“Las botellas que compramos aquí pueden ser argentinas, peruanas, bolivianas. Es algo trágico, no tiene ninguna lógica. No estamos sufriendo por eso como empresa, pero como chileno te pone en una situación embarazosa”.
En 2006, el empresario chileno Aldo Arias pensó que era hora de volver a casa. Tras dos décadas viviendo en Suiza, donde había comenzado, con veinte años, haciendo turnos nocturnos en una fábrica de packaging para estudiar Administración de Empresas, había escalado hasta llegar a ser gerente comercial de FROMM, una de las firmas de productos de embalaje más grandes del mundo, con ventas de 250 millones de euros al año. Luego de encargarse de expandir el holding a Asia, con oficinas en Japón, Corea y China, y una fábrica en Bangkok, le habían encomendado una nueva misión: entrar fuerte en Latinoamérica, donde el consumo de botellas de plástico -el principal insumo de la firma para sus productos reciclados- es uno de los más altos del mundo.
Para entonces, el chileno, que en Suiza había comenzado recibiendo amonestaciones de la policía por no separar la basura, ya era un converso al reciclaje. Y le parecía ver que en Chile comenzaba a desarrollarse un cambio cultural. La idea que le planteó al directorio fue instalar en Quilicura una fábrica que produjera 500 toneladas de zuncho al mes -tiras plásticas de resistencia similar al acero, que se ocupan para reforzar desde fruta a lingotes de oro, o maquinaria pesada-, y para eso reciclarían cinco mil botellas de plástico al año, cerca de un 10% del total que se produce en Chile. Pese a que el país no contaba con un sistema de reciclaje estatal, el empresario confiaba en que la oportunidad medioambiental que significaría la llegada de FROMM activaría los canales.
Pero los canales permanecieron cerrados. Luego de instalar en Santiago una fábrica con tecnología de punta, similar a las dos que tienen en Alemania, y de abrir oficinas en todo el continente para venta de zuncho y maquinaria, chocaron con una realidad inesperada: no encontraron en Chile, luego de mantener conversaciones con el gobierno y la industria, la forma de instaurar un canal de reciclaje de botellas a gran escala. Tras intentar varias fórmulas y comprobar que no llegarían ni al 5% de las 400 toneladas mensuales que necesitaban, decidieron echar a andar el plan B: Chile sería el centro logístico desde el cual reciclarían las botellas del resto de Sudamérica, para luego exportarlas al mundo.
Actualmente, FROMM Chile importa el 75% de lo que recicla -el otro 25% lo compra a proveedores locales, que también importan-, y genera 450 toneladas al mes de zuncho. Aldo Arias, hoy gerente de la firma para Latinoamérica, dice, con tono resignado, que el desembarco, aunque exitoso comercialmente, demostró lo lejos que está Chile del desarrollo. “Desde allá yo veía que había un cambio cultural, mayor conciencia. Pero aquí choqué con una realidad distinta. No estamos cerca de esa conciencia bajo ningún punto de vista. Falta un Estado potente que entre a subvencionar sistemas de reciclaje. Pero no hay nada, es el neoliberalismo más grande que haya visto en mi vida”.
-¿Fue un error apostar por Chile?
-No diría que nos equivocamos, pero había otras expectativas respecto a la cultura de reciclaje en una ciudad tan abierta al mundo como Santiago. Nos creemos la muerte y no somos capaces de reciclar una botella de forma correcta. Y en regiones es mucho más dramático. En el Norte o en el Sur no hay nada, y es porque no hay enseñanza. La gente bota un papel, un colchón, un computador o una radio. Delante de la puerta de mi casa, en Peñalolén, tengo botados escombros. Estamos llenos de criminales ecológicos en Chile, y no podemos hacer nada.
-¿Sobrestimaron la conciencia medioambiental chilena?
-Yo pensaba que había un cambio cultural, estaba convencido de que el país iba efectivamente a tomar estos temas de forma seria, y se indujo esta decisión, de la cual no nos arrepentimos, porque tenemos buenas perspectivas comerciales. Pero sí pensábamos, y quizás había algo de hidalguía allí, que íbamos a hacer un tremendo aporte al país, que le íbamos a extraer 400 toneladas mensuales de basura, 6,6 millones de botellas al mes, que es lo que reciclamos hoy. El beneficio hubiese sido significativo, sobre todo porque esto tiene siempre una cultura de arrastre.
-¿Qué fue lo que no pudieron conseguir en Chile?
-Esperábamos que se montaran estructuras más directas de reciclaje, que el Estado tuviera condiciones, o nos ofreciera un camino, y que la población fuera más responsable. Esperábamos que ante la llegada de una empresa como nosotros se crearan canales más expeditos, que el Estado subvencionara ciertas formas de reciclaje: una prenda a las botellas, un sistema financiado a los recicladores, que se entrara a favorecer la limpieza de las ciudades.
