ingraffea y menos en lugares fuera de Estados Unidos. El estado de Nueva York va en su tercer borrador al respecto y ya tiene 1.500 páginas. Por parte del gobierno federal, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos también está preparando un documento. “Muchos políticos todavía no están seguros de si tienen la información necesaria para decidir”, dice Samantha Malone, científica de FracTracker, una plataforma online que monitorea los efectos de las perforaciones y el fracking, tomando en cuenta documentos oficiales y los datos aportados por personas.

“Quemar gas es más limpio que quemar carbón, pero la comunidad tiene que vivir con el diésel que emiten los camiones. Hubo una clínica que tuvo que ser cerrada debido a emanaciones”, explica Malone. “La agencia regulatoria que debía preocuparse de la gente no se lo tomó lo seriamente que debía, porque todos estaban interesados en sus beneficios”.

En el estado de Pennsylvania, por ejemplo, el turismo era la segunda industria más importante. Sin embargo, sus paisajes verdes y montañosos se han llenado de pozos y silenciosos caminos rurales han debido enfrentar una avalancha de camiones. “Tienes que estar preparado para todo lo que esta actividad pueda traer a gran escala. Tienes que ver si todas las ganancias valen el riesgo que implica”, dice Brook Lenker, quien también trabaja en FracTracker.

Las protestas se han sucedido a lo largo de todo el mundo y países como Francia, Rumania e Irlanda han impuesto moratorias al desarrollo de este gas. Mientras tanto, otros gobiernos han comenzado a explorar sus posibilidades, a pesar de no tener las tecnologías necesarias. Un estudio reciente de la Agencia de Energía de Estados Unidos que mapeó el potencial global del shale gas (ver infografía) encontró que China tenía las mayores reservas del globo y puso a Argentina en tercer lugar. En el país vecino ya existe una gran cantidad de empresas estudiando el tema, debido a que la calidad de la roca que contendría el gas sería mejor que la de Estados Unidos, sin embargo todo esto aún está por verse.

En Estados Unidos, mientras tanto, unos estados están promoviendo la explotación y otros han decidido esperar a tener más datos científicos. El estado donde vive Anthony Ingraffea, Nueva York, ha tomado el camino más cauto, estableciendo una moratoria. “La tecnología ha precedido nuestro conocimiento de los efectos en el medioambiente y en la salud humana”, dice el académico. “Primero hay que aprender cuáles son los riesgos, cuantificarlos y decidir si es que, desde un punto de vista financiero y medioambiental, la ecuación se inclina hacia un lado o hacia el otro”.

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