La imagen ya es un mito dentro de los estudiantes de Economía de la Universidad de Chicago: el hombre que está frente al pizarrón con una gorra de béisbol, Kevin Murphy (56), es uno de los más reconocidos profesores de la escuela. Sus colegas no dudan en describirlo como un genio: en 1997 recibió el premio John Bates Clark Medal al mejor economista estadounidense menor de 40 años y en 2005 fue uno de los premiados con la MacArthur Fellowship, un reconocimiento que se entrega a quienes han hecho una contribución original y creativa en su área. Porque su reconocimiento es transversal a otras áreas: de hecho, ha sido asesor de organizaciones como la NFL o la asociación de jugadores de la NBA para poner números en negociaciones complejas. “Y la NBA está muy lejos de ser un sistema de libre mercado”, dice entre risas.
En los últimos meses, Murphy debió enfrentar un escenario complejo: la muerte de su amigo y compañero de trabajo en Chicago, el premio nobel Gary Becker, con quien compartía clases e investigaciones. Murphy llegará este viernes 17 por primera vez a Chile, para ser el invitado de honor de la cena anual del Alumni Club de la Universidad de Chicago. Entre los múltiples temas de sus estudios, hay dos que destacan: los motivos de la creciente desigualdad de ingresos en el mundo y los retornos de los estudios superiores. Desde esa perspectiva, Murphy analiza el escenario chileno y plantea que se debe ser cuidadoso para que el sistema educacional mantenga incentivos que apunten hacia mayor calidad.
-Estamos en un momento donde hay una fuerte discusión sobre desigualdad y el rol del Estado en la economía. En Latinoamérica, en la última década, muchos países han adoptado modelos que apuntan a un mayor rol del Estado. ¿Qué piensa usted sobre eso?
-No he estudiado la situación internacional detalladamente, pero puedo contar mi experiencia en Estados Unidos. Aquí hemos tenido un tremendo crecimiento de la desigualdad en los últimos 30 a 35 años, que es bastante fácil de comprender de dónde viene: hemos tenido un crecimiento continuo de la demanda por trabajadores con mayor nivel educacional y mayores capacidades, pero la oferta no ha crecido al mismo ritmo que la demanda, y lo que pasa en cualquier mercado donde eso ocurre es que los precios aumentan.
-¿Qué refleja este escenario?
-Lo que hemos aprendido desde la historia es que la oferta realmente importa, y si pudiéramos incrementar esa oferta y tener más trabajadores con esas habilidades, eso podría provocar una reducción de la desigualdad. Ahora, desde un punto de vista económico, creo que el aumento de la desigualdad es realmente una señal fuerte de que tenemos una escasez de oferta en la parte alta del mercado laboral. Y cuando tienes eso, la reacción natural es pensar cómo incrementas la demanda. La ventaja de esa solución es que el aumento de valor implica que hay un alto retorno en producir gente con mayores habilidades. La mirada alternativa es decir: “Bueno, si hay un alto valor para las habilidades, pongámosle un impuesto”. Pero eso no trata de sacar ventajas de lo que el mercado nos está diciendo. Entonces, para mí esa solución no es atractiva: es básicamente ignorar el problema y tratar los síntomas en vez de encarar la situación.
-Pero en Latinoamérica se apunta a la desigualdad como algo completamente malo...
-En Estados Unidos es la misma historia. Y lo que yo pienso es que no podemos ignorar la desigualdad. No es algo en que tú puedas decir: “Es una consecuencia del mercado, entonces es así y vamos a ignorar lo que pasa”. Tenemos que hacer algo, pero tiene que ser algo inteligente. Y creo que la respuesta correcta es enfocarse en el lado de la oferta. En Estados Unidos, el principal problema parece ser la calidad de la educación que le estamos dando a las personas en los colegios.
-¿A qué se refiere cuando habla de una respuesta inteligente?
-Comparemos a un niño en situación de pobreza de un barrio pobre de Chicago. Cuando se trata de comprar mercadería, puede ir a la misma tienda que yo. Pero cuando se trata de ir al colegio, no puede ir a la misma escuela que van mis hijos. No tienen otra opción que consumir la escuela que les es dada a ellos por parte del gobierno. Tenemos un sistema público que no les está entregando una alternativa razonable. Ellos no tienen las mismas opciones que tengo yo; realmente no tienen opciones. Tenemos un montón de gente que sufre muchísimo y es afectada por una provisión monopólica de educación que no responde a sus necesidades.
-Entonces, la educación es la mejor forma para enfrentar la desigualdad.
-Pero tienes que mejorar la calidad si quieres que lo otro mejore. Por ejemplo, cuando los retornos económicos por tener un título universitario subieron, vimos que más y más estudiantes entraban a la universidad, pero el número de personas graduadas no creció al mismo nivel. ¿Por qué? La mayor parte de eso es porque la gente no tenía las habilidades para sacar partido de eso. Y no las tenían porque no fueron bien preparados en sus estudios primarios. Ése es un gran problema.
