Por Emilio Maldonado Diciembre 23, 2014

Hace un año, al ministro de Hacienda, Alberto Arenas, le pidieron que entregara sus proyecciones para 2014. Confiado, el socialista lanzó una frase que con el tiempo se convertiría en un pesado lastre para él: “El escenario actual indica que éste y el próximo año nuestra economía crecerá en torno al 4% anual”. A esas alturas y con el país cerrando el año con una expansión del 4,1%, la promesa de Arenas era también refrendada por organismos internacionales y entidades privadas, las que apostaban a que Chile sería uno de los grandes motores del crecimiento de la región. La OCDE auguraba un periodo promisorio, mientras que el FMI de Christine Lagarde aseguraba que el país era uno de los pocos que daban motivos para estar optimistas respecto del futuro.

Sin embargo, los auspiciosos pronósticos de Arenas estuvieron lejos de cumplirse. El Banco Central se encargó de sentenciarlos a muerte la semana pasada, en la presentación del último Informe de Política Monetaria. El texto sostiene que Chile habría crecido sólo un 1,7% en 12 meses, muy por debajo de la meta trazada por Hacienda un año atrás, marcando uno de sus más débiles registros en los últimos 50 años. Peor aún, el Central además recortó las expectativas de crecimiento para el próximo año a un rango de entre 2,5% y 3,5%, en circunstancias en que la Ley de Presupuestos de 2015 fue diseñada hace tres meses con una tasa de expansión de 3,6%.

No han sido los únicos datos que no han estado a la altura. El Imacec sorprendió negativamente durante todo el invierno, y creció apenas 0,3% en agosto; el consumo se fue desacelerando constantemente, lo que llevó a los analistas y expertos a corregir una y otra vez sus estimaciones a la baja; la inflación sorprendió al alza, dificultando nuevos movimientos en la Tasa de Política Monetaria; y la aparición del anhelado “punto de inflexión”, previsto por Arenas para fines de este año, fue postergado para el segundo semestre de 2015.

La reforma tributaria fue, a ojos de muchos, una de las grandes responsables de las turbulencias económicas que se tomaron el año y fuente de innumerables críticas a la gestión del secretario de Estado. Fue Arenas quien, en mayo de 2013, aseguró ante expertos y economistas del Centro de Estudios Públicos (CEP) que el proyecto se convertiría en un “apoyo” para el ahorro y la inversión. Días antes ya había sostenido que los cambios impositivos sólo generarían certidumbre.

Su tramitación, que incluyó varios fines de semana de trabajo entre Arenas, el subsecretario Alejandro Micco y el economista de oposición Juan Andrés Fontaine, en la casa de este último, despertó fuertes críticas. “Presentar como un logro cívico un acuerdo alcanzado por el ministro, el subsecretario y el asesor de la minoría, en la casa de este último, mientras mascaban galletas, (…) es simplemente incomprensible”, disparó en su columna dominical Carlos Peña.

El rol clave que jugó la DC -en especial Andrés Zaldívar-, las series de modificaciones que se le introdujeron al proyecto y los cuestionamientos que hasta hoy perduran respecto de su aplicación, han marcado el debate sobre cómo se zanjó la implementación de uno de los pilares del gobierno.

Las dudas sobre Arenas, sus habilidades políticas y  capacidades técnicas fueron en aumento. De hecho, todos los ex ministros de Hacienda de la democracia -excepto Nicolás Eyzaguirre- usaron alguna tribuna para enjuiciar la gestión de su sucesor. “¿Qué hierba están fumando?”, se preguntó Eduardo Aninat respecto del proyecto. “Si a Chile este año le va peor será por razones internas”, auguró Felipe Larraín.

Tanto Alejandro Foxley como Manuel Marfán cuestionaron la falta de diálogo, mientras que Andrés Velasco se convirtió en uno de sus más férreos detractores.

Con el viento en contra, a Arenas se le hizo más difícil otra  tarea: la de restablecer confianzas con los privados. Tras la reforma, recalcó la necesidad del pacto público-privado, asistió a numerosos foros e intentó acercarse a los empresarios en el Chileday, aunque el Financial Times le aguó la fiesta con “la nueva mediocridad”. Ahora, ultima gestiones para presentar una reforma laboral que a horas de ser enviada es un enigma para el empresariado, con el cual deberá lidiar por los próximos tres años y el mismo que aún tiene demasiado presente el mal recuerdo de la reforma tributaria.

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