Si de recursos financieros se trata podríamos decir que el gran perdedor del caso cascadas fue el empresario Julio Ponce Lerou, obligado a pagar cerca de US$ 70 millones, una multa histórica y una de las más altas sanciones que han recaído sobre un hombre de negocios en el país. Sin embargo, el gran herido de este capítulo, que terminó con la SVS sancionando a 13 personas y empresas por delitos contra la Ley de Mercado de Valores, es Leonidas Vial, León, entre sus amigos; el rey de la Bolsa entre los agentes del mercado financiero. El intocable, el todopoderoso, el que no habla con la prensa, el hombre que potenció a una de las corredoras más prestigiosas de la plaza.
Porque Ponce en esta pasada poco y nada tenía que perder: nunca ha sido admirado, es considerado un outsider, y sus prácticas empresariales siempre han estado bajo sospecha. Su reputación, entonces, no estaba en juego. La de León sí. Y quedó resentida. Porque del león, nadie se lo esperaba.
El rey Midas, el hábil negociador, sentenciado como uno de los artífices de la Bolsa chilena, pasaba en un santiamén a ser un hombre cuestionado incluso al interior del tradicional empresariado. El león, acostumbrado a ganar cada una de las batallas financieras, pasaba a operar “enjaulado”, a varios pisos de distancia de los cuarteles generales de LarrainVial. Contrario a lo que se hubiese esperado, fue el propio mercado el que presionó para que eso ocurriera, porque para volver a creer en la corredora necesitaban pruebas concretas de que después de esta debacle iban a ocurrir cambios. Así, Vial se vio obligado a renunciar a la presidencia del banco de inversión, para de ese modo evitar que la bomba desmoronara a la compañía creada por Fernando y Leonidas Larraín Vial hace 80 años.
El hombre que por décadas parecía estar sobre el bien y el mal pasó de pronto a estar en el foco del escrutinio público. Porque velar por su propio interés económico terminó por pasarle la cuenta. Varios de sus cercanos le reprochan su actuar. Otros siguen cuestionándose por qué un hombre con una fortuna así de abultada -tiene el 36% de LV y su patrimonio se calcula en unos mil millones de dólares- se involucró en operaciones que, si bien respetan la normativa bursátil, son calificadas de indebidas por la mayor parte de los agentes financieros. Era cosa que Vial se pusiera en el pellejo de sus clientes, quienes directamente le reprochan haber tomado oportunidades financieras a las que ellos no tuvieron acceso. Así, entonces, una pregunta comenzó a rondar en el mercado: ¿Por qué su socio Fernando Larraín no participaba de esas operaciones que implicaban ganancias millonarias? Hay dos respuestas para esa interrogante: que no tuvo la chance, o porque simplemente lo consideró inapropiado.
León Vial insiste en su inocencia. Considera que este es un juicio injusto. Porque a él sólo le llegaban “ofertas de negocio”. El problema es justamente ése. La poca autocrítica -algo que siempre le ha costado al empresariado chileno- es consistente con su visión de negocios: pensar que es legítimo exponer su capital, o el de algún socio, sin que ello vaya en desmedro de sus clientes, lo que varios consideran incompatible tomando en cuenta que una corredora es básicamente una firma que entrega servicios a terceros y que, por sobre cualquier cosa, vela por el bien de ellos, más que por el bienestar propio.
Desde la corredora, sin embargo, pensaron que era sencillo controlar los conflictos de interés que se presentaran en escenarios como éste. Pero la multa contra Vial por US$ 20 millones, la demanda interpuesta por algunas AFP, como Provida, directamente contra él, terminaron por demostrar lo contrario, poniendo en duda qué tan robustas son las murallas chinas entre cartera propia y empresas relacionadas respecto de otros clientes.
La crisis desatada al interior de LarrainVial a raíz del caso cascadas genera entonces un gran desafío para la corredora y su león: decidir cómo funcionará el banco en el futuro y si seguirá abierta la posibilidad de que sus socios inviertan en la Bolsa su patrimonio personal.