Era el país de las armas. De las bombas y de los secuestros. Era Colombia en 2006 y José Palma, un joven chileno egresado de la universidad, llegaba a trabajar para crear Un Techo para mi País en este lugar. “Álvaro Uribe estaba atacando de manera muy fuerte a las FARC. Había mucha pesadumbre, no había expectativas de cambio”, recuerda Palma de esa Colombia, la que conocería desde sus playas caribeñas a la altura bogotana, de la pobreza rural hasta los suburbios pobres del sur de la capital. “Me tocaba viajar mucho a Cali, por ejemplo, y a mí me decían: ‘¿Estás loco? ¿Cómo vas a viajar por tierra hasta allá?”.
Eran 18 horas de ida y 18 horas de vuelta, 468 kilómetros de una pista por lado, atravesando la complicada geografía del interior. Pero todo eso no era el problema. “Existían los retenes, donde la guerrilla te paraba y te fiscalizaba. Ahí a veces te podían secuestrar”, dice Palma, quien hoy es el presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio e Industria Colombo-Chilena y que, a pesar del temor de los colombianos, nunca fue detenido por las FARC. “Había mucho miedo en la sociedad”, explica.
Ese miedo hoy anda de retirada. Al menos para gran parte de la población parece ser una imagen que se va desvaneciendo. Parece, porque hoy Colombia se escribe en condicional y las interrogantes abundan en las cabezas de los 47 millones de personas que habitan el país. ¿Habrá paz al conflicto terrorista que ha costado las vidas de 80 mil civiles colombianos? ¿Se transformarán el éxito económico y la mayor inversión en una salida de la pobreza para el casi un cuarto de la población que aún se encuentra en esa situación? ¿Seguirán existiendo episodios de corrupción como el reciente caso de concesiones que terminó con el alcalde de Bogotá en la cárcel?
Lo impresionante es que, a pesar de todas estas preguntas, hay optimismo. Una encuesta del centro de estudios Ipsos-Napoléon Franco acaba de señalar que un 52% de la población cree que el país va por buen camino, luego del anuncio de los diálogos de paz con las FARC.
“Hay que distinguir entre optimismo y felicidad. En felicidad, somos líderes en América Latina -dice el investigador Napoleón Franco-. En cuanto al optimismo, lo normal era ver cifras bajo el 20%”. Esto cambió durante el periodo del presidente Álvaro Uribe, cuando los números subieron al 50%. La cifra se había mantenido en ese rango con el presidente Juan Manuel Santos hasta julio, cuando cayó a un 32%. Sin embargo, el acuerdo de paz hizo remontar esa expectativa.
“Lo que ahora queremos hacer es sacar a ocho millones de colombianos de la pobreza, incrementando la clase media en un 50% -explica el diputado Simón Gaviria-. Esto significará toda una generación comprando su primera casa, su primer carro. Ésta será la década de Colombia”.
“Hoy hay una suerte de actitud de la gente distinta y una mirada al futuro. Las autopistas siguen igual de malas, pero sí se ve más riqueza, hay mayor cantidad de autos nuevos, veo gente que le está yendo mejor que antes”, dice José Palma.
Pero, más allá del optimismo, la opinión de muchos es que éste es el momento para hacer la jugada maestra. “Es un ahora o nunca. La situación hoy es muy favorable”, dice el senador del Partido Liberal Juan Manuel Galán, hijo de Luis Carlos Galán, candidato presidencial asesinado en 1989. “El escenario hoy es muy distinto al de las últimas conversaciones de paz de El Caguán y la gente está dispuesta a apoyar esta iniciativa”, agrega.
La resistencia al milagro
Carlos Eduardo Botero estudió en una Colombia sin noches de fiesta. En Medellín, donde vivía en los noventa, su vida giraba exclusivamente entre la casa y la universidad. “No había bares, discotecas, restaurantes. Ahora sí. La époc
a de las bombas fue muy horrible”, recuerda Botero, quien hoy dirige Inexmoda, un instituto que promueve una de las industrias más importantes de Colombia, la textil. Para él, los cambios se han notado: hoy puede hacer el camino entre Bogotá y Medellín en auto, cosa que era peligrosa antes. Y en su rubro, la diferencia se ve en una lluvia de nuevas marcas. Antes había que elegir entre tres tipos de autos, ahora ya no. Y lo mismo ha sucedido en otros sectores. “El año pasado el consumo fue de diez billones de pesos colombianos (US$6 mil millones), creció en 14% entre 2010 y 2011”, dice Botero. Antes, las cifras se quedaban en alrededor de un 7%. “Además, la mejora de la seguridad ha implicado que las ciudades intermedias jueguen un papel importantes. Las grandes cadenas empezaron a abrir negocios en lugares como Yopal y Villavicencio, ciudades de 300 mil habitantes”.
