Por Emilio Maldonado Agosto 20, 2015

© M. Segura

"Cuando partió el segundo tiempo del gobierno, se hizo un llamado al diálogo y a los amplios acuerdos. Sin embargo, hay que decir que es poco motivante para cualquier actor social que recibe ese llamado que le digan que lo único disponible para discutir es la velocidad con la cual se llegará a un cierto rumbo predefinido".

Una pizarra blanca, repleta con ideas y conceptos, da la bienvenida a la oficina de Bernardo Larraín Matte, presidente de Colbún. En el noveno piso de una de las torres del barrio El Golf, el ejecutivo y reconocido líder de uno de los grupos empresariales más importantes de Chile prepara la que será su exposición del miércoles 26, cuando desde su rol como presidente del Círculo de Empresa y Sociedad de Icare dé inicio al foro “El momento de la introspección”, organizado por esa colectividad.

Lo que aparece en ese pizarrón da luces de su mensaje. Términos como “confianza”, “desafíos” y “diálogo” resaltan en el mar de letras escritas con marcador negro. Para Larraín éste no será el primer —ni quizás su último— congreso en el cual le toca ser orador. Pero esta ocasión sí guarda una connotación especial. Para el presidente de Colbún éste es el momento para que los empresarios saquen la voz en los debates que cruzan la sociedad y no sólo cuando estos se transforman en reformas o proyectos de ley. “Es el tiempo de ser partícipes en los debates constructivamente y sin complejos”, asegura.

—Los empresarios han hecho el ejercicio de analizar el entorno y ahora se proponen hacer una introspección. ¿Cuál es la importancia de ello y cuándo llega el tiempo de empezar a actuar?

—Comparto que se ha sobreanalizado y debatido este entorno más complejo y la crisis de confianza. Fue el tema de nuestro primer congreso “Empresa en tiempos de cólera”. Pero a ratos parece que lo hemos analizado como si fuera algo exógeno, caído del cielo, que no depende de cada uno de los actores, o bien que es responsabilidad del otro: la empresa emplaza a la política y viceversa.  Por eso creemos que es muy oportuno variar ese análisis y hacer una introspección de cada actor, donde cada uno reflexione sobre su responsabilidad en esta crisis de confianza y, sobre todo, lo que puede hacer para salir de ella. Creo que en estos momentos de crispación, tensión, confusión y falta de liderazgo, uno se pregunta qué es lo que demanda la ciudadanía. Y se escuchan diversas tesis: desde que demandaría una profundización de las reformas hasta opiniones que dicen que la ciudadanía valora lo que se ha hecho en los últimos 30 años, por lo cual cree que no se requieren cambios. Yo me atrevería a decir que en momentos como el actual la ciudadanía demanda más bien pausa, reflexión y diálogo entre los distintos actores, y no necesariamente acciones que denotan más premura y ansiedad.

—¿Esa es la postura en la cual se circunscribe la suya?

—En efecto. Creo que en tiempos de tensión del debate público, todo sustentado sobre una base de mucha desconfianza, lo más eficaz sería un llamado a la reflexión y a la introspección de cada actor, y a un diálogo entre ellos. Eso le da más sustentabilidad al rumbo que finalmente se tome. Si uno analiza las reformas, tanto en su origen como en su estado actual, no hay dudas de que éstas no fueron sometidas a la debida reflexión y diálogo, y que denotan más bien premura y ansiedad por responder a demandas de distintos grupos de presión. Dan cuenta de una incapacidad política de procesar estas demandas y traducirlas en políticas públicas mediando un proceso de diálogo y de análisis técnico. Hoy nadie duda que eso no ocurrió.

—¿Se refiere a la reforma tributaria?

