Pablo Olivares había pasado cien veces por allí, pedaleando por Independencia desde la Facultad de Medicina de la U. de Chile hasta su casa, y había mirado, sin verlo, cien veces el mismo cartel. La noche de ese viernes de marzo de 2011, sin embargo, verlo le cambiaría la vida.
Antes de eso, su historia era la historia del joven que llegó de San Bernardo al Instituto Nacional, que se esforzó para llegar a ser médico, y que en ese momento, ya en sexto año y como ayudante de neurología, llevaba un tiempo obsesionado con cómo el cerebro retiene la información. Entonces vio el gigantesco cartel, instalado por la alcaldía: “Dios es más grande que tu problema”. Se dio cuenta de que, a pesar de que el cartel llevaba años ahí, recién reparaba en él. Entonces pensó: si se gasta tanto dinero en publicidad con mensajes que no llegan a los usuarios, y tanta gente en Chile necesita dinero, ¿por qué no redirigir esa plata perdida en pagarles a usuarios determinados por ver esos mensajes?
Poco tiempo después, gracias a otro cartel -que decía “Concurso de ideas: Queremos ideas que puedan cambiar el mundo”-, todo cobró sentido.
Hoy, Pablo Olivares, luego de congelar su carrera y apostar todo por su idea, cuenta esta historia en el piso 22 de la Escuela de Negocios de la U. de Chile. A su alrededor, en una pequeña oficina, están sus tres compañeros de emprendimiento: es la oficina de Dandoo, uno de los primeros emprendimientos impulsados por SociaLab, la primera plataforma de negocios sociales del país.
Se trata de una herramienta web que funciona a través de Facebook, algo así como un YouTube de publicidad, en el cual cada usuario puede ver spots, y luego responder un par de preguntas que certifiquen que los vio. Por cada visionado, acumula 100 pesos, y al llegar a 500 puede utilizar ese dinero para cargar su tarjeta bip!, su celular o su internet. La marcha blanca de Dandoo comenzará este mes, y tiene a Movistar como inversor.
La idea, explica su creador, es ayudar a la gente a pagar sus cuentas, logrando que las marcas inviertan su dinero en publicidad efectiva, y ellos recorten un porcentaje, para poder escalar el negocio. Así, todos ganan. “La única solución a las crisis globales es moverse como las empresas, pero con un trasfondo social”, dice Olivares. “¡No hagamos el iPhone 7, resolvamos que el 60% de la población vive con menos de luca diaria!”.
En esa frase se puede resumir el discurso de SociaLab. Nacidos como una escisión de la Fundación Techo, pero aún pertenecientes al mismo grupo, su misión es generar un ecosistema de emprendedores sociales: gente que busque hacer negocios con el fin último de ayudar a los más desposeídos, pero capaces de generar riqueza, para llevar la solución a la mayor escala posible. Esa visión los separó en septiembre del año pasado de su matriz, enfocada en el voluntariado. “El fin que tenemos es el mismo, superar la pobreza, pero el método es totalmente distinto: nosotros vemos a las familias vulnerables como consumidores de valor, y eso hace que el método sea sustentable”, dice Askan Straume, director de Innovación de SociaLab. “Creemos que superar la pobreza puede ser un negocio para todos”.
Apoyados por el Banco Interamericano de Desarrollo y Movistar, han hecho siete concursos de emprendimiento, recibido 3 mil ideas y financiado 111; han repartido US$ 1,8 millones en capital semilla, y han abierto sedes en Argentina (donde esta semana culminaron su primer concurso), en Colombia y Uruguay, y están por abrir otra en Silicon Valley. Además, los ocho mejores proyectos conviven en la oficina de SociaLab en Santiago Centro, en donde reciben asesoramiento y apoyo de redes de contactos. El principal requisito: estar tan convencido de tu idea como para jugarte todo por ella.
