Como de costumbre, llueve en Puerto Montt. Al sur de la ciudad una pareja de hermanos inicia su habitual cruce hacia el continente. Son pasadas las 8 de la mañana e Ivar y Jorge Pacheco abandonan sus casas en la isla Tenglo para ir a trabajar. El estrecho pasaje que separa el islote del continente lo atraviesan en apenas 10 minutos. Son más de 50 años haciendo la misma ruta varias veces en el día. Anclan sus pequeñas lanchas en la marina, sin importarles el enorme y lujoso yate, avaluado en US$ 50 millones, que descansa a un costado de sus pequeños navíos. Por el contrario, se sienten orgullosos de que el incógnito billonario ruso propietario de la nave, y quien deambula por la Patagonia, haya elegido ese lugar para recalar: la marina es de propiedad de Ivar y Jorge.
La primera vez que los hermanos Pacheco decidieron probar suerte fuera de su isla fue cuando tenían 15 y 13 años, respectivamente. Comenzaron pescando en la zona, para luego incursionar en el buceo. Siempre juntos y en sociedad. Hoy son dueños de Oxxean, uno de los consorcios marítimos más importantes de la zona austral: 13 barcos pesqueros, cuatro puertos, una marina deportiva, alrededor de US$ 20 millones en facturación anual, y toda una red de servicios navales que dan trabajo a 350 familias, componen el imperio de los Pacheco.
Y, al igual que lo hicieran a fines de los sesenta, cuando comenzaron la aventura empresarial, los hermanos -hoy de 58 y 55 años- siguen buscando nuevas oportunidades de negocios. En los próximos días comenzarán la construcción del primer puerto granelero de Los Lagos, el cual les costará US$ 25 millones en una primera etapa, hasta completar un megapuerto de más de US$ 200 millones. Y ya anuncian que no pararán ahí: quieren incursionar en la navegación turística y potenciar las inversiones en infraestructura portuaria.
La Tenglina
La perspectiva sobre la bahía de Chincui domina casi la totalidad de la oficina de los hermanos Pacheco. En el tercer y último piso del edificio corporativo de Oxxean, inaugurado hace diez años, además predominan dos grandes escritorios, uno junto al otro. Desde que se iniciaron en el mar, como relata Jorge, decidieron que trabajarían juntos para toda la vida. Y así se ha mantenido hasta ahora.
Esa privilegiada vista les permite observar el puerto (propiedad de Oxxean) por donde se embarcan los salmones, una de las principales actividades económicas de la región. También está parte de su flota de buques pesqueros y al fondo, hacia el sur, Punta Caullahuapi, donde se levantará el puerto granelero.
En esa bahía, además, comenzó toda esta historia. Ivar, el más introvertido de los dos, recuerda que su padre no tenía relación con el mar. Agricultor de la zona, mantenía en la isla un bote a remos en el cual salía a vender sus hortalizas los fines de semana. Viendo que éste quedaba en desuso el resto de los días, pidieron prestada La Tenglina a su padre y, siguiendo el ejemplo de primos y vecinos, comenzaron a pescar. “Cuando íbamos a vender el pescado a Angelmó y recibíamos pago en el mismo día, nos dimos cuenta que nos gustaba tener nuestras lucas. Que todo era al momento y no en un par de meses como le pasaba a mi papá en el campo”, agrega Jorge.
Así estuvieron durante un año y medio, hasta que un día regresando de la pesca, vieron emerger a un hombre rana. Quedaron impresionados. “Sabíamos nadar muy bien y esa éra una actividad que podíamos dominar”, acota Ivar. Apenas llegaron a su casa juntaron el capital para comprar un traje de buceo.
A partir de entonces, los hermanos Pacheco comenzaron a sacar locos y erizos desde las profundidades. Estaban todo el día en el mar. En la mañana uno se sumergía, para luego darle espacio al otro. “El que tenía el turno de la tarde sacaba la peor parte porque se ponía el traje mojado”, ríe Jorge.
Sin descuidar tampoco la pesca a bordo de La Tenglina, la dupla fue alternando actividades de acuerdo al precio de la temporada. “Éramos dos, entonces debíamos privilegiar dónde estaba mejor la cosa”, acota Ivar.
Con dos X
Mientras terminaban los estudios en colegios de la zona y posteriormente Ivar en la universidad -estudió Técnico en Pesca en la desaparecida Universidad Técnica del Estado- y Jorge en institutos industriales, los miniempresarios consiguieron un crédito Corfo para un segundo bote, esta vez a motor. A fines de la década de los setenta las aguas entre ambos se separaron. Cada uno decidió embarcarse en distintas motonaves que surcaban los fiordos. Jorge como asistente de la sala de máquinas, e Ivar como capitán de una lancha pesquera de capitales japoneses. Ambos querían practicar los conocimientos de marina mercante que aprendieron durante años. La incipiente sociedad quedó en el congelador, pero los sueldos de los hermanos iban a parar mes a mes a un fondo común. Ése había sido el pacto que ambos sellaron en la adolescencia arriba de La Tenglina.
