Por Emilio Maldonado Diciembre 5, 2013

© Richard Ulloa

Apenas recibió el llamado de LarrainVial, lo conversó con sus hijos y decidieron comprar. “No se iba a presentar esta oportunidad de nuevo”, habrían comentado los hombres del clan. Luego de una breve negociación, accedieron a pagar $1.200 por cada uno de los títulos.

En 2008 intentó ingresar a la propiedad de Azul Azul apenas se abrió a Bolsa. Con sus hijos evaluaron la alternativa, pero finalmente no pudieron. Simbólicamente, como comenta un cercano, compró una acción, la cual aún mantiene.

Eran casi las siete de la tarde y el Estadio Santa Laura estaba a medio llenar. A esa hora la temperatura había bajado y los jugadores de la Universidad de Chile intentaban ganar a Universidad Concepción. En la tribuna estaba Daniel Schapira Eskenazi (60), un visitante habitual de la barra azul. Junto a él sus acompañantes de siempre: sus tres hijos hombres, Eduardo, Andrés y Alejandro.

No fue una jornada feliz. Esa tarde el club de sus amores empató por la cuenta mínima, y Schapira les comentó a sus cercanos que “el nivel de juego no era de los mejores”. Entonces, un viejo conocido se acercó a saludarlo: Andrés Weintraub, director de Azul Azul -concesionaria que maneja los destinos del club desde 2008-, le extendió la mano para felicitarlo. Apenas 72 horas antes, el miércoles 27 de noviembre, Schapira había cerrado uno de los negocios más sorpresivos del último tiempo: la compra del 14,04% de las acciones que mantenía el empresario Carlos Alberto Délano en la concesionaria. Él, un nombre desconocido para la opinión pública, se había transformado en uno de los hombres más importantes de la Universidad de Chile al pagar US$ 11,7 millones por la participación de Délano.

Weintraub y Schapira conversaron durante unos minutos. Además de comentarle que le había sorprendido oír su nombre como nuevo socio, le señaló que se alegraba de que llegara a la “U”, porque “aportaría mucho con su inteligencia y conocimiento del club”. Lo decía con propiedad: Schapira fue uno de sus alumnos más aventajados en el curso de Investigación Operativa que impartía mientras el nuevo socio de la U estudiaba Ingeniería Civil Industrial en la Universidad de Chile.

La sorpresa del director de Azul Azul, quien está en la sociedad en representación del plantel educativo, no es un sentimiento aislado. Sólo su círculo familiar supo que Schapira compraría el 14% que Délano mantenía en el club. El resto se enteró por la prensa. Schapira, como comentan en su entorno, siempre ha actuado así: con extremado hermetismo. Será con ese mismo sigilo, dicen sus cercanos, que el empresario -que en su portafolio tiene una empresa constructora, una cadena de moteles y un club deportivo, entre otros negocios- dará sus primeros pasos en Azul Azul. El primero ocurrirá el próximo miércoles, cuando se renueve parte de la mesa directiva debido a la salida de Federico Valdés y de Carlos Alberto Délano. Entonces, Schapira anunciará que su sillón en el directorio no lo ocupará él, sino su hijo Andrés (29), convirtiéndose en el director más joven de Azul Azul. Luego, como aseguran amigos, vendrán más propuestas para reflotar a la “U”.

CORAZÓN AZUL

Una semana antes de comprar las acciones en la “U”, Schapira se tomó unos días de descanso en Miami. Junto a él viajó el médico Jack Arama, su amigo de toda la vida y socio en varios proyectos. Siete días estuvieron allá, y pese a que entonces Schapira ya había sido contactado por la corredora LarrainVial para comprar el paquete accionario de Délano, el empresario no dijo nada. Arama, su compañero de colegio en la Alianza Francesa, supo recién el pasado sábado 30, cuando abrió los diarios.

De ese viaje Arama recuerda que, apenas llegaron a la ciudad, el ingeniero averiguó cómo podía seguir los partidos de la U desde Miami. “Siempre hace lo mismo. Lugar donde vamos, lo primero es ver cómo puede mirar algún partido de la U. Revisa si hay trasmisión en el hotel, contrata algún paquete desde Chile vía online o busca algún café que tenga canales deportivos. Después de chequear eso, se preocupa del resto”, relata Arama.