Como Pablo Olivares, quien dice que cuando Dandoo gane lo suficiente como para mantenerse, va a terminar su carrera de neurocirujano.
una buena señal
Francisco Pailamilla no pedía mucho. Estudiante de un liceo industrial de Puente Alto, en 2006 quiso contratar internet para prepararse mejor para sus exámenes, pero se enteró de que a su casa en la villa El Comercio no llegaba el servicio. Había trabajado muchos fines de semana como empaquetador de un supermercado en Los Dominicos para pagarlo, pero eso daba igual: internet sólo llegaba hasta la vereda de enfrente.
Enojado, no se dio por vencido: diseñó él mismo, con ayuda de un profesor, una antena receptora de wifi, la instaló en el techo de su casa, y le propuso al vecino del otro lado de la vereda pagar internet a medias. Al poco tiempo, ya les cobraban por internet a diez familias. Luego identificó otras zonas sin conexión de Santiago, e instaló una segunda antena en San José de Maipo. El emprendimiento funcionaba, pero, consciente de su dudosa legalidad, decidió cancelarlo cuando entró becado a estudiar Técnico en Electricidad y Electrónica al DuocUC.
Pasarían un par de años hasta que se decidiera a proponer su tecnología, con el nombre de Chile Conectado, en un concurso de emprendimientos de BBVA, y SociaLab lo contactara para que participara en el suyo. Entre 800 ideas, la de Francisco quedó entre las cuatro primeras, y se llevó 28 millones de pesos. Hoy está en conversaciones con Movistar y la Sofofa, interesados en ocupar su innovación para llegar a las zonas sin conexión del país, y sueña con llevar internet a todos los barrios que, como el suyo, no pueden tenerlo. “Cuando llegué a la final del concurso, vi que todos eran médicos o ingenieros. Toda gente cabezona”, dice Francisco Pailamilla, quien este mes piensa llegar a la oficina de SociaLab, luego de renunciar a su trabajo en Tur Bus. “Pero Julián Ugarte me contó su historia. Él me inspiró”.
La historia de Julián Ugarte (32), creador y director del centro de innovación del Techo y ahora de SociaLab, tampoco calza mucho con los caminos del éxito. De malas notas en el colegio y regular PAA, entró a estudiar Diseño en el DuocUC de Viña del Mar, ciudad donde vivió casi toda su infancia. Se vinculó al Techo a través de un proyecto para equipar viviendas de gente de bajos recursos, y al poco tiempo su visión de los problemas sociales como oportunidades de negocios comenzó a ganar adeptos en la organización. “La gente no tiene que esperar que las soluciones vengan de afuera, podemos crearlas nosotros”, dice.
Desde la oficina de SociaLab, Ugarte, quien fue el primer chileno seleccionado como estudiante por Singularity University -la casa de estudios de la NASA con Google en Silicon Valley-, y es considerado uno de los mejores alumnos de su generación, coordina también la otra “pata” del proyecto: consultorías sociales para grandes empresas que quieren entender mejor al público de bajos ingresos. En esa área, el proyecto ícono es el realizado junto a Movistar, con quienes han conectado, a través de planes con condiciones especiales, a 150 mil hogares de bajos recursos a internet, y piensan llegar a un millón de aquí a 2014. Algo clave para que luego puedan acceder a los emprendimientos digitales que ellos mismos diseñan.
Pero no todos los proyectos SociaLab tienen que ver con aplicaciones tecnológicas. Uno de los ganadores del último concurso, por el contrario, apunta a mirar al pasado y comprar los productos de la canasta básica a granel. La idea se le ocurrió a José Manuel Moller, ingeniero comercial de la UC, quien en 2011 se fue a vivir junto al actual presidente de la FEUC, Diego Vela, y otro compañero, a una casa en un sector pobre de La Granja. Allí se dio cuenta de que las personas perdían mucho dinero comprando los productos a precio minorista en los almacenes, e ideó una solución: construir máquinas expendedoras que vendieran por ración, saltándose las marcas, productos como detergente, arroz, legumbres y otros de consumo básico. Al proyecto lo bautizó “Al Gramo”.
