La teoría del ciclo político-económico sostiene que los gobernantes de turno echarán mano a todas las herramientas posibles para enfrentar los períodos eleccionarios con crecimiento y empleo. Bien lo sabe el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, quien profundizó al respecto en un paper de 1997: “En un contexto en que se debe ser elegido para gobernar, las autoridades se ven incentivadas a utilizar los instrumentos a su alcance para mejorar el desempeño económico y así complacer al electorado”, escribió junto a Paola Assael. Ahora, como responsable de las finanzas públicas, tendrá la oportunidad de experimentar estas presiones en la práctica.
Pero claro, con un PIB cercano al 6% promedio, inflación controlada y casi pleno empleo, Larraín sabe que no enfrentará tanta presión como algunos de sus antecesores. Por el contrario, está a sólo 15 meses de coronarse como uno de los ministros de Hacienda de mejor performance en términos de crecimiento económico para su cuatrienio. Y lo único que necesita (vamos, que no es poco) es que no ocurra nada que remueva las aguas. Quizás no faltará quien sostenga que la economía brilló por mérito propio y que el crecimiento respondió más a las lógicas de inversión y consumo privado, pero los números finales jugarán a favor del ministro.
“La economía no se administra por control remoto”, dice uno de sus cercanos y tiene razón. Desde el terremoto hasta la crisis europea, al ministro Larraín le tocó enfrentar un panorama que muchos anticipaban como catastrófico. Lo que viene tampoco es fácil: una posible desaceleración de China, la lenta recuperación de Estados Unidos y los desequilibrios que incuba la economía local forman parte del cóctel 2013. Por lo mismo, algunos expertos esperan que Hacienda no sólo contenga las presiones políticas por gasto, sino que incluso contribuya con un mayor ahorro fiscal y evite dejar el terreno abonado para una nueva discusión tributaria a partir de 2014.
Todo ello, en el ámbito estrictamente macro. Pero no es lo único que motiva a Larraín en el último año para construir su legado. La agenda legislativa del ministro incluye unos 30 proyectos en trámite o en proceso de elaboración. Y dicen que pretende conseguir en 2013 la aprobación para todos. Algunos forman parte del programa histórico del gobierno: comisión de valores, reforma al sistema de administración de empresas públicas, ley única de fondos (que no resiste otro Chile Day como anuncio estrella). Otros son más novedosos (factura electrónica o institucionalización del programa Chile Gestiona). Pero hay uno que pretende convertirse en el gran legado de Larraín: institucionalizar, vía ley, el Consejo de Estabilidad Financiera.
Con estos objetivos bajo el brazo, Larraín podría volver a las aulas, las asesorías y el debate público. ¿Algún puesto en un organismo internacional de relevancia? Dicen que ya le ofrecieron uno de primer nivel y que lo rechazó para permanecer junto al presidente Piñera hasta el último día. No, lo más probable es que este ex académico, asesor y director de empresas vuelva a lo suyo. El caso igual llama la atención porque prácticamente todos sus antecesores de relativo éxito al mando de Hacienda, aprovecharon la experiencia como plataforma política (o al menos, lo soñaron): Büchi, Foxley, Eyzaguirre, Velasco. Con tamañas cifras de respaldo y un alto nivel de conocimiento en las encuestas, ¿por qué Larraín nunca ha sonado como candidato?
Quizás muchos piensan que sólo ha hecho lo que tenía que hacer. No enfrentó la desconfianza que pesó sobre Foxley en 1990. No fue militante comunista como Eyzaguirre ni enfrentó las presiones estatistas en el gabinete, como se supone que lo hizo Velasco. Curiosamente, igual deberá encarar las críticas de los sectores más dogmáticos cuando retorne a la vida privada. Porque la política es el arte de lo posible y, a fuerza de extensas negociaciones en el Congreso, es seguro que Larraín lo aprendió. De todas formas, siempre podrá sostener que esa experiencia lo convierte en un asesor “enriquecido” porque el hombre tuvo la guitarra en sus manos y, si todo resulta bien, la habrá sabido tocar por cuatro años.