Cuando volvieron a tierra firme, en 1980, les llegó una invitación desde la Escuela Naval. Por primera vez se abrían cupos para estudiar buceo de salvataje y ellos, sin ser militares, podrían optar a las vacantes. “Postulamos los dos, pero por plata sólo pudo ir Jorge. Él estuvo dos meses y aprendió el manejo de explosivos, soldaduras submarinas y buceo técnico. Al año siguiente me preparé con unas guías que trajo y también di el examen y saqué mi licencia de buzo de salvataje”, relata el mayor de los Pacheco.
Ese momento marca el origen del conglomerado que tienen hoy. Aprovechando la cantidad de naufragios que había por ese entonces, los hermanos agregaron un nuevo giro a su sociedad: rescate marítimo. En 1981, ya con tres giros comerciales -pesca, recolección y buceo técnico-, decidieron formalizar la sociedad. Recuerdan que pensaron en varios nombres hasta que eligieron “Océano”. Estuvieron a punto de inscribirla así, hasta que uno de los dueños de la oficina que arrendaban les dijo que en Estados Unidos a las empresas que tenían dos equis en su nombre les iba mejor. Como Exxon o Xerox. Se miraron y exclamaron a coro: “Oxxean”.
La fiebre del loco
Con la sociedad funcionando formalmente, los Pacheco abrieron la década de los 80 con el boom de las exportaciones de merluza a España. Ya tenían dos lanchas, pero debían empezar a subcontratar. Primero tomaron 10 y luego llegaron a manejar 120 botes. Decidieron que ya no podían salir al mar y debían quedarse en tierra administrando la enorme flota. Ese aprendizaje les sirvió para años más tarde, cuando vino una de sus mayores oportunidades: la fiebre del loco.
Terminaban los ´80 y los barcos comenzaban a movilizarse hacia los canales patagónicos. En ese tiempo se levantó la veda del loco, molusco muy apetecido en Japón, y los Pacheco salieron a su captura. Estuvieron por años viajando por el golfo de las Guaitecas y lograron extraer hasta 350.000 toneladas por mes. Ahí comenzaron a amasar una pequeña fortuna. Luego vendría el cultivo de algas, también demandadas en Asia por la industria cosmética. A esas alturas sus negocios originales sostenían las finanzas del grupo, hasta que terminada la década de los 80 una serie de naufragios les permitieron dar un mayor salto.
Como eran los únicos capaces de realizar maniobras submarinas, les llovieron los trabajos de emergencia. Con el dinero que ganaron compraron al contado una oficina en el centro de Puerto Montt y les quedó un excedente superior a los $300 millones. “Fue tanta plata que tuvimos que encerrarnos con Ivar y pensar qué haríamos. Recuerdo que empezamos a conversar a las 5 de la tarde y salimos muy de noche. Fue nuestro primer gran plan de inversiones”, piensa en voz alta Jorge.
Coincidiendo con la liquidez de la empresa, arribaron las primeras salmoneras a la zona. Con ellas llegó el segundo gran salto para Oxxean. Pues pusieron fin a la incertidumbre de la temporalidad de los locos, algas, merluzas o los salvatajes esporádicos: los hermanos Pacheco se convirtieron en los mayores proveedores de construcción de jaulas y mantención de éstas en la naciente industria.
Fue tal el boom, que decidieron hacer un muelle para arrendarle a las salmoneras frente a la isla Tenglo, donde ambos tienen sus casas separadas por 100 metros. Lo llamaron Marina Oxxean, porque además de recalar buques salmoneros, también empezaron a arribar yates deportivos. Como el del billonario ruso que por estos días se mueve en el sur. “Los mismos salmoneros nos comenzaron a pedir que construyéramos uno más grande, y fue así que en 1998 ideamos estos tres que tenemos ahora”, cuenta Ivar. En una primera etapa pidieron prestados US$ 1,5 millones al banco para construir el primero. Luego vinieron dos más, y en 2010 agregaron un cuarto en Puerto Chacabuco, en Aysén. La semana pasada y con la presencia del ministro de Economía, Pablo Longueira, pusieron la primera piedra de uno granelero, capaz de mover 750.000 toneladas al año.
No pretenden quedarse ahí. Hace poco tiempo recorrieron todos los canales australes hasta el Cabo de Hornos, buscando oportunidades. Turismo, puertos y el sector acuícola están en el horizonte de estos hermanos, que sellaron un pacto a bordo de un pequeño bote a remos.