Por Juan Pablo Sallaberry Diciembre 19, 2013

“Hoy somos otra compañía.  Probablemente el gran error fue no haberle cambiado el nombre por otro más relacionado a la agricultura. Nos vamos a seguir llamando Monsanto, tenemos que lidiar con eso. Lo que hoy hacemos es producir más y conservar más”, dice José Ignacio Salazar.

Monsanto descarta que la Ley de Obtentores Vegetales permita patentar semillas autóctonas: “Proponemos hacer un arca de Noé con todas las semillas de Chile primero. Un barrido completo, y una vez que todo el mundo sienta que el patrimonio nacional está bien protegido, vemos la ley ”.

“Lo que dice la OMS, la FAO, una gran cantidad de academias científicas, más de 20 premios nobeles, es que las plantas transgénicas son seguras desde una perspectiva de inocuidad. Eso debería entregar tranquilidad a la población”, señala Hugo Campos.

José Ignacio Salazar, el gerente general de Monsanto Chile, exhibe con orgullo una pequeña planta, que pocos lograrían identificar. “Es una sandía”, explica, una de las famosas sandías de Paine, pero a la que le han puesto un portainjerto, una raíz de zapallo más resistente, capaz de crecer varios metros bajo el suelo en busca de nutrientes y que requiere menos pesticidas.

Una cirugía similar a la que intenta hacer con su empresa. Monsanto, la mayor transnacional de insumos agrícolas, se instaló en Chile definitivamente el 2005, cuando compró Seminis, y hoy controla el 36% del mercado nacional en venta de semillas -principalmente hortalizas, como tomate y cebolla- mejoradas con biotecnología. Un negocio que, según la firma, les reporta US$ 10 millones anuales, lo que se suma a la venta del célebre herbicida Roundup (glifosato). También dominan el negocio de los transgénicos -cuya producción está permitida por la normativa chilena sólo para exportación y no para comercio interno-: producen semillas de este tipo de maíz y, en menor medida, de canola y soya. Registrando una exportación FOB (Free On Board) de US$ 40 millones.

Pese a las buenas cifras, Monsanto pasa por momentos difíciles. El desprestigio de la marca se ha multiplicado en los últimos meses, un fenómeno que ocurre a nivel mundial y también en Chile. A los documentales de denuncia que circulan en internet sobre el pasado de la compañía vinculado a productos químicos y daños al medioambiente, se suman las campañas de activistas y agrupaciones como Chile sin Transgénicos, que han logrado eco en la ciudadanía. El 12 de octubre, en 52 países se realizó una marcha contra la empresa, acusándola de poner en riesgo la seguridad y la soberanía alimentaria. Los ejecutivos parecían hacer oídos sordos, pero el asunto se complicó: la Ley de Obtentores Vegetales, que tramita el Congreso para regular las patentes de las semillas, fue bautizada por los movimientos como “Ley Monsanto”, y siete de los nueve candidatos presidenciales se manifestaron contrarios a la medida, incluida la presidenta electa Michelle Bachelet, pese a ser ella quien envió el proyecto en su primer gobierno.

Por esto, la empresa decidió dar un giro en su estrategia de silencio, y por primera vez abrir sus puertas para comenzar a contestar las interrogantes. José Ignacio Salazar, junto al gerente de Asuntos Regulatorios, Hugo Campos, PhD en Biotecnología, aseguran que quieren despejar las verdades, mitos y leyendas que arrastra el nombre de Monsanto.

El fundo Viluco, que la empresa tiene en Buin -uno de sus siete predios junto a los de Melipilla, Paine, Santa Julia, Rancagua y Temuco-, está lejos de ser un campo tradicional.  Para ingresar hay que pasar por un estricto control de seguridad, que incluye el registro de las cámaras fotográficas y equipos electrónicos. Adentro, hay 23 hectáreas donde la empresa hace sus pruebas con cultivos; bodegas enormes para limpiar y almacenar las semillas y una cámara de frío que conserva las semillas-madre desarrolladas por genetistas. Salazar indica una bodega sellada con los productos a la venta: “Ahí debe haber unos US$15 millones, pues un kilo de semillas de tomate vale $ 40 mil”, afirma. Más allá, con delantal blanco y gafas de seguridad, bioquímicos y técnicos agrícolas estudian los marcadores de moléculas y el ADN de los cultivos. “Ésta es una empresa agrícola y una empresa de tecnología. Si Apple invierte el 7% de sus ventas en investigación y desarrollo, nosotros el 22%”, comenta. De hecho, en Viluco está el laboratorio privado en esta área más grande del país.

-¿Cómo se explica la “mala fama” que precede a Monsanto?