En su entorno coinciden en esta versión. Aseguran que las comidas familiares se programan en función de los partidos de la U. “Por ningún motivo se debe topar un compromiso con un encuentro del club azul, porque habría que reprogramarlo”, cuenta un familiar.

La pasión de Schapira también es compartida por sus hijos. Todos son “chunchos” y han ido a todos los partidos. Sus hijos -salvo Carolina, que no comparte la pasión por la U- incluso viajaron en 2012 con el elenco a Tokio, cuando el entonces campeón de la Copa Sudamericana fue a Japón a enfrentar al Kashima Antlers.

Tal es su fanatismo, que apenas se supo de la compra de las acciones, Leonardo Schapira, su hermano, le mandó un recado, pero no para felicitarlo. En el mensaje le pidió que dejara en claro que no todos eran como él y que algunos -como es su caso- eran hinchas de Colo Colo. Daniel Schapira soltó una carcajada cuando lo supo.

Su amor por la U nació precisamente en el seno familiar. Su tío Mario Bronffman era seguidor del club universitario y, cada vez que podía, lo invitaba a los estadios. Cuando no podía ir su tío, era Manuel Zúñiga, el secretario de su padre, Abraham Schapira, quien lo llevaba a cada encuentro del plantel deportivo. Por esa cercanía, el empresario intentó en 2008 ingresar a la propiedad de Azul Azul apenas se abrió a Bolsa. Con sus hijos evaluaron la alternativa, pero finalmente fracasó esa iniciativa. Otros empresarios, José Yuraszeck (Viña Undurraga) y Carlos Heller (Falabella) (en la foto) se quedaron con los papeles que él quería. Simbólicamente, como comenta un cercano, compró una acción, la cual aún mantiene.

Por eso, apenas recibió el llamado de LarrainVial, hace dos semanas, lo conversó con sus hijos y decidieron comprar. “No se iba a presentar esta oportunidad de nuevo”,  ha confidenciado Schapira a sus más cercanos. Luego de una breve negociación, accedieron a pagar $1.200 por cada uno de los títulos.

EL INGENIERO

Antes de aterrizar en la “U”, Schapira hizo su fortuna siguiendo los pasos de sus padres. El matrimonio de arquitectos formado por Abraham Schapira y Raquel Eskenazi creó una empresa constructora a inicios de la década del 50, la cual fue responsable de proyectos emblemáticos en Providencia y Viña del Mar. Allá levantó el Montecarlo, Hanga Roa y Atalaya, las primeras torres destinadas a segunda vivienda en la Ciudad Jardín.

Una vez graduado de la Facultad de Ingeniería Civil, en los 80, Schapira comenzó a participar en la empresa familiar, hasta que con el correr de los años se hizo cargo de ella. Una vez con el control de la firma, armó un nuevo grupo inmobiliario, el cual lleva hoy por nombre DSE Inmobiliaria, por sus siglas.

Bajo el alero de esa firma, el empresario ha levantado varios proyectos habitacionales y comerciales. Una de sus últimas obras es la torre de oficinas que sobresale frente a la plaza de Los Dominicos en Las Condes. En el décimo piso del inmueble es donde Schapira tiene su oficina, con una imponente vista hacia el oriente.

La búsqueda de negocios inmobiliarios lo llevó en 2000 y junto a Jack Arama, a construir el proyecto Cumbres de La Dehesa. Fue la primera incursión empresarial junto a su amigo de la infancia, con el cual veraneaba cada año en Viña del Mar y Algarrobo, y con quien competía por las notas en la Alianza Francesa. “Jamás me ganó. Yo salí primero y él se graduó segundo de la generación”, recuerda con humor Arama.

Tras el éxito en esa aventura, ambos decidieron que apenas apareciera un buen proyecto para realizar en conjunto, lo tomarían. En 2011 llegó esa oportunidad: a Schapira le ofrecieron comprar los terrenos de la ex sombrerería Girardi, en Avenida Italia. Luego de evaluar el potencial, los dos decidieron construir un proyecto que costará US$ 50 millones y el cual incluirá galerías de arte, teatro, restoranes y tiendas. Las obras partirán en enero próximo.