“A nivel económico uno ve más oportunidades”, dice Marcel Hofstetter, economista y académico de la Universidad de La Sabana. “Nosotros estamos reclutando personas y nos cuesta mucho trabajo encontrar gente. Esto habla bien del país”.
El fenómeno ha estado marcado por el cambio que se generó en el gobierno de César Gaviria (1990-1994), donde se dejó el modelo de sustitución de importaciones, se introdujo un Banco Central independiente y se modernizó el Estado.
En paralelo, el mercado bursátil colombiano creció. “Se fue pasando
de un mercado de valores reducido a uno grande. Las empresas familiares que han dominado este país gradualmente van entrando a las acciones, y algo que cambia también el país es la minería”, dice Hofstetter. Un hito en este sentido fue la salida del diez por ciento de la estatal petrolera Ecopetrol a la bolsa en 2007. “Todo el mundo buscó esas acciones. Se podían comprar hasta en los supermercados y hasta las dueñas de casa lo hacían -explica el economista-, y los inversionistas llegaron por Ecopetrol, pero se quedaron por la bolsa colombiana”.
Colombia, la contradictoria
Este fenómeno, paralelo a las victorias en la batalla frente a la guerrilla, ha sido tildado como “el milagro colombiano”. Sin embargo, los expertos locales arrugan los rostros al escuchar la expresión. “No hemos sido una estrella en materia de crecimiento -explica el ex ministro de Hacienda del gobierno de Uribe, Roberto Junguito-; nuestro crecimiento ha sido modesto, pero poco volátil. Al 3 o 5%, pero se ha mantenido constante”.
“Aquí no ha habido milagros. Lo que hay es un trabajo serio buscando la estabilización económica, con una discusión abierta de los temas financieros”, dice Guillermo Botero Nieto, presidente de Fenalco, entidad gremial que agrupa a los comerciantes.
Lo cierto es que, más allá del camino, la Colombia de hoy está cambiando. “En los últimos dos años el recaudo tributario de Colombia ha aumentado en un 50%. Eso es algo que nadie ha hecho, pasar de 35 mil millones de dólares a 56 mil”, dice el parlamentario y presidente del Partido Liberal Simón Gaviria, hijo del ex presidente César Gaviria. Esto ha ido de la mano de un incremento en el gasto social por habitante que subió en un 60% entre 2001 y 2008.
“Lo que ahora queremos hacer es sacar a ocho millones de colombianos de la pobreza, incrementando la clase media en un 50% -explica Gaviria-. Esto significará toda una generación de colombianos comprando su primera casa, su primer carro”. Para algunos, como Gaviria, el milagro no existe, pero está por darse. “Esta década será la década de Colombia”, concluye.
La paradoja colombiana
Son las diez de la noche y los focos están encendidos en Carrera 7, una de las principales arterias de Bogotá. Iluminan a grupo de obreros que trabajan sin descanso en un paso bajo nivel. La escena se repite en toda la capital: a la hora que sea se escuchan bocinazos. Y detrás de esos bocinazos hay ruido de maquinaria, pavimiento destruido, conos naranjos y cascos, muchos cascos. La expansión económica ha llenado de autos las ciudades colombianas y el país aún no se adapta al creciente tráfico.
“A nosotros nos atropelló el desarrollo”, dice Alfonso Ávila, quien dirige la línea aérea Easy Fly, una low cost que hace 2.800 vuelos mensuales dentro de Colombia, especialmente hacia las áreas de desarrollo minero y petrolero. “El desarrollo del país va a un ritmo mucho más rápido que el de la construcción de calles y carreteras”. Lo mismo se ve en puertos y aeropuertos: la remodelación del aeropuerto El Dorado de Bogotá, que estará lista en 2014, se planeó para un ritmo de crecimiento de un 7%, como era el año 2000. Pero después de eso se ha crecido siempre sobre el 10%, con un peak de 22% en 2008.