“LA COMPETENCIA ES LO QUE IMPORTA EN EDUCACIÓN”
-Cuando usted habla de “monopolio educacional”, ¿a qué apunta?
-Retomando el ejemplo, si alguien quiere comprar en un lugar diferente al de su barrio, toma un auto y conduce hasta un lugar donde haya otra tienda. Pero no está permitido que tú hagas eso en el caso de los colegios: en Estados Unidos tú ves que la policía puede tratar de capturarte si vas a una escuela a la que no te correspondería asistir. ¡Eso es increíble! Tenemos un sistema en el que, si yo soy sorprendido tratando de mandar a mi hijo a un mejor colegio, mi hijo va a ser expulsado y yo me voy a meter en problemas. Es un crimen.
-¿Entonces cree que la solución pasa por permitir que los privados participen?
-Pienso que el sistema de vouchers no es la solución perfecta, pero es buena. El modelo de charter schools (similar a los particulares subvencionados chilenos) es un cambio en la dirección correcta. Y la clave no es que todas las charter schools vayan a ser buenas, sino que, como ocurre en la mayoría de los mercados donde hay privados, las mejores van a crecer y las peores van a achicarse y desaparecer: tú dejas que haya competencia y luego puedes filtrar eliminando las malas y manteniendo las buenas. Pero los colegios públicos malos no se van, sino que permanecen.
-¿Pero por qué el Estado no tendría incentivos para aumentar la calidad en los barrios más pobres?
-La diferencia no es tanto entre sector público y privado, sino que es la competencia: es la habilidad de los consumidores de la educación, en este caso las familias, de poder elegir, incluso en el caso de que ellos estén eligiendo sólo entre escuelas públicas. Si ellos tienen la habilidad de decir: “¡No voy a ir a este colegio, porque es pésimo! Este otro colegio es bueno y voy a mandar a mis hijos allí”, eso es un factor motivador que va a mejorar las habilidades.
-Entonces, para usted la palabra clave es “monopolio”…
-Si existiera un monopolio privado tampoco estoy seguro de que sería bueno. Ahora, pienso que lo privado usualmente sería mejor que lo estatal, pero creo que el tema más fundamental es la competencia.
-En Chile estamos en pleno proceso de una reforma educacional. La propuesta apunta a eliminar la educación con fines de lucro financiada con fondos públicos, y existen dudas sobre la continuidad del sistema de vouchers. ¿De qué factores estaría pendiente usted?
-Es probable que en el corto plazo eso no cause mayores problemas. Pero el tema es qué ocurre a lo largo del tiempo, porque los incentivos para mantener la calidad van a disminuir. Puedes tender a ir hacia un monopolio, con muchos menos incentivos para entregar una alta calidad.
-Otro factor que se considera es la gratuidad de la educación. La mayoría de las organizaciones estudiantiles considera que la educación gratuita es un derecho.
-¡Pero no es gratuita! Primero que todo, la idea de que algo es gratis no es correcta. Eso sólo significa que su precio es cero, pero alguien más tiene que pagar por eso. Ahora, lo que está mal con eso es que creas un mundo donde yo no sopeso el costo de mis acciones, lo que es inherentemente un problema. Si tú entregas educación gratuita, entonces incluso gente que podría no obtener un gran retorno de ello estaría dispuesta a ocupar esos recursos, porque no les estás cobrando.
-¿Ese aumento es lo complejo?
-No es sólo cuánta gente va, sino también cuán rápido tienden a salir. Si lo haces gratuito, entonces la gente tiende a tomarse más tiempo para terminar sus estudios. Hubo una época en Suecia donde le pagaban a la gente mientras estudiaba su doctorado. Las personas recibían una beca, y ese pago era casi tan alto como el sueldo que obtendrías una vez graduado. ¡Y ellos se preguntaban por qué le tomaba 10 años a la gente terminar sus estudios! Bueno, les tomaba ese tiempo porque no tenían incentivos. Si tú tienes una lección desde la economía que se ha probado como cierta una y otra vez, es que los incentivos importan. Y las personas no se dan cuenta de cuánto la gente responde a ello.
-En Chile, la escuela de Chicago es muy asociada con el neoliberalismo. ¿Cómo ve usted a esa escuela hoy?
-Yo creo que la escuela de Chicago no parte allí. No parte con la mirada de que el enfoque liberal es la respuesta adecuada. Creo que parte desde el punto de que los incentivos importan, y que importan para todos, para el sector público y el privado. De hecho, yo realmente no creo que los economistas de Chicago tengan mucha más fe en los mercados que la que tienen otras personas; es sólo que tienen un montón menos de fe en las otras alternativas.