-José Ignacio Salazar: Las redes sociales van generando realidad en función de algo que puede o no tener consistencia. Ése fue un juego que nosotros como compañía no vimos venir.  Tardamos en entender que nos podía pegar tan fuerte como nos está pegando. Hoy, este problema de la marca es un tema global: en Argentina hay una planta detenida, de Europa nos retiramos definitivamente. En Chile, esto es nuevo, hace seis meses nadie conocía a Monsanto. La otra vez, un amigo agricultor quiso arrendar unas hectáreas y le dijeron que si eran para Monsanto no las arrendaban.

-Pero Monsanto tiene una historia controvertida, que incluye desde la creación del agente naranja que se aplicó en la guerra de Vietnam en los 60, hasta la producción del químico PCB, prohibido en los 70 por daños a la salud y el medioambiente.

-Hugo Campos: Monsanto tiene 100 años de vida, y tal como muchas otras empresas se ha concentrado en distintos tipos de industrias. Sin embargo, a inicios de los 90 es cuando empieza el Monsanto actual, que no tiene nada que ver con el Monsanto anterior.  Ahí se enfocó única y exclusivamente en la agricultura, ése es nuestro foco y nuestro compromiso es mejorar la calidad de vida del agricultor, aumentar la productividad de los cultivos, disminuyendo el uso de recursos naturales.

-JS: Hoy somos otra compañía. Probablemente, el gran error fue no haberle cambiado el nombre por otro más relacionado a la agricultura. Ahora, no voy a entrar en los temas del pasado porque hay un contexto que no existe hoy día, pero lo que hoy hacemos, es producir más y conservar más. Nos vamos a seguir llamando Monsanto, tenemos que lidiar con eso. 

-¿Cómo enfrentan este problema?

-HC: Es importante concentrarse en qué es Monsanto hoy. Tenemos un relato por el cual sentirnos orgullosos. Hace 10 ó 15 años se cuestionaba a la compañía por que los beneficios de la biotecnología se concentraban sólo en el productor, en hacer plantas tolerantes a insecticidas o herbicidas,  pero hoy generamos impacto positivo en la calidad de vida, el medioambiente y en la salud de los consumidores. Creamos una variedad de soya que acumula ácidos grasos omega3; en Chile hicimos los estudios de campo que le permitieron a Monsanto desarrollar el primer maíz resistente a sequía y decidimos entregar esta tecnología a cero costo en varios países de África.

LEY DE SEMILLAS

-La Ley de Obtentores Vegetales -conocida como ley Monsanto- está al centro del debate. Sus críticos cuestionan que se cobre año a año a los agricultores por volver a usar una semilla y creen que abre la posibilidad para que empresas patenten semillas autóctonas o las generadas por los pequeños agricultores.

-JS: Esa ley existe en Chile desde 1994 que es la UPOV 78 (Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales), pero una de las negociaciones para el TLC con Estados Unidos fue actualizar la ley de propiedad intelectual vegetal. Eso es lo que se discute en Chile y busca proteger a la persona que gastó tiempo, esfuerzo y recursos en desarrollar una variedad en que se tardó 10 a 15 años.  Cuál es nuestra posición: revisen la ley todo el tiempo que sea necesario. Nosotros como Monsanto no necesitamos la ley para operar. En nuestro negocio no nos resacan la semilla (es decir, los agricultores sólo siembran la semilla original que les vende la empresa y no las que posteriormente producen los frutos). Esto es igual que los iPhone,  a nosotros cada año nos piden la semilla de última generación. El agricultor profesional de Arica necesita una variedad de tomate que pueda transportar 2 mil kilómetros y mantenerse firme. Ése es mi cliente.

El otro gran cuestionamiento es que, de nuevo, Monsanto y sus secuaces estaban calladitos haciendo esto para apropiarse de la quínoa y el merkén y todas las semillas autóctonas…, yo les digo: regulemos. Proponemos hacer un arca de Noé con todas las semillas de Chile primero. Un barrido completo y, una vez que todo el mundo sienta que el patrimonio nacional está bien protegido, vemos la ley.

-¿Es decir ustedes no van a dar la batalla defendiendo el proyecto?

-JS: Es Anpros -la Asociación Nacional de Productores de Semillas- quien debería dar esa batalla. A nosotros no nos resacan las semillas porque saben que la segunda generación de hortalizas nunca es tan perfecta y uniforme como la primera.  En cambio, hay otras especies en que no existe ese deterioro,  como por ejemplo  el trigo, la cebada, la avena, los porotos y lentejas.  Si yo fuera el famoso Erik von Baer -de semillas Baer- y me demoro tiempo en desarrollar una variedad de trigo, cualquiera que saque semillas de ahí va a conseguir siempre la misma calidad de producto. Para ellos es más importante: sin la ley no tienen ningún incentivo en el desarrollo tecnológico porque al año que viene les copian.

