Por Axel Christensen Diciembre 13, 2012

El año 2012 camina a paso seguro para ser considerado espectacular en cuanto a variables macroeconómicas. El consenso de analistas recientemente encuestados por el Banco Central apunta a un crecimiento de 5,5% del PIB, con lo que se roza un crecimiento anual promedio del 6% desde el 2010. Por otro lado, el desempleo alcanza mínimos no vistos desde antes de la crisis asiática de 1998. Si bien resulta prudente no hablar de pleno empleo, claramente hoy en día resulta más difícil conseguir trabajadores que trabajo. Otros indicadores relevantes, como la inversión, también muestran una evolución muy positiva: aparece más cercana que nunca la posibilidad de que Chile alcance el estatus de país desarrollado, al menos medido en base al PIB per cápita.

La “guinda de la torta” son los niveles de inflación, muy contenidos dentro del rango meta de 2% a 4%.  Todo esto se da en el contexto de un entorno internacional bastante complejo, con Europa cayendo inevitablemente en recesión debido a su crisis financiera y con una frágil recuperación de la economía estadounidense, que mantiene en vilo a los mercados, esperando un acuerdo en el “precipicio fiscal” que parece nunca llegar.

Sin dudas, estamos frente al mejor panorama que puede tener un ministro de Hacienda: “tres coloradas” en las principales variables macro y sí, apenas algunas molestias de segundo orden, como los niveles del dólar bajo para muchos sectores exportadores, la discusión acerca de la existencia (o no) de una burbuja inmobiliaria, y una incipiente preocupación -aunque creciente- acerca del déficit de cuenta corriente.

Con tan buenas cifras, y a pasos de convertirnos en una economía desarrollada, ¿por qué no se ha contagiado este optimismo a nuestro mercado bursátil? En el mismo período -inicios del 2010 a la fecha-, en que el crecimiento promedio es de casi 6% anual, la rentabilidad del IPSA apenas supera el 5% anual. Es más, después de un muy buen 2010, donde rentó casi 40%, el retorno del 2011 fue negativo (-15%) y este año es cercano a 0%.

Alguna explicación de ello puede atribuirse a que este mismo período no ha sido favorable a los mercados emergentes, grupo del cual pretendemos emigrar. En esta línea, la Bolsa chilena al menos muestra una rentabilidad positiva frente a una caída anualizada cercana al -13% que experimentó el índice Bovespa de Brasil para el mismo período. Sin embargo, si uno mira lo que pasó en Estados Unidos, donde el índice S&P 500 rentó casi 9% anual (superando al mercado bursátil chileno tanto el 2011 como probablemente lo hará el 2012), uno no puede quedar sino perplejo, pues la economía americana apenas crece, enfrenta serias dificultades de déficit y deuda pública y sigue con niveles de desempleo aún altos.

¿Cómo se explica tanta divergencia como para suponer que son casi dos mundos opuestos? Bueno, es porque en buena medida son ámbitos distintos. A pesar del buen precio del cobre, muy importante para el sector minero y las finanzas públicas, no todos los sectores exportadores nacionales han visto una positiva evolución de precios internacionales. Es el caso de la celulosa, por ejemplo, y en el mercado bursátil chileno hay mucho mayor representación de forestales que mineras. Algo más transversal a las empresas de todos los sectores ha sido el significativo aumento de costos, particularmente energéticos y de mano de obra, que no necesariamente se expresan en la medición del IPC.

Si bien lo anterior resulta el fundamento de mayor peso para explicar el divorcio economía-mercado, es posible consignar algunos elementos adicionales, como el alto nivel de aumentos de capital registrados el 2012 (que llegan a casi los USD 2.500 millones), afectando la oferta y demanda de inversionistas. Asimismo, destacan el conflicto a raíz del aumento de capital de Enersis y una posición más conservadora de los fondos de pensiones -importantes actores en el mercado chileno- que ha llevado a su menor nivel de exposición a acciones locales desde junio del 2003.

Al igual que el reality Mundos Opuestos, parece que la economía chilena más bien vive la vida del pasado, cosechando los frutos de lo realizado en años anteriores, mientras que el mercado bursátil vive la vida del futuro, donde hay muchas más incertidumbres. Al final del día, los precios de las acciones no son más que el reflejo de los flujos futuros que recibe el inversionista. Y esos flujos se han ajustado a la baja, presionados por menores crecimientos de ventas en varias industrias y mayores costos en casi todas ellas. Ya suman seis los trimestres en que las empresas del IPSA han visto disminuir sus utilidades. 

La analogía continúa, pues es urgente que la interacción entre ambos mundos se haga en el presente, donde pasemos de los significativos logros “macro” conseguidos hasta ahora, a avanzar más rápido en buenos resultados “micro”, como despejar la incertidumbre energética y aumentar la competitividad, que permitan reducir los aumentos de costos. Sólo así el sueño de ser un país desarrollado -que nos fue esquivo a fines del siglo XIX- será una realidad y no quedaremos fuera de competencia.

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