Por Paula Comandari Marzo 28, 2013

“Cuando vendió Telefónica del Sur invitó a unos 20 ejecutivos a comer al restaurante Cuerovaca. Le regaló un reloj Rolex como muestra de agradecimiento a cada uno”, dice un director. 

El capitán

Andrónico Luksic Craig reconoció hace algunos años a revista Qué Pasa que su hermano Guillermo era el analítico de la familia. “Un tipo que tiene más sesos que yo sin ninguna duda. Yo soy un poco más de relaciones públicas, me gusta conocer gente, contarles de Chile y lo que podemos hacer”. Guillermo, en cambio, según cuentan en su círculo íntimo era más tímido, pragmático, cuestión que se traducía en que era el único de los hermanos que tenía una visión más global de los negocios. De hecho, sólo él participaba como director en las tres áreas que componen su holding: minería, banca e industria.

“Guillermo tenía características innatas de capitán: le gustaba comandar aviones, veleros, empresas, fundaciones, gremios y proyectos. Cuando comenzó a volar lo acompañé en su primer vuelo que hizo como piloto autónomo. Mostraba una gran decisión y convicción sobre lo que estaba haciendo, a pesar de que el aeropuerto de Concepción -nuestro destino- estaba con densa neblina”, recuerda Gonzalo Menéndez, histórico ejecutivo del grupo. Afirma que desde “muy joven fue un líder. Antes de cumplir los 30 asumió la presidencia de la Corma. El desarrollo del país era una gran preocupación para él desde su juventud”. 

 

Los “hornitólogos”

El balneario de Hornitos en la II Región no sólo marcó la niñez de los Luksic, sino que se transformó en su refugio. Si bien los cinco hijos de Andrónico Luksic Abaroa veranean todos los años en ese lugar, sólo Guillermo construyó su propia casa. El resto iba a la propiedad paterna.

Hay dos fechas que Guillermo Luksic sagradamente pasaba allí: el Año Nuevo, cuando le regalaba a toda la comunidad -conocidos como “los hornitólogos”- un espectacular show de fuegos artificiales; y la celebración de su cumpleaños cada 14 de enero. Para esa ocasión llegaban amigos de todas partes. Incluso desde el extranjero.

Hornitos era el lugar donde el clan Luksic se reunía. Memorables son los picnic que él mismo organizaba en la playa con banquete de mariscos y ginger ale Lautaro, bebida que produce la CCU en el norte. 

Sus vecinos -muchos de origen croata como ellos- recuerdan que hace algunos años, mientras Guillermo piloteaba su helicóptero se acercó tanto a la arena que hizo volar una decena de toldos que los veraneantes habían construido cerca del mar para protegerse del sol. Al día siguiente, Guillermo tomó su moto, y fue casa por casa pidiendo disculpas por el incidente y ofreciendo la reparación por los daños.

 

El director

Cuando se sentaba a la mesa a negociar -o ver la factibilidad de un proyecto- a Guillermo Luksic se le iba la sonrisa de la cara. Dicen que en los directorios le gustaba desafiar a sus ejecutivos haciéndoles preguntas complejas. “Era bravo, no le gustaba perder”, comenta un director que participó en una de sus empresas. “No se quedaba nunca tranquilo, les daba mil vueltas a las cosas y le gustaba irse a la segura. Nunca se equivocaba”, ironiza un abogado. Aun así, todos concuerdan en que Guillermo era de esos empresarios que siempre conocían al dedillo cada uno de los aspectos de sus negocios. Uno de sus ejecutivos recuerda que cuando China aún no sonaba en el radar como potencia económica, Guillermo quiso reunirse con unos proveedores de tecnología de ese país. “Era raro que el presidente de un influyente grupo quisiera establecer contacto con unos simples vendedores. Nunca les preguntó por los equipos, sólo le interesó conocer sus gustos, lugares de veraneo y qué consumían. Era la excusa para saber cómo podía atacar ese mercado. Ya preveía lo que iba a ocurrir en China”.

 

El visionario

Dicen que cuando veía una oportunidad, Guillermo Luksic se empecinaba por conocer el negocio y llevarlo a cabo. Un ejemplo fue su incursión en la revista Capital. Un viernes de 1995, Guillermo se encontró en un restaurante en Las Condes con las hermanas Andrea y Celia Eluchans, quienes le contaron que tenían entre manos un proyecto editorial. La idea era hacer una revista de negocios. Él se mostró entusiasmado y les pidió que lo contactaran el lunes siguiente. Una semana después cerraron trato. 

Otro caso que revela su visión fue su arremetida en el mercado de las telecomunicaciones. Cuando recién entró la telefonía celular al país, sólo operaban CTC -entonces estatal- y Entel, que se enfocaba en larga distancia. Los Luksic tenían VTR y Telefónica del Sur. “Recuerdo que Guillermo me llamó para preguntarme si a través de las antenas de Entel se podían transmitir dos frecuencias. Así, podían hacer una inversión conjunta y cada una de las firmas tener una plataforma de transmisión. Siempre buscaba alternativas”, recuerda Jorge Atton, hoy subsecretario de Telecomunicaciones y quien trabajó más de 25 años con Luskic.