—Hagamos el ejercicio: fue la primera reforma que se planteó y cuyo corazón era la renta atribuida, ya que —según los fundamentos de sus defensores— el FUT era el origen de todos los males, desconociéndose e ignorando los incentivos a la inversión que traía, ya que sólo incentivaba la evasión. Ahora, cuando se reconoce una adecuación a la reforma por la vía legal y lo que era el alma se reduce a la mínima expresión, a algo marginal, no queda otra lectura de que todo esto fue producto de la falta de reflexión y diálogo; de no pensar las reformas, sumado a una carencia de rigor técnico.

—En ese escenario de reforma a la reforma, ¿cuál es el espacio de maniobra que ve para el ministro de Hacienda? 

—Hasta ahora se está acotando el ámbito de la discusión sólo a limitar la renta atribuida, pero creo que se debe abrir a otros campos y materias de la reforma, manteniendo aspectos que todos compartimos: el objetivo de mayor recaudación y de mayor equidad tributaria. ¿Por qué no hacerlo si está demostrado que la simpleza es algo virtuoso en todo sistema tributario? Y, además, porque se instaló una realidad que no existía antes, cual es que llevamos siete trimestres consecutivos con una caída en la tasa de inversión. Si no se ve esta catedral que es lo que está pasando en materia de inversión y si el gobierno no está dispuesto a adaptar el sistema tributario en más aspectos que la sola limitación de la renta atribuida, me parece que, nuevamente, caeríamos en la premura y en la ausencia de reflexión y diálogo. Y esto mismo se ha dado en la discusión de la reforma laboral.

—¿Cuál es el principal error de la reforma laboral?

—Hay una serie de elementos que han sido sobreanalizados, pero lo interesante es que se ha generado una masa crítica de opinión, muy profunda y transversal, de economistas de todos los sectores que han criticado algunos de sus puntos. Entonces, uno vuelve a preguntarse si hubo o no reflexión sobre esta reforma. ¿Por qué no se tuvo este diálogo antes de ingresar el proyecto de ley? Faltó introspección al sistema laboral chileno a la luz de la experiencia acumulada. Lo mismo ocurrió con la reforma educacional. El 100% de los analistas, académicos e incluso el mundo político, dijeron que había que comenzar por la educación pública, pero el gobierno partió por limitar la educación particular subvencionada hasta un punto de arriesgar su autonomía, que había sido la opción de una mayoría de familias. De nuevo, como he dicho, se reaccionó literalmente a las demandas de un grupo de interés, sin mediar una procesamiento e interpretación de ellas, para luego, a través del diálogo, transformarlas en una política pública.

—Pareciera que hay temor a hacer esa pausa, para poder cumplir un programa de gobierno. 

—Están ciegos quienes creen que hacer una pausa, una reflexión, es un fracaso para la reforma. El arte de gobernar consiste precisamente en avanzar, hacer una pausa, sopesar lo que está pasando en la economía y lo que expresa la ciudadanía, dialogar con una diversidad de actores y luego cambiar el rumbo. Un cambio de dirección que haga coherente la reforma con potenciar la inversión, el crecimiento y la generación de empleo y, además, con el sentido común de la ciudadanía. Un cambio de rumbo que finalmente viabiliza y le da sustentabilidad de largo plazo a la reforma, adecuándola a una realidad dinámica del siglo XXI.

—¿Y ve disposición del gobierno para ello?

—Cuando partió el segundo tiempo del gobierno, se hizo un llamado al diálogo y a los amplios acuerdos. Sin embargo, hay que decir que es poco motivante para cualquier actor social que recibe ese llamado que le digan que lo único disponible para discutir es la velocidad con la cual se llegará a un cierto rumbo predefinido. Es un llamado al diálogo poco convincente y que trae como consecuencia un efecto negativo. A cada actor, incluida la empresa, sólo le cabe criticar desde la trinchera.

—¿Es escéptico, entonces, al eslogan del “realismo sin renuncia”?

