Uno de cada siete chilenos pasa hambre según sistemáticamente han revelado las últimas encuestas Casen. Conocer esa cifra golpeó duro a Carlos Ingham, uno de los fundadores del fondo de inversión Linzor Capital, private equity que maneja US$ 700 millones en capital en Latinoamérica. Para él, esos números eran propios de naciones africanas, no de este continente. Jamás imaginó que ésa era la realidad de Chile, país al que aterrizó en 1994 -en plena bonanza económica- redestinado por JP Morgan.
A la cabeza de esta institución financiera estuvo durante una década junto a Tim Purcell, con quien se independizó en 2007 para levantar Linzor, a través del cual es socio de Cruz Blanca y de la Corporación Santo Tomás. Pero hace dos años volvió a la cabeza de un banco. Uno bastante singular: la moneda son alimentos. Tras casi dos años de funcionamiento, esta entidad ya suma 30 mil clientes y ha entregado más de seis millones de raciones de comida.
Concretar la aventura tardó varios años. Todo comenzó en diciembre de 2003, cuando los ecos de la crisis político-social en Argentina aún se sentían en las calles de Buenos Aires. El corralito y la fuga de capitales habían causado estragos en la economía trasandina y los pobres se multiplicaban hasta rozar el 50% del total de la población.
De visita en la capital argentina, y luego de pasar casi una década viviendo en Santiago, el socio de Linzor cruzó la frontera para pasar las fiestas de fin de año junto a algunos amigos. Fue precisamente uno de ellos quien lo invitó a la comida anual de una naciente organización de beneficencia, como tantas otras que germinaban por esos días a causa de la crisis. Todo ocurrió en uno de los principales salones de La Rural, el mayor centro de eventos al otro lado de la cordillera. Ahí, en pleno corazón del barrio Palermo, en medio de más de mil personas, Ingham tuvo su primer encuentro con un banco de alimentos. Abrazó la idea y quiso implementarla de inmediato a este lado de la cordillera, pero tuvieron que pasar siete años para que la primera sucursal de este banco pudiera abrir sus puertas.
El “regalo” de las empresas
Junio de 2012. Una típica mañana fría y gris en Santiago. El centro de almacenaje Megacentro, en la periferia de San Bernardo, tiene más movimiento que el usual. Al fondo del complejo industrial, en uno de sus galpones, Carlos Ingham se pasea entre pallets y estantes llenos de comida capaces de albergar hasta 300 toneladas. Éste es el centro neurálgico de Red de Alimentos, la organización que él ideó en 2003 tras conocer la experiencia de los bancos de alimentos en otras naciones.
Ésta es una jornada especial: un viejo conocido de Ingham visitará la organización. El ex ministro de Hacienda Andrés Velasco llegará en unos minutos en su nuevo rol de precandidato presidencial, para interiorizarse del funcionamiento de esta causa social. En el lugar, y en compañía del ex secretario de Estado, Ingham recorre las instalaciones, mientras relata los avances del proyecto que hoy lo llena de orgullo.
Gracias al aporte de empresas como Walmart, Nestlé, Pepsico, Arcor y Unilever, entre otras, el sueño del banco de alimentos pasó de ser una idea en un papel a una realidad que mueve 250 mil kilos de comida por mes. Eso sucedió en julio, el mejor período desde su creación.
Desde que comenzó a operar la Red de Alimentos, en octubre de 2010, relata el argentino, se ha entregado el equivalente a 6,4 millones de raciones de comida. Gracias al aporte de empresas como Walmart, Nestlé, PepsiCo, Soprole y Unilever, entre otras, el sueño del banco de alimentos pasó de ser una idea en un papel a una realidad que mueve más de 250 mil kilos de comida por mes. Eso sucedió en julio pasado, el mejor mes que ha tenido la organización hasta ahora, superando incluso la marca que querían lograr recién hacia fines de 2012.
El candidato se muestra interesado en conocer el “tejemaneje” del banco de alimentos. Ingham le resume que un proveedor como Nestlé o Walmart -ambos socios estratégicos de la organización- puede redirigir los alimentos mal rotulados, descontinuados, con fecha próxima de vencimiento o dañados en su envase a la bodega de Red de Alimentos. Ahí cualquiera de las 104 obras de beneficencia que están inscritas a la fecha puede retirar los productos, y distribuirlos entre sus beneficiarios.
La empresa gana por todos lados: deduce costos gracias a una normativa del Servicio de Impuestos Internos que permite la entrega de alimentos en las condiciones descritas, al mismo tiempo que protege el medioambiente al no incinerar el alimento, como se hacía antes de la existencia de este primer banco de alimentos en Chile. Por otro lado, la organización social también gana: baja sus costos, pues cubre parte de su demanda alimenticia con el donativo que recibe de las empresas.
