Por Sabine Drysdale //Fotos:Marcelo Segura Marzo 4, 2016

“Yo no me voy a bajar del tren”, dice Miguel Torres Riera, el padre, el que ya no gobierna pero reina en Bodegas Torres, sentado en la cabecera de la mesa del comedor en su casa de Curicó, mientras bebe una copa de Estelado, ese espumante hecho con la despreciada uva país del secano chileno, esa uva corriente para pipeño de borrachos que él —visionario— embotelló en forma de elegantes burbujas rosadas.

No se baja del tren porque aunque le entregó en 2012 la dirección ejecutiva de Bodegas Torres a su hijo Miguel Torres Maczassek, la quinta generación en el negocio, el catalán que se atrevió a invertir en Chile en los 70 y que lideró la modernización de la artesanal industria de entonces —suyas fueron las primeras cubas de acero inoxidable— sigue siendo presidente del directorio, tiene a cargo la dirección medioambiental y el family office. “Lo importante en una empresa familiar es que tiene que ser uno el que manda. No puede mandar el padre y el hijo. Eso no puede ser. Leo los informes, viajo a visitar los mercados, pero mi hijo es el que toma las decisiones”, enmendando lo que su propio padre no hizo con él: “Mi padre quiso mandar hasta el final”, dice.

“Era un hombre complicado”, agrega sentado en la otra cabecera Alejandro Parot, su amigo y asesor chileno, compañero de curso en la universidad de Dijon, donde estudiaron Enología a fines de los años 50, quien pudo comprobar en los veranos, que pasaba en la finca familiar de los Torres en España, donde los obligaba a madrugar para trabajar en la bodega, la dureza de ese padre dominante que Miguel Torres se resiste a ser. “Era un ser omnipotente y nosotros sus trabajadores. Un hombre de mucho carácter. Sus ideas eran sí o sí”, dice Parot. Eran tiempos en que, frustrado, el hijo guardaba escritos en pequeños papeles dentro de un cajón todas las ideas y proyectos que tenía para la compañía una vez que su padre le diera el pase, planes como cambiar las viejas etiquetas. Pero el pase se lo dio recién a los 81 años, un mes antes de morir. Por eso Torres Riera dejó bien claro en los estatutos de la compañía su fecha de vencimiento: el director ejecutivo deja se serlo a los 70 años que cumplió en 2012.

“Me ha costado un poquito”, dice sobre este paso a un lado. “Pero bueno, cuando ves que las cosas funcionan bien (la compañía facturó 250 millones de euros el último año) como que te vas buscando otras cosas, porque lo que yo no puedo es estar en casa viendo la televisión”, dice. Practica idiomas, ruso y japonés, toca la guitarra y viaja, como una especie de embajador, representando a su hijo, a los lugares a los que éste no puede asistir, como ahora a Chile.

“Nosotros cada  años destinamos un 11% de las inversiones a temas de ecología, plantas fotovoltaicas, algas, biomasa, y cada año bajamos la huella de carbono. Creemos que hay que hay que hacerlo, hay que cambiar el estilo de vida”.

Fue gracias a su amistad con Parot que visitó el país por primera vez y se enamoró de la Zona Central. Tras la venia de su padre, compró un campo que remataban en Curicó y desechó una inversión en Argentina.

“No puedes hacer vino en todas partes del mundo porque si no pierdes el control de la calidad, la vivencia de cada añada, de cada cepaje, de cada tierra, ¿no?”, dice. Por lo mismo, hace poco, después de recorrerla con Parot, descartó Australia y prefirió aumentar su superficie en Chile, pero en valles desconocidos, como Itata o Constitución, desde donde produce un pinot noir de alta gama Escaleras de Empedrado, el primer vino chileno que nace de suelos de pizarra en terrazas, como los del Priorat y que alcanza los $ 100.000 por botella. También descartó plantar viñas en China, donde hicieron algunas pruebas, han hecho asesorías enológicas y tienen una distribuidora. “China es complicado por el idioma, la cultura. Y, además, ¡no es una democracia!”, dice.

—Pero Chile tampoco era una democracia cuando usted se instaló acá.
—No, pero mi padre dio con la solución. Dijo, si hemos estado con Franco 40 años, pues aquí también podemos funcionar.