Los deals

Guillermo Luksic era singular para cerrar negocios. Sobre todo cuando se trataba de iniciativas importantes. Sus ejecutivos recuerdan que siempre celebraba estos momentos en grande. “Cuando vendió Telefónica del Sur invitó a unos 20 ejecutivos a comer al restaurante Cuerovaca. Le regaló un reloj Rolex como muestra de agradecimiento a cada uno”, dice un director. 

El artista

Desconocido fue el gusto de Guillermo Luksic por el folclor argentino. Dicen que cuando sacaba la guitarra “su hit” era “Paisajes de Catamarca”, de Los Chalchaleros. A la hora de escuchar música prefería la bossanova. También le gustaba escribir y pintar. Aunque fue como coleccionista donde más se destacó. Quienes conocieron su departamento en San Damián aseguran que era una verdadera pinacoteca con cuadros de Claudio Bravo, Roberto Matta y Rufino Tamayo. Su pasión por el arte se extendió a sus otras casas. En la viña Tabalí, en la IV Región, por ejemplo, el empresario mandó a hacer un mural al joven pintor Guillermo Lorca. Pocos saben que en medio de la enorme obra que ilustra paisajes e indígenas de esa zona hay un retrato de Guillermo Luksic que se mezcla con los aborígenes. Según confesó él mismo hace algunos años, “la idea fue una humorada”.

Su “chiche”

Ovalle fue siempre especial para Guillermo. Su madre Ena Craig, estudió en el Colegio Amalia Errázuriz en esa zona. Además, durante su niñez solía veranear allí. Uno de sus cercanos cuenta que, por la importancia que tenía esa ciudad para él, decidió instalar allí su viña Tabalí, otra de sus grandes pasiones. “El lugar era un verdadero peladero. Había rocas, piedras y espinos. Hoy es un vergel. Tabalí era el alma de Guillermo”, cuenta un amigo. De hecho, éste fue uno de los pocos negocios en que incursionó en forma personal. Se esforzó por aprender de la industria, y quienes lo conocen cuentan que se le veía feliz cada vez que le celebraban uno de sus vinos. 

En dieta eterna

Vanidoso. Guillermo Luksic vivía pendiente de su imagen. Quienes lo conocieron cuentan que durante la semana comía sólo ensaladas para gozar de la buena mesa el fin de semana. No fueron pocas las veces en que él mismo les preguntó a sus amigas si lo notaban algo más flaco. Además, se preocupaba de andar impecablemente vestido, y en ese ítem no escatimaba en gastos. Era buen anfitrión, le gustaba invitar a sus amigos a su casa y que se sintieran cómodos. Los menús eran sofisticados: foie gras y langosta. Entre sus amigos más cercanos se encuentran Juan Pablo Solís de Ovando, la ministra  Carolina Schmidt, las hermanas Eluchans, la decoradora Paula Gutiérrez, además de su grupo de Hornitos. Meticuloso al extremo, disponía la mesa y las flores que adornaban la casa. “Se ofuscaba si uno no le celebraba esos detalles”, dice una persona de su entorno. 

También era común que Guillermo invitara a sus amigos a viajar en su lujoso yate por el Adriático, o a recorrer el Caribe. Ahora, no dejaba pasar deuda alguna, cuenta un amigo entre risas. “Mi abuela Helena era buenísima para ahorrar. ‘El que guarda siempre tiene, mijito’, me decía en su acento medio boliviano. La primera condición para hacer cosas en la vida es ahorrar”, se justificó en una entrevista en La Tercera en 2010.

El filántropo

En un mes más, la Universidad Finis Terrae inaugurará un edificio de 11 mil m2 con una gran biblioteca. Hasta ahora se ha mantenido en reserva el nombre de esta dependencia. Se llamará Ena Craig en honor a su madre. En el plantel -ligado a los Legionarios de Cristo- lo reconocen como uno de sus grandes benefactores. Claro que siempre lo hizo de manera anónima y sin hacer exigencias de ningún tipo. 

La universidad no fue la única institución a través de la cual canalizó su ayuda. Mario Kreutzberger recuerda que fue Guillermo uno de los primeros en apoyar a la Teletón. “Desde la primera versión, sus empresas estuvieron presentes y tuve siempre las puertas abiertas para pedirle apoyo. Aunque todos los Luksic han sido aliados de esta iniciativa, Guillermo fue un poco más allá: durante dos años fue director de la fundación”. 

Su espiritualidad

Fue en un chequeo médico -de rutina por su condición de piloto- cuando recibió una de las noticias más duras de su vida: le diagnosticaron cáncer al pulmón. Pragmático como siempre fue, decidió enfrentarlo como un nuevo desafío e intentó derrotarlo. Pero la enfermedad avanzó más rápido de lo esperado. Pese a su frágil situación, él siguió haciendo lo que le gustaban: veraneó con su familia y no dudó en bucear. En el último tiempo se acercó a Dios. Según comenta el sacerdote John O’Reilly, “recibió la comunión todos los días y le di la unción de los enfermos”.

 

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