“Queremos representar entre el 30% y 40% de la necesidad alimenticia de una organización. Si somos el 100%, las instituciones son muy dependientes de nosotros y no les podemos asegurar ni el tipo ni la cantidad de alimentos que recibirán todos los días. Tampoco queremos ser el 2%, porque no seríamos relevantes ni tampoco obtendríamos el impacto social que deseamos”, afirma Ingham.
Para conseguir ese impacto, además de aumentar la cantidad de alimentos que reciben a diario, la organización ya tiene en carpeta iniciar una expansión nacional, hasta llegar a un número ideal de 10 bancos. Antofagasta, Calama, Copiapó, Concepción y Puerto Montt, entre otras ciudades, son algunos de los destinos de esta red. El denominador común será que todos deberán abastecerse con proveedores locales y, al cabo de dos años, funcionar de manera autónoma de la matriz en Santiago. Red de Alimentos en la capital sólo actuará como coordinadora, tal como ocurre en el modelo estadounidense que quieren imitar. Ahí más de 200 instituciones invaden todos los estados y es Feeding America, la organización matriz, la que coordina la ayuda.
Créditos para el hambre
Años de agonía
La presencia de Velasco en San Bernardo no responde exclusivamente a una visita propia de una candidatura. Más bien es una muestra de agradecimiento de Ingham al ex ministro de Hacienda. Fue en su período que el proyecto del argentino recibió un salvavidas: desde esa repartición, y por considerar que era una iniciativa que aportaba al país, agilizaron el proceso para aprobar el plan.
Cuando en 2003 Carlos Ingham estaba en el salón principal de La Rural quedó entusiasmado con una conversación que tuvo con un estadounidense que apenas sobrepasaba los 25 años. “A simple vista era el típico gringo que pone en pausa su vida y se va a recorrer el mundo”, pensó en ese momento el ex banquero. Steven Camilli resultó ser uno de los promotores del Banco de Alimentos de Buenos Aires, la entidad que organizaba la comida en la cual estaba el cofundador de Linzor.
Fue tal el impacto de la experiencia relatada por el estadounidense, que Ingham decidió replicar el proyecto en Chile. Apenas volvió a Santiago, a inicios del 2004, el ejecutivo comenzó a crear la idea: recopiló cifras, leyó estudios internacionales y descubrió que en el otrora “jaguar” de Latinoamérica había vulnerabilidad alimenticia en una importante parte de la población. No sólo eso: se enteró que en Estados Unidos, la mayor economía del planeta, una de cada ocho personas comían a diario gracias a los bancos de alimentos.
Había que hacer algo: armó un equipo compuesto por abogados, contrató a un ingeniero y creó una estructura propia de una empresa, con gerente general incluido. Empezó a tomar contacto con las potenciales compañías auspiciadoras para así dar forma al plan. Entonces apareció el primer problema: los privados se negaban a entregar mercadería. ¿La razón? Chile no contemplaba la donación de alimentos como vía para reducir los costos en el balance anual. En pocas palabras, para una compañía era mucho más atractivo destruir la comida, pues ese acto sí tenía un incentivo a la rebaja de impuestos, según lo que estipulaba la legislación entonces vigente.
En el papel el problema parecía simple de solucionar. Ingham pensó que todo se resolvería en pocas semanas y que hacia fines de 2004 -como lo había proyectado- tendrían en funcionamiento el primer banco de alimentos del país. “Me pareció que no había que preocuparse. Estábamos en Chile y acá las cosas se resuelven rápido. Siete años después, seguíamos dando la batalla contra la normativa de Impuestos Internos”, explica hoy, desde su oficina frente al Parque Bicentenario, en Vitacura.
La batalla fue ardua: incluyó una travesía por diversos ministerios y el Servicio de Impuestos Internos para incluir la entrega de alimentos en la normativa que permite a las empresas rebajar costos por “regalar” mercadería a instituciones de beneficencia. Pero pasaron dos gobiernos y el proyecto no avanzaba. Entremedio, el trabajo de Ingham a cargo de JP Morgan para el Cono Sur -entre 2005 y 2006- lo mantuvo distante, hasta que en 2009, antes del cambio de gobierno, llegó la buena noticia: el Servicio de Impuestos Internos cambiaría la normativa, para que las empresas pudieran entregar comida, pudiendo descontar esas partidas del inventario final. A los pocos meses, Red de Alimentos comenzó a operar.
Hoy Ingham, con los datos de la última Casen en la mano, que muestran que 472 mil chilenos sufren de hambre crónica y 2,4 millones tienen inseguridad alimentaria, está más motivado a extender la red de bancos. Si bien cree que es muy difícil que se termine el hambre, está dispuesto a intentarlo.