-HC: Hay que aclarar también que es falso que cualquier empresa pueda patentar las semillas de los pequeños agricultores o de grupos indígenas. La ley regula derechos de nuevas variedades vegetales, es decir, por definición todas aquellas variedades ancestrales antiguas no son sujeto de protección intelectual. Nosotros somos los más desconcertados con que le digan Ley Monsanto, somos sólo un jugador más de toda la industria semillera.

DEBATE TRANSGÉNICO

-Una de las áreas fuertes de Monsanto es el desarrollo de alimentos transgénicos. ¿Cómo responder a los temores de que éstos sean perjudiciales para la salud?

-HC: No hemos hecho el esfuerzo necesario para explicar a las personas qué es una planta transgénica, cómo se produce y por qué son seguras. Entendamos que ni los pimentones, ni el melón, ni el maíz, ni los tomates, ni las cebollas de la forma en que los conocemos hoy nunca existieron en la naturaleza. Existieron en forma silvestres y la humanidad a través de mejoramiento genético desarrolló este tipo de productos. Hoy la herramienta más avanzada es la transgenia, que en vez de dejar ese cambio al azar lo induce seleccionando genes específicos. A nivel de agricultor se han producido estos alimentos durante los últimos 16 años.

Toda planta transgénica antes de ser utilizada debe ser aprobada por una autoridad regulatoria y para ello se lleva a cabo una gran cantidad de estudios que analizan aspectos, como inocuidad alimentaria hacia animales y personales, pero también hacia el medioambiente. Lo que dice la OMS, la FAO, una gran cantidad de academias científicas, más de 20 premios nobeles, es que lsa plantas transgénicas son seguras desde una perspectiva de inocuidad. Eso debería entregar tranquilidad a la población. 

-Las ONG pueden mostrar estudios contrarios, ¿no creen que es un debate científico abierto?

-HC: El argumento del terror va perdiendo peso por la porfiada realidad. Hubo un estudio muy mediático que se publicó en septiembre de 2012, de unos investigadores en Francia - (Gilles-Éric Séralini), que mostraba ratones que desarrollaron tumores al consumir maíz transgénico. Ese estudio tenía tantos cuestionamientos de rigor y metodología, que hace pocas semanas fue retractado por la revista Food and Chemical Toxicology.   Es un hecho a tomar en cuenta: cada semana se publican 27 mil papers en todas las áreas del conocimiento, de esos la retractación ocurre en 5 ó 6.

-JS: Hoy muchos comen transgénicos: EE.UU. el país mas regulado en materias de alimentación, Canadá, India, China, Brasil, Argentina... En Chile todos hemos comido.

-Pero la gran ausente es Europa, donde no se permiten estos cultivos. Y ése es uno de los argumentos fuertes de los grupos antitransgénicos

-HC: Es efectivo que a excepción de España que cultiva maíz y algunos países que recientemente se han unido a la Unión Europea, hay restricciones. Pero la UE es importador de granos transgénicos que se usan como materia prima en alimentación.

-JS: España está. Portugal está... los que no están son Alemania, Francia y Suiza, este último con 7 millones de habitantes y un per cápita de 47 mil dólares, tipos que quieren ir a comprar el tomatito orgánico del señor que lo produce cerca de su casa para que no emita carbono. Miran el mundo desde un lugar distinto. Y, otra cosa, con los transgénicos resistentes a las plagas, alguien dejó de vender insecticida en 80 millones de hectáreas en EE.UU. y 36 millones en Brasil. ¿Y cuál es la gran compañía que produce pesticidas? Bayer, de Alemania. 

-¿Por qué en Chile se mantiene oculto el lugar donde hay cultivos transgénicos? Esa falta de información puede afectar a agricultores vecinos, como exportadores de miel que han reclamado que no les aceptan sus productos en Europa por venir contaminados con transgénicos.

-JS: Eso ocurrió en una localidad y nos interesa regularlo. Nosotros ocupamos abejas, 40, 50 colmenas por hectárea, porque son las que nos fabrican las semillas, y somos los primeros interesados en que la apicultura se siga desarrollando. Hubo una discusión en la industria de por qué no abrimos la información, hagamos público el mapeo, pero con todo este tema de la polémica los agricultores no van a querer que vayan los activistas y les quemen los cultivos. Ahora, todo el mundo sabe dónde están los cultivos transgénicos, no exactamente el punto GPS, pero las zonas maiceras son nichos muy definidos. Si voy al valle de Talca, a San Clemente, ahí está la zona donde mejor se dan.

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