—Con el cambio de gabinete, que fue una señal potente, y después con las palabras que se dijeron en el estadio San Jorge, donde se acuñó el concepto del “realismo sin renuncia” y se volvió a poner en el centro de la discusión el crecimiento y la inversión, se abrió una ventana. Pero luego vino el cónclave y la entrevista de la mandataria en La Tercera, donde reforzó más el concepto del “sin renuncia”. Ahí se diluyeron los mensajes iniciales. Más allá de las valiosas señales de los ministros Valdés, Burgos y Pacheco, entre otros, el lema no da cuenta de una actitud proactiva de potenciar crecimiento e inversión, ni tampoco da cuenta de una conciencia profunda del impacto de los factores internos en la confianza empresarial y de los consumidores. El cambio de la brújula empresarial, que permita potenciar crecimiento e inversión, requiere de algo mucho más contundente que un eslogan o decir que, dada la realidad económica, vamos a graduar las reformas.

—¿Por qué ahora es el momento en que los empresarios deben hacer la introspección y no fue antes?

—Creo que el empresariado no se había hecho esa autocrítica porque estaba perplejo y resignado a ver una ola de conceptos, que parecía incapeable, que estigmatizaban la actividad privada. Hemos entrado tarde a los debates que cruzan la sociedad chilena, lo que ha sido un gran error, porque hemos permitido que se consoliden ciertos conceptos, en mi opinión infundados, sobre la iniciativa privada. Como empresarios tenemos que estar más activos en los debates, tan pronto comiencen a emerger los conceptos. Por ejemplo, hace unos años comenzó a surgir la idea de que la provisión de bienes públicos, como educación y salud, no era compatible con el lucro. Eso empezó a consolidarse y terminó quedando como un concepto escrito en piedra, que trascendió a la provisión de bienes públicos. En ese debate, estuvimos ausentes. Pero también debemos hacer una reflexión hacia adentro. Los trabajadores, clientes y proveedores son la conexión de la empresa con el nuevo ciudadano,  con la pyme y con el mundo del emprendimiento.

Por eso, es fundamental insistir en la importancia para la empresa de los trabajadores, proveedores y clientes, los que van cambiando y la empresa debe, por lo tanto, cambiar con ellos.  En relación a esto, Marcelo Cicali (dueño del restorán Liguria), que estará exponiendo en nuestro congreso, hace poco comparaba las fuerzas de Porter con las que él considera son las fuerzas que mueven a su empresa. Decía que el análisis de Porter da cuenta de fuerzas (proveedores, clientes, competidores, etc.) que están en tensión y conflicto, donde la empresa debe aumentar su peso relativo en desmedro de las otras fuerzas.  En contraste, Cicali habla que las fuerzas claves de su negocio —trabajadores, clientes, proveedores, inspectores fiscales y vecinos— deben trabajar en un ambiente de colaboración.

—En el congreso de Icare se preguntan si habrá un nuevo ciclo de modernización capitalista, ¿a qué se refieren?

—Es una reflexión de algo que es ampliamente compartido: en los últimos 30 años Chile ha vivido un proceso de modernización que ha permitido un gran desarrollo económico y social, inserto en un modelo capitalista. Pero también hay un diagnóstico de que estos procesos tienen que evolucionar para proyectarse. Para los tiempos que vienen, ¿cuáles son los nuevos desafíos que debe enfrentar este proceso o el llamado “modelo”? Por ejemplo, un tema súper relevante: la Nueva Mayoría tuvo el logro de consolidar en la opinión pública que se necesitaba una mayor participación del Estado en distintas materias. Ahora, nuevamente, la falta de reflexión sorprende cuando se le dan muchos roles al Estado soslayando  la pregunta si el Estado chileno está capacitado para asumir esos roles. Por ejemplo, el caso de los hospitales: se propuso una meta de construir 60 y hoy ya reconocen  que no serán capaces de cumplirla. ¿Estaba el Estado capacitado? Esa fue una pregunta que nadie se hizo.

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