Hoy en ese terreno hay un espacio cultural, una discotheque, el restorán La Jardín, y en el ala sur opera el comando de Michelle Bachelet, el cual arrienda más de 1.000 m2.

Schapira ha acumulado riqueza gracias a la construcción, pero no es el único rubro. A su portafolio inmobiliario se suma la propiedad de Mi Club, un recinto deportivo en La Reina y el cual nació debido a su afición al tenis. Quienes lo conocen, aseguran que lo practica a diario y que es habitual verlo en las canchas del Club Manquehue, en Vitacura, aunque un reciente desgarro en el cuádriceps lo tiene alejado momentáneamente. 

Hace 25 años, yendo a practicar tenis a las canchas que Luis Ayala tenía en La Reina, pensó que podría tener su propio club. Con esa idea en mente vio un terreno a la venta en la calle Valenzuela Puelma. Eran más de 9.000 m2, los cuales eran ideales para levantar su sueño deportivo. Hoy el espacio no sólo tiene canchas de tenis, sino además piscina, gimnasio y canchas de fútbol.

Mi Club no es la única inversión alejada del sector de la construcción. Schapira tiene también el 30% de la propiedad de los moteles Cozumel, que ya suman 84 habitaciones repartidas en dos complejos, uno en San Joaquín y el otro en Conchalí. Y aunque en los últimos días le han colgado el cartel de “empresario motelero”, en su entorno aseguran que Schapira no se avergüenza de ser dueño de Cozumel.

A su variedad de inversiones se suma InfoChile, una firma que entrega soporte informático a grandes compañías, que creó luego de llevar a cabo un magíster en Sistemas de Información Administrativa en la Universidad de Chile. Schapira se dio cuenta que había mucho potencial en ese rubro. En una primera etapa se enfocó al back up de constructoras, que luego amplió a otros rubros, como el retail, la salud y el sector bancario.

LA RED EN AZUL AZUL

El próximo martes se materializará el aterrizaje de Schapira en el directorio de Azul Azul. Para muchos, su llegada significará un apoyo a las pretensiones de Carlos Heller por llegar a la presidencia del club en abril próximo, cuando termine el mandato de José Yuraszeck.

Con la posibilidad de elegir a cuatro directores, debido al 39% de la propiedad de la concesionaria que ya tiene, Heller necesitará otros dos votos para conseguir su nominación como timonel de Azul Azul. Y Schapira, a quien conoce desde 2005 cuando ambos integraron la lista opositora que pretendía presidir la Corfuch, suena como su principal aliado.

Fue en el Tavelli de Manuel Montt donde ambos se conocieron. Gestado por el empresario inmobiliario Marcos Kaplún, Heller y Schapira se encontraron y decidieron formar un equipo que liderara la oposición a Lino Díaz, quien entonces presidía la institución. El resto del equipo lo componían Mario Conca, Gonzalo Rojas, ambos directores actuales de Azul Azul; el mismo Kaplún y Carlos Kubik, gerente general de Banmédica y también compañero de universidad de Schapira.

La cercanía que tuvo con Heller, sin embargo, no asegura que Schapira tome partido por la postura del mayor accionista de Azul Azul. En su familia reconocen que es un buscador de consensos y que rehúye la confrontación, pero dan por seguro que el nuevo accionista sólo apoyará lo que vaya en beneficio absoluto del club, independiente de quién proponga esa medida. “No será parte de ninguno de los bandos”, comentan.

Heller, en todo caso, no es su único conocido en el actual directorio. A Rojas lo conoce por la coyuntura de la  Corfuch, y con Mario Conca los une una amistad desde los tiempos de la universidad. Aunque no mantienen una relación cercana, siempre se topan en los partidos de la “U”. Otro viejo conocido en el directorio de Azul Azul es José Yuraszeck. Ambos eran alumnos en la Facultad de Ingeniería, aunque en diferentes carreras: Yuraszeck se tituló de Civil y Schapira de Industrial. Fue en esa instancia donde también conoció a otro de los directores de la concesionaria, su profesor Andrés Weintraub, uno de los primeros en felicitarlo aquella tarde en el Santa Laura.

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