-¿Llegaron a plantearle la idea a algún gobierno?
-No hemos llegado a plantear a ningún gobierno ningún proyecto, porque vemos que no están dados los canales, no les interesa. Hemos tocado puertas, hablado, pero nadie se ha interesado en hacer un sistema serio. La industria del envase para frutas también lo ha intentado, y tampoco han llegado a nada. Ha habido propuestas, incluso ofertas de cofinanciamiento, pero no se ha llegado a nada serio. También hemos intentado nuestros propios sistemas de reciclaje, financiar puntos limpios, o hemos abierto la propuesta de comprar botellas, pero así es imposible.
-¿Hoy tienen cómo acceder a la basura chilena?
-Necesitamos al menos 100 toneladas al mes, y no pasábamos de 15, que es nada. Y cuando intentas reciclar en forma local, te meten botellas con agua, envases de vidrio, piedras. No hay una cultura que ayude, y eso encarece mucho el reciclado, porque tienes que implementar sistemas de control, sortear 6 millones de botellas de forma manual, con diez personas seleccionando. El sistema te boicotea el resultado final. El ideal nuestro sería que todo fuera chileno, pero no se puede. De Chile hoy vienen cien toneladas, que compramos a otros recicladores, muchos de ellos también importadores. Eso es peor: las botellas que compramos aquí pueden ser argentinas, peruanas, bolivianas. Es algo trágico, no tiene ninguna lógica. No estamos sufriendo por eso como empresa, pero como chileno te pone en una situación embarazosa.
LA BASURA DE LOS DEMÁS
-¿Por qué no se fueron de Chile?
-Porque si te vas a otro país de la región, tienes otros inconvenientes mayores: no vas a poder exportar porque no tiene acuerdos bilaterales, o la burocracia es más corrupta. Desde el punto de vista del negocio, es lógico estar aquí, y nunca nos planteamos salir. Pero tuvimos que abortar definitivamente el plan de apostar por Chile para sacar la basura. Vamos a hacer nuestro negocio con el que quiera. Estamos abiertos a volver atrás si todo cambia, pero en el corto plazo no veo ninguna posibilidad, porque mientras perdemos el tiempo, los demás países siguen avanzando y trabajando su basura con mayor claridad. Hay países en la región que están infinitamente más adelante.
-¿A quiénes hay que mirar?
-Colombia tiene sistemas de recolección implementados a nivel nacional, en puntos limpios, centros de acopio, grandes centros industriales. Ecuador tiene un sistema estatal, de impuesto verde a las embotelladoras: por cada botella, el envasador le paga dos centavos al Estado, que luego este le da a la empresa para que compre a los recicladores. En Bolivia hay mucha gente que recolecta botellas, y centros de acopio enfocados a eso. En Perú hay mucha botella, y la gente está acostumbrada a reciclarlas. También en Centroamérica y México. Y el ejemplo emblemático es Alemania, con un sistema exitoso de recolección con prenda: cada botella que llevas al supermercado significa 10 centavos de euro. El supermercado es el gran recolector.
-¿Es factible un modelo así en Chile?
-Si el país quisiera, sería expedito y factible. Todos los actores sociales tienen que participar, pero tiene que partir por el Estado y debe haber plata de por medio: incentivos, premios, si no multas. Chile tiende mucho a compararse con la región como la casa buena del vecindario, pero en muchos aspectos, y el reciclado es uno de ellos, no somos un modelo, ni somos desarrollados, ni jaguares. Otros países latinoamericanos lo viven de forma mucho más consciente. Chile en ese sentido no es un modelo para la región, ni vamos por el camino para serlo, que es peor.
-¿Están decepcionados del país?
-Para mí ha sido una decepción, a título personal, que no haya cultura sustentable en la población, y que el Estado no entienda que nos hace bien a todos. Pero es una tarea estatal, no le echo la culpa a las personas que van a trabajar todos los días. La culpa la tenemos como Estado: somos un Estado maleducado, con políticos maleducados, y empresarios que no tienen una cultura afín, y no se proponen cambiar esto. Nosotros no queremos subvención, no pedimos nada, sólo acceder a las botellas posconsumo, pero es muy difícil en Chile hacerlo de forma sustentable.
-¿Reciclar hoy en Chile es una batalla perdida?
-Aún estamos dispuestos a dar la pelea, a hacer inversión con sentido social, pero no veo nada en el mediano plazo que muestre un cambio, un marco del Estado con regulaciones. Hoy no podemos dar la pelea, porque primero tiene que haber un ring.