El descontento no hizo más que crecer, manifestándose en las urnas con el triunfo a comienzos del 2015 de una coalición radical de izquierda, electa con un programa antiausteridad. A pesar de casi 6 años en su versión reciente, la teleserie griega se pone cada vez más entretenida e impredecible.
Si en Chile fueron las telenovelas turcas las que acapararon el rating de audiencia, en el mundo financiero es la teleserie griega. Como algunos de los dramones de la televisión norteamericana, ésta ya lleva varios años al aire. Sin embargo, no por ello no deja de seguir sorprendiendo a economistas y analistas financieros.
Si bien el inicio de esta teleserie se puede identificar a fines del 2009, cuando una mayoría de inversionistas expresaron su preocupación respecto a la capacidad del gobierno griego de cumplir sus obligaciones, la verdad es que no es un problema nuevo.
UN PAÍS CON DICOM
Los economistas Carmen Reinhart y Ken Rogoff, en su libro This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly, ya situaban a Grecia entre aquellos países que pasaron una gran parte del período 1800 - 2008 en default o reestructurando su deuda: casi el 51%. Sólo por debajo de Honduras (64%) y Ecuador (58%) y muy por encima de Argentina, Rusia y, por cierto, Chile. Si Grecia fuese una persona, habría pasado más de la mitad de su vida (independiente) en Dicom.
Si bien la crisis financiera del 2008 ayudó a acelerar el problema, los griegos ciertamente pusieron de lo suyo. Un ex oficial del Banco Central Europeo (BCE) señalaba en 2011 que Grecia recurrió a “contabilidad cosmética” y otros ardides para cumplir los requerimientos exigidos para sumarse en 1999 a la unión monetaria que tenía al euro como divisa común. Los problemas siguieron cuando la agencia central de estadísticas puso en duda desde 2005 al 2009 la veracidad de los números de los helenos (situación que sólo se pudo resolver el 2010, cuando la agencia pasó a ser una entidad independiente del gobierno de turno).
Con estos antecedentes, ya existían los ingredientes suficientes para un culebrón financiero de proporciones. El bajo crecimiento de la economía del país, donde las principales industrias y el turismo tras la crisis del 2008, junto con un abultado endeudamiento público, fueron la combinación explosiva para la primera parte de la actual teleserie financiera de Grecia. A comienzos del 2010 el gobierno tuvo que acudir al Fondo Monetario Internacional y a la propia Comisión Europea (CE) para un crédito de 45 mil millones de euros, sólo para cubrir las necesidades de ese año.
El monto del préstamo se ampliaría a 110 mil millones, a cambio de un paquete de severas medidas de austeridad (subiendo impuestos y recortando gastos), dirigidos, principalmente, a reducir el exceso de gasto fiscal, pero también para dar una señal a los enfurecidos alemanes, que no veían con buenos ojos salir a rescatar a lo que ellos percibían eran personas que trabajaban menos, pagaban menos impuestos y se jubilaban a más temprana edad que ellos. Los griegos, por cierto, pensaban otra cosa y no tardaron en salir a las calles a protestar contra el gobierno y la troika (FMI, BCE y CE).
Si bien la situación mostró visos de mejoría, fue necesario entrar a un segundo programa el 2011, esta vez involucrando a bancos privados para que aceptaran condonar parte de la deuda griega. Sin embargo, los efectos adversos de las medidas de austeridad exigidas tuvieron consecuencias nefastas sobre el crecimiento: caída del 7,1% del PIB y desempleo llegando al 20%.
El descontento no hizo más que crecer, manifestándose en las urnas con el triunfo a comienzos del 2015 de una coalición radical de izquierda, electa con un programa antiausteridad. A pesar de llevar casi 6 años en su versión más reciente, la teleserie griega se pone cada vez más entretenida e impredecible.
De la misma manera que las teleseries exitosas llevan a alargues del guión, algo parecido pasa con la crisis griega. Después del largo proceso de tira y afloja entre el gobierno radical griego y la troika, todo parecía volver a punto cero después de que los representantes helenos se pararan de la mesa el viernes pasado, sin aceptar la propuesta de la troika sin antes aprobarlo popularmente vía referéndum. Qué opción de resolverlo de otra manera en la cuna de la democracia (a pesar de haber sido una monarquía y tenido una dictadura por varios años).
