Ambos investigaron las formas que ya existían para estimar la rentabilidad de invertir en pinturas. Analizaron el modelo de los precios hedónicos y el de las regresiones en las ventas. Y entonces se convencieron de que existía la posibilidad de crear una métrica más simple.
Todo empezó con Matisse en Nueva York. Era 1989 y Ventura Charlín y Arturo Cifuentes acababan de llegar a la ciudad después de haber vivido 10 años en Los Ángeles. Era el Día de Acción de Gracias, y ante la escasez de panoramas, partieron al MoMA a ver una retrospectiva del pintor francés. Ella, sicóloga con un doctorado en Estadísticas Aplicadas de la Universidad de Southern California (USC) y él, ingeniero civil y doctor en Mecánica Aplicada de Caltech, no habían sentido hasta entonces tal fascinación por el arte.
Después de Matisse en el MoMA, vino Lichtenstein en el Guggenheim. Poco a poco empezó a crecer su devoción por los museos. Una vez, cuenta Charlín, tomaron un avión y volaron a Buffalo, un pequeño pueblito cerca de Nueva York. Durmieron en el primer lugar que encontraron, se levantaron para ir a ver la colección del Museo Albright-Knox y viajaron de vuelta a su casa. En otra ocasión partieron a México, llegaron al Museo Rufino Tamayo, y no se quedaron tranquilos hasta que el curador de la exposición les mostró en privado un cuadro de Francis Bacon que estaba guardado en la bodega.
Vivieron 20 años en Nueva York, hasta que en febrero de 2010 decidieron volver a Chile. Hoy el matrimonio comparte una oficina en el duodécimo piso de un edificio en Providencia, en la que tienen cientos de discos, libros de finanzas y arte y varios cuadros, incluido un pequeño paisaje de Alberto Orrego Luco que compraron por apenas $25.000. También una reproducción de la rueda de bicicleta de Marcel Duchamp que Cifuentes hizo como un homenaje-humorada.
A pesar de la distancia con Nueva York, no han dejado de lado su gusto por el arte. De hecho, han estado trabajando en un proyecto que combina dos de sus pasiones: los números y las pinturas. Tras seis meses de trabajo, a mediados de julio publicaron juntos un paper en el que proponen un nuevo método para tasar las pinturas.
La idea partió como un hobby y, de hecho, tuvieron dudas. Pensaron que para algunos sería una propuesta ofensiva. “Existe la idea de que el arte es sagrado y que por lo tanto ‘meterle’ números es un vejamen”, explica Cifuentes. Por eso, en el mismo paper consignan que para algunos la metodología podría ser considerada “de mal gusto”. Aun así, se atrevieron a hacerlo, consiguieron bases de datos y estudiaron varios artistas. Se fueron una semana de vacaciones a Viña y se encerraron a desarrollar su modelo: el APV, siglas de Artistic Power Value.
LAS FINANZAS, RENOIR Y MATISSE
Cifuentes es uno de los académicos chilenos que mejor conoce las finanzas estadounidenses. Incluso en 2008 el Senado de ese país lo invitó a presentar su visión respecto de la crisis subprime. Fue el mismo colapso financiero el que realzó el valor del arte como una alternativa de inversión. Una opción algo más ilíquida, quizás más segura.
“En los últimos 30 años, el mercado del arte y particularmente las pinturas han recibido mayor atención por parte de los economistas, los analistas financieros y los inversionistas”, plantea el paper en sus primeras líneas. No por nada, dicen, hoy mueve aproximadamente US$ 60 mil millones al año, dos veces más que hace 10 años.
Conscientes de esto, ambos investigaron las formas que ya existían para estimar la rentabilidad de invertir en pinturas, de comprar arte ya no sólo por gusto, sino que también en pos de retornos. Analizaron el modelo de los precios hedónicos y el de las regresiones en las ventas. Y entonces se convencieron de que existía la posibilidad de crear una métrica más simple. Al igual que como se tasan los terrenos o los tapices, apostaron por medir los precios de las obras usando valores por unidades de medida, en otras palabras, tasar los cuadros en dólares por centímetros cuadrados.
Decidieron fijar sus ojos en Renoir, Matisse y también en un grupo de seis artistas impresionistas (Sisley, Pissarro, Monet, Redon, Gauguin y Signac). Reconocen que fue una selección arbitraria y que se preocuparon, sobre todo, de que los datos fueron válidos para el modelo y no de la calidad de las obras en cuestión. Analizaron precios, fechas y otros efectos, como la muerte de un artista para la valorización de sus pinturas. Llevaron la información que tenían a dólares de enero de 2010. Cruzaron datos y empezaron a aparecer las sorpresas.
