Por Axel Christensen, director de Estrategia de Inversión para América Latina e Iberia de BlackRock Octubre 7, 2016

En los setenta, un dúo del Canto Nuevo chileno nos conminaba a salir a caminar, en un largo tour, a ver la vida tal como es. En mi rol de estratega de inversiones para América Latina me toca pasar mucho tiempo viajando por la región. En estos viajes converso con diversos inversionistas locales —fondos de pensiones, administradores de fondos, bancas privadas, family offices— que ven a sus mercados desde una óptica distinta a lo que se ven desde Chile, Nueva York o Londres.
Comencemos de norte a sur. En México fue impresionante constatar con todos los inversionistas con los cuales me reuní, sin excepción, la preocupación existente ante un escenario en que Donald Trump se convierta en presidente de los EE.UU. No hace falta entrar en detalles, pero son entendibles los temores por alguien que ha prometido construir una muralla a lo largo de la frontera entre ambos países, y pasarles la cuenta a los mismos afectados. La economía mexicana está significativamente integrada a la de su vecino del norte, especialmente en la industria manufacturera. La amenaza de un mayor proteccionismo comercial que afecte esa integración tendría un crítico impacto sobre la economía azteca, tanto en cuanto al comercio bilateral, como a la inversión de empresas norteamericanas. Ello ya se ha reflejado en la depreciación del peso mexicano de más de 10% este año, que ha llevado al Banco Central de México a elevar las tasas de interés desde 3% a comienzos de año a 4,75%.

Pero las preocupaciones en México respecto a Trump no sólo se refieren a lo que pase (o deje de pasar) entre ambos países. También se originan en la reacción que podría generarse en la política mexicana, llevando al aumento de popularidad de movimientos nacionalistas de corte populista, por donde se ha movido Andrés Manuel López Obrador, el eterno candidato de izquierda. Al mismo tiempo, la popularidad del actual mandatario, Enrique Peña Nieto, llega a sus niveles mínimos debido a la desaceleración económica, la corrupción y la imagen de que ha fallado la guerra contra el narcotráfico.
Siguiendo el tour, llegamos a Colombia. Quizás no hay país en la región que haya pasado en tan poco tiempo desde una visión optimista por parte del inversionista local a una de pesimismo extremo. El rechazo al referéndum sobre el plan de paz acordado entre el gobierno de Santos y las FARC fue un balde de agua fría, un verdadero brexit en versión realismo mágico. La administración enfrenta, con muy bajo capital político, una necesaria, pero a la vez compleja, reforma tributaria que sirva para calmar a las clasificadoras de riesgo que advierten sobre la baja en calificación; compleja, porque pone en riesgo una economía que se ha desacelerado precipitadamente y con una inflación que llevó al banco central cafetero a subir las tasas de interés desde 4,5% a 7,75% en menos de doce meses.

En Brasil la situación es distinta. El ánimo de los inversionistas locales ha empezado a mejorar, aunque cautamente conscientes de la fragilidad de la situación política, tras el desenlace del juicio político que terminó con el mandato de Dilma Rousseff. A pesar de que el mercado bursátil ha tenido este año uno de los mejores desempeños en el planeta (casi 40%) y de que el real se ha apreciado cerca de 10% contra el dólar, prima una situación de cautela por parte de los inversores locales. Se espera que la actividad económica regrese a terreno positivo a comienzos del próximo año, pero deberá esperar al menos hasta la segunda mitad del 2017 para que el desempleo deje de subir. Esta prudencia se extiende al plano político, donde cunde un elevado escepticismo respecto a la capacidad del gobierno de Temer para avanzar en sus anunciadas reformas para contener el déficit fiscal. El ajuste tan brutal de expectativas en Brasil ha empezado a dar lugar para que sea superado por la realidad, aun tímidamente.

Siguiendo para Argentina, los últimos eventos dan cuenta de cómo la dura realidad está poniendo a prueba el entusiasmo que trajo consigo el nuevo gobierno de Macri. Con niveles de pobreza que superan el 30%, el gobierno ha tenido que ponerle freno a reformas para evitar debilitar aún más la frágil situación fiscal. A pesar de lo anterior, los inversionistas locales se ven suficientemente motivados por los incentivos tributarios para financiar con fondos, que mantenían hasta ahora en cuentas externas, numerosas oportunidades de inversión en proyectos de infraestructura y de vivienda. Los inversionistas extranjeros miran con atención a un mercado que estuvo fuera de las pistas por los últimos 10 años, pero aún se muestran reticentes a probar el agua, debido a un marco regulatorio todavía en plena construcción.

Y llegamos al fin del tour. En Chile, los ojos de los inversionistas locales miran con apatía al mercado doméstico, aunque empezando a revisar el calendario para contar cuánto falta para las próximas elecciones. Se debaten en cuántas de las reformas llevadas a cabo por el actual gobierno puedan ser reversadas o modificadas en el próximo. Ello, en medio de una mezcla de preocupación y resignación de que la economía no haya llegado a una situación de estancamiento de la cual sea muy difícil salir. Donde se empieza a sentir que nada pasa y todo pasó, tal como lo reconoce la canción con la cual se titula este artículo.

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