La primera máquina la probó el año pasado en un almacén de La Pincoya, y tuvo éxito: vendía detergente -comprado al mismo productor de Omo-, a 300 pesos la ración, contra $550 que costaba el de marca. Desde abril hasta fin de año pretende colocar 70 máquinas en distintos sectores de la capital, generando ganancias para los almaceneros y para él mismo. “Esto sólo se trata de buscar el sentido común”, dice Moller. “No es una opción ‘de pobre’, es una opción inteligente”.
la hace uno, la hacen todos
El mayor éxito a la fecha conseguido por la incubadora ocurrió en el evento Common Pitch Chile de noviembre del año pasado. En el taquillero concurso de innovación organizado por Virgin Mobile, y que incluyó la presencia de Al Gore como invitado estrella, los dos premios entregados, el del jurado (35 mil dólares) y el del público, cayeron en manos de emprendedores SociaLab.
Uno de ellos es The Tohl, el emprendimiento más ambicioso tecnológicamente de los que han llegado a la iniciativa. Ideado por cuatro estudiantes de Ingeniería norteamericanos, es un sistema para llevar agua potable a través de cañerías flexibles instaladas desde vehículos terrestres o helicópteros, en poco tiempo y a menor costo, a cualquier lugar afectado por un desastre natural o aislado. La idea nació tras el terremoto de Haití, y Chile fue el destino elegido para desarrollar el sistema debido a su complicada geografía y presencia de lugares aislados.
El primer piloto del proyecto, cuya clave está en que no segmenta las tuberías como se hace normalmente, sino que las enrolla en toda su longitud en un enorme carrete, fue realizado en el Cajón del Maipo, en donde instalaron un kilómetro de tubería en 9 minutos. Ahora están próximos a cerrar su primer pedido en Sudán, y en Chile están negociando acuerdos para llevar agua potable a Alhué, Hualpén y San Pedro de Melipilla. Si todo funciona, pronto quieren abrir una línea comercial para la minería y la agricultura, que les permita sumar recursos para llevar su alternativa social a todo el mundo.
Papinotas, el otro ganador, es uno de los proyectos más avanzados de SociaLab, y su apuesta es mejorar la participación de los padres en la educación de sus hijos: se trata de un servicio web con el cual los profesores de colegios vulnerables pueden mandar mensajes de texto al apoderado de cada alumno, comunicándole si faltó al colegio, qué pruebas tiene la semana entrante, cuándo hay reunión de apoderados o recomendándole actividades culturales y pautas de estudio.
La idea, que funciona como una herramienta virtual donde cada profesor tiene un usuario para conectarse y 10 mensajes de texto al mes por alumno, ya está instaurada en 15 colegios del país, y ha generado mejoras en la asistencia de los padres a las reuniones, en los hábitos de estudio y en la asistencia de los mismos alumnos. Ya cerraron un acuerdo con Virgin para disponer de mensajes a menor costo, y a los colegios les cobran 700 pesos al mes por cada niño en el sistema.
La meta de SociaLab es haber financiado 127 emprendimientos al próximo año, y que tres de ellos impacten a un millón de personas. Además, esperan tener 200 mil usuarios en su web, para que en el futuro sean estos mismos los que elijan qué emprendedores merecen apoyo, y los ayuden con financiamiento a través de crowdfunding. Luego estos mismos, los emprendedores, serán los responsables de seguir la cadena con las nuevas generaciones.
“Acá si uno la hace, la hace por todos”, concluye Julián Ugarte. “Apostamos a un equity de corazón, aunque el banco me diga que estoy loco: al que le vaya bien va a apoyar a los emprendedores del futuro. Ése es nuestro modelo de sustentabilidad”.