“Tenemos un problema serio de infraestructura -dice Carlos Eduardo Botero, de Inexmoda-. Si hoy yo quiero traer un contenedor desde Shanghai hasta el puerto de Buenaventura, en el Pacífico, me sale más barato que traerlo desde Buenaventura hasta Bogotá”.
“A nosotros nos atropelló el desarrollo”, dice Alfonso Ávila, quien dirige la línea aérea Easy Fly, una low cost que hace 2.800 vuelos mensuales dentro de Colombia, especialmente hacia las áreas de desarrollo minero y petrolero.
Para hacer frente a estas deficiencias, el Estado construirá 3.400 kilómetros de carreteras de doble calzada en todo el país y se intervendrán 8.170 kilómetros de caminos, con un costo de 40 billones de pesos colombianos (US$24 mil millones), que se sumarán a las construcciones que no paran en Bogotá.
Pero a unas cuadras de esas obras que no paran ni cuando cae el sol, miles de personas viven hacinadas. Es el Bronx, como se llama, donde la droga y el crimen son parte de todos los días. Es una muestra de los 22 millones de pobres que viven en Colombia, de un total de 47 millones de personas. De esos, ocho millones son de pobreza extrema. Basta escarbar un poco para encontrar este tipo de contrastes. Colombia pasó el año pasado a Venezuela como la cuarta economía latina y acaba de pasar a Argentina, para ser la tercera economía. Está a punto de pasar el millón de barriles de petróleo, tiene las reservas de hierro y oro más grandes del continente. Sin embargo, el desempleo no logra bajar y se mantiene siempre alrededor del diez por ciento.
“No somos una economía que destruye el empleo, pero no generamos el suficiente. El poco que generamos es informal”, dice Roberto Junguito. El auge minero y petrolero, por esto, es mirado con ojos sospechosos: a pesar de estar dando grandes recursos al Estado, no logra que Colombia disminuya sus 2,5 millones de desempleados.
Otro ámbito que aún está pendiente es el de la corrupción. Mientras desde el sector político dicen que ésta ha bajado fuertemente, la percepción de otros sectores de la sociedad es que se mantiene.
José Palma explica que, si bien es difícil medir una baja en este tema, sí ha habido un cambio: “La corrupción antes era un tema muy presente, pero muy encubierto. No se hablaba. Hoy se abre a la discusión y se denuncia”.
Pero la palabra corrupción sigue siendo parte del día a día, tanto como la violencia y la guerrilla. “Los que estudian a Colombia hablan de la paradoja colombiana: es un país de una enorme estabilidad constitucional, con jueces independientes, pero es uno de los países con mayor criminalidad de América Latina”, dice Mauricio García Villegas, columnista y profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Esto lleva a la pregunta fundamental: si Colombia podrá superar su destino, lo que ha marcado al país en el último medio siglo.
“Somos el país que creó a Pablo Escobar, a las guerrillas. Pero al mismo tiempo somos la democracia más duradera de América Latina. Ésta es una contradicción permanente- dice Javier Restrepo, de Ipsos. Aún está por verse si podremos superarla”.
Para Juanita León, periodista y fundadora de La Silla Vacía -sitio web de actualidad y política-, esas dos caras de Colombia se resumieron en dos días: el 14 y el 15 de abril de 2012. Ahí, los presidentes del continente se reunieron en Cartagena de Indias para la Cumbre de las Américas. La ciudad se puso sus mejores ropas y uno de los artistas más famosos del país, Carlos Vives, cantó para los mandatarios. Pero mientras los líderes se reunían, buses sacaban a los mendigos de la ciudad y los oficiales del servicio secreto de Estados Unidos hacían de las suyas con Dania, una prostituta local que tendría su minuto de fama.
“Debajo de toda la excelente organización que vieron los extranjeros, que fue real, también estaba esta otra realidad -dice Juanita León-. Dania fue la cara que Colombia no pudo dejar de ocultar”.