DÓLARES Y CENTÍMETROS
Después de analizar más de 1.800 datos de ventas de cuadros de Renoir lograron calcular que cada centímetro cuadrado del artista de Limoges tiene un precio de US$ 377. Para esto consideraron el precio medio, porque en algunos casos se ha llegado a pagar hasta US$ 35.327 por un centímetro cuadrado de su obra.
Charlín y Cifuentes sostienen que conocer el rango de precios entre los que puede fluctuar un cuadro puede servirle a un inversionista a la hora de comprar la obra de un determinado artista. Y aunque reconocen que hay quienes están dispuestos a pagar más simplemente por darse el gusto de tener la obra de un autor en específico, siempre es útil tener un nuevo criterio de referencia.
Ambos siguieron con el ejercicio y aplicaron la fórmula a otros artistas. Así se convencieron de que Gauguin alcanza mejores precios que Signac. Si el centímetro cuadrado del primero vale en la media US$ 465, el del segundo cuesta US$ 202. También concluyeron que a Monet le iba mejor que a Renoir y a Matisse.
Con Renoir fueron más allá y calcularon la evolución que han tenido los precios de las pinturas del impresionista francés a través del tiempo. Si en 1985 un centímetro cuadrado de sus obras valía en promedio US$ 360, a 2012 este costaba US$ 533. Es decir, el centímetro cuadrado de un Renoir se apreció en un 48% en un lapso de 28 años.
La fórmula de dólares por centímetros cuadrados les permitió hacer otro tipo de cruces. Por ejemplo, que las obras de Gauguin que tienen una orientación vertical son más caras que aquellas que son horizontales. Lo contrario pasa en el caso de Monet, donde los cuadros horizontales son mejor tasados que aquellos que no lo son.
Como son fanáticos de los números, siguieron aplicando el método y decidieron analizar cómo varían los precios de los centímetros a lo largo de la vida de un pintor. “Renoir pintó los cuadros más valorados por el mercado entre los 32 y los 35 años”, asegura Charlín. Los cuadros que pintó a esas alturas de su carrera valen en torno a US$ 1.700 por cm2, mientras que hacia su vejez los precios caen a unos US$ 400 por cm2.
Que las pinturas de Matisse que tienen odaliscas son más caras por centímetro cuadrado que las que no; que los precios de Dalí son más fluctuantes que los de Signac; que los cuadros de paisajes de Renoir son más baratos que aquellos en los que pinta otros temas. Suma y sigue. El modelo les ha servido para hacer todo tipo de análisis y todavía no han agotado la fórmula.
CHILENOS EN DÓLARES
Como los dos son chilenos, no se aguantaron las ganas de someter a los pintores nacionales a su fórmula. El problema es que las cifras que alcanzan los grandes autores mundiales parecen exorbitantes al lado de lo que se ha pagado por obras de artistas chilenos de renombre.
Entre los que analizaron están varios cuadros de Pedro Lira y, para sorpresa de ambos, hay algunos casos en los que sus pinturas valen cerca de un dólar por centímetro cuadrado. A veces incluso menos. En el caso de “Canasteros”, por ejemplo, se ha pagado US$ 0,96 por cada centímetro cuadrado de óleo, unos US$ 2.882 por la obra completa si se considera que mide 50 centímetros de alto y 60 cm de ancho.
Algo mejores son los resultados de Juan Francisco González. Uno de sus paisajes, rematado por Christie’s en mayo de 2012, alcanzó un precio de US$ 11 por centímetro cuadrado y de US$ 15.000 por el total de la obra.
PICASSO Y EL HERMITAGE
Ambos tienen nuevas ideas. Usando el mismo sistema, Charlín evalúa dedicarse ahora a Picasso. Está convencida de que con la fórmula podría calcular cuál de las mujeres del malagueño fue la más “rentable” para la obra del pintor, cuál de sus amantes fue la más productiva. Para eso tendrá que mezclar dólares, centímetros y los amores del español.
Cifuentes tiene otra idea, más ligada a las finanzas. En el mercado existe un modelo muy utilizado, llamado CAPM (Capital Asset Pricing Model), que sirve para estimar el retorno de un determinado activo, su rentabilidad. La próxima cruzada del ingeniero consiste en aplicar este mismo método al mercado del arte, utilizando como referencia los datos que ha obtenido con la fórmula del APV.
No son los únicos proyectos que tienen, claro que los otros contemplan cálculos más sencillos. En los próximos meses tienen previsto viajar a Nueva York. Desde que llegaron a Chile no han dejado de ir dos veces al año la ciudad que les abrió los ojos al arte. El otro plan es partir de vacaciones a San Petersburgo, destino que tiene para ellos un atractivo obvio: el famoso museo del Hermitage.