Sin embargo, el primer ministro griego, Tsipras, parece no haber reparado que la votación popular fijada para el domingo 5 de julio (a la cual llamaba a votar “No”, contra la propuesta del FMI/BCE/CE, se haría días después de que expiraba la misma: medianoche del 30 de junio, que coincide con el vencimiento del pago de intereses y amortización al FMI, que finalmente Grecia no hizo.
Junto con anunciar el referéndum, el gobierno griego también sentenció el cierre de los bancos hasta la misma fecha, buscando evitar el voto que los griegos ya estaban expresando con su dinero: una creciente salida de depósitos bancarios –o corrida bancaria– que amenazaba con hacer colapsar definitivamente a un sistema financiero griego que apenas se sostenía en pie.
CONSECUENCIAS NO DESEADAS
Aún en los pasajes más difíciles y apasionados de las negociaciones entre griegos y representantes del FMI/BCE/CE, ambas partes expresaron su interés de que Grecia se mantuviera dentro de la Unión Monetaria Europea. Por un lado, los helenos veían que ser parte de la zona del euro seguía trayendo más beneficios que costos, incluyendo mantener la diferenciación con Turquía, su eterno rival y que lleva más de 10 años negociando la entrada a la UE. A los europeos, por otro lado, les parece mejor tener una Grecia adentro que fuera de la comunidad, y que se viera tentada a alinearse con Rusia, con quien comparte una misma identidad cultural religiosa.
No obstante, la historia suele ser resultado de accidentes más que intenciones. La comedia de equivocaciones recientes pueden llevar a que no le quede otra a Grecia que salir (la UE no puede echar a un país; éste tiene que voluntariamente decidir abandonarla, en un proceso nada de claro, pues nunca se pensó que sería usado).
Quizás por ello, en una nueva vuelta inesperada de la trama, al día siguiente del mayor default que sufre el FMI en su historia (y el primero de un país desarrollado), Tsipras anuncia que acepta la gran mayoría de la propuesta –expirada– del FMI/ECB/CE, aunque paradójicamente sigue llamando a votar que “No” en el referéndum del próximo fin de semana. Si alguien quisiera llevar esa trama al cine, sin duda tendría el interés de David Lynch o David Cronenberg.
CULPA DEL CHANCHO...
Más allá de los méritos dramáticos de la crisis griega, éste ha sido objeto de mucho debate entre economistas y analistas políticos. Existe siempre la tentación en esos casos de pintar un mundo en blanco y negro, donde los griegos parecen acomodarse más al papel de villanos. La realidad, como sabemos, suele ser más compleja.
A pesar de que es posible identificar bastante responsabilidad de los propios habitantes de Grecia en los problemas que enfrentan, no parece justo quedarse sólo en ellos. También hay culpas que se pueden asociar a muchos actores. Desde bancos de inversión globales que le ayudaron a Grecia a esconder su mala situación financiera, así como bancos privados que siguieron prestándole a ese país y otros deudores griegos, apostando que serían rescatados por las autoridades u otros organismos internacionales.
Estos últimos también comparten parte de las responsabilidades, al ahondar la crisis con medidas bastante extremas de austeridad que parecen buscar más aplacar las iras de sus votantes domésticos que buscar una solución razonable. Más importante aun, es necesario considerar los efectos colaterales de estos programas de ajustes, cuyos costos suelen caer de manera desproporcionada en los más pobres o más vulnerables (y que suelen no ser los más beneficiados durante los años de “jauja” previos a la crisis). Asimismo, se hace imprescindible avanzar para que los distintos actores involucrados asuman las consecuencias de sus acciones: para que Grecia se sobreendeudara, fueron necesarios quienes les prestaran sin considerar los riesgos, o peor aún, asumiendo que serían otros quienes lo pagaran.
Si bien la economía chilena está sideralmente lejos de parecerse a la de Grecia, nunca esta de más sacar algunas lecciones (con el riesgo de querer aprender en la vida real de lo que sucede en teleseries). Valorar, por ejemplo, lo que significa mantener políticas económicas prudentes y responsables, con niveles conservadores de endeudamiento, tanto público como privado.
Aprender también a lo que puede llegar un país que no supo preocuparse de la corrupción a tiempo o que hizo de la evasión de impuestos un deporte nacional. O que no supo poner atajo al deterioro de sus partidos políticos, abriendo espacios para la irrupción de opciones populistas y radicales que parecen no haber dejado que Grecia deje de ser protagonista de su propia teleserie.