Miguel Torres es un hombre socialista que se ha cultivado leyendo a Marx y Engels, entre otros pensadores de izquierda. “Me gusta la idea del socialismo y sobre todo lo que hizo contra el capitalismo salvaje que teníamos en el siglo XIX”, dice.
—Siendo un empresario tan exitoso, ¿cómo se lucha contra el capitalismo si al mismo tiempo es lo que le permite producir riqueza?
—Yo estoy a favor del capitalismo, pero preferiría una capitalismo social, como el que existía en Europa en los años 50, hasta que llegaron Reagan y Thatcher y todo cambió. Y hemos empezado un proceso en que la riqueza se acumula cada vez más en menos manos. Un 1% de la población de la Tierra tiene el noventa y tantos por ciento de la riqueza, eso no está bien.

—¿Tiene sentimientos encontrados con ser un hombre de fortuna?
No responde, pero saca un papelito de su chaqueta y lo abre sobre la mesa.
—Aquí está escrito el ADN de Bodegas Torres y dice: “Retorno a la sociedad”. Una empresa tiene que pensar en devolver a la sociedad algo más que los impuestos. Si la empresa gana tiene que dar algo más. Lo más importante es que los impuestos los pagamos en España y en Chile. No creemos en la política de llevarnos los beneficios a paraísos fiscales, eso no puede ser. Es absurdo. El Estado necesita el dinero de los impuestos para pagar las pensiones de la gente.

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A cargo de su mujer, la alemana Waltraud Maczassek, la familia tiene una fundación para invertir en programas de beneficencia, como una casa para niñas huérfanas en Guadalajara o un colegio en Sichuan. Además, están certificados con el sello de “comercio justo”; los productores de la uva país que se usó para producir el Estelado que ahora bebe recibieron un precio sobre el mercado para sus uvas.
—Y algo más para invertir en sus casas. Pero sólo una empresa familiar puede hacer estos planes.

 

—¿Por qué sólo una empresa familiar?
—Ahora te lo explico. Hace unos años en China hubo un terremoto en Sichuan. Una escuela de niños se había derrumbado, fuimos ahí e invertimos 200 mil dólares en su reconstrucción. Imagínate que un directivo americano llegue a Nueva York y diga en su empresa que cotiza en bolsa: “Acabo de estar en China, vamos a dar 200 mil dólares para una escuela”. ¿Lo hacen? No. Pero esto se devuelve a la empresa. Hicimos un video con los niños entrando emocionados a su nueva escuela y se lo mostré a clientes chinos. Yo vi a la gente con los ojos llorosos.

—En general, las familias son conflictivas. Es difícil que no haya roces cuando se mezclan los negocios con los sentimientos, ¿cuál ha sido la fórmula?
—Hace falta paciencia, capacidad de negociación, buenos asesores externos. Hay un consejo familiar cada seis meses, ahí se habla de los hijos, se habla de la educación, de cómo están funcionando los protocolos familiares.

El protocolo determina, por ejemplo, que todos deben ser profesionales, haber trabajado en otra industria, saber idiomas, que los sueldos son de mercado, que a partir de la sexta generación sólo un miembro de cada rama de la familia podrá entrar a trabajar. Y que el cargo de director ejecutivo vence a los setenta.
—Y tiene que haber respeto por el ADN de la empresa—dice sacando otra vez ese papel doblado de su chaqueta—. Hay temas que no se discuten, como el medioambiente. Nosotros cada años destinamos un 11% de las inversiones a temas de ecología, plantas fotovoltaicas, algas, biomasa, y cada año bajamos la huella de carbono. Creemos que hay que hacerlo, hay que cambiar el estilo de vida.
La noche anterior, mientras viajaba de Santiago a Curicó quedó atrapado en el taco que se forma en el peaje de Angostura. “¿Pero, para dónde vamos? No vamos bien. Eran cientos de coches. ¿Por qué no hay transporte público? ¿Por qué en Chile no funcionan los trenes? Sería más cómodo. En Chile se ha copiado el modelo americano que es el coche, que es el petróleo y que es seguir contaminando. Pero si es absurdo”.

Miguel Torres considera que cualquier agricultor, por naturaleza, debiera ser ecológico. “No concibo un agricultor que no tenga esas inquietudes”, dice. Sin embargo, el tema del medio ambiente lo golpeó después de ver el documental Una verdad incómoda, de Al Gore. “Me hizo sentido, dije ‘tenemos que hacer algo’. Lo hablamos en el directorio unas semanas después y se aprobó un programa de 10 millones de euros para 5 años y se ha cumplido todo: coches eléctricos, biomasa, plantas fotovoltaicas, investigación. Me llega el coche eléctrico a fin de mes y me tiene muy contento. Hoy el estatus no se debe valorar por la marca que lleva tu coche.

–¿Misión cumplida, Miguel?
–No. Yo no voy a bajar del tren. Todos los años se felicita a los enólogos, pero el mensaje es: el próximo año debe ser mejor.

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