La muerte de Fidel Castro el viernes en la noche dejó a muchos cuestionándose si ahora se acelerarían las reformas económicas, o por el contrario, el régimen buscaría volver a su origen, alejándose de ellas. Sin embargo, tras la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos el 8 de noviembre, algunos sostienen que es más la postura del nuevo gobierno estadounidense que las decisiones del régimen castrista, lo que marcará el futuro de la transición en la isla.
“Es un acontecimiento más simbólico que nada. Se murió el dictador pero la dictadura continúa”, asegura el economista cubano, Aryam Vázquez, quien trabaja como estratega senior en Sun Trust Bank, en Florida. “Más importante para Cuba es la nueva administración de la Casa Blanca. Obviamente es un plano muy diferente a lo que Barack Obama propuso con Cuba. Trump es de una línea más dura y creo que le va a pedir al gobierno cubano que haga más reformas y concesiones”, asegura el economista.
Diego Moya-Ocampos, analista senior de IHS Markit para América Latina, coincide en que la muerte de Fidel Castro es más un hecho simbólico. “Ya Raúl estaba en absoluto control. Desde 2011 todo era dirigido por Raúl, y Fidel era sólo una figura simbólica, que ha venido apoyando lo que venía pasando”, asegura.
Para otros, lo que haga Trump no está tan claro, dado que, tal como en otros aspectos de política exterior, ha realizado anuncios que parecen contradictorios. “Trump es una persona impredecible”, sostiene el economista de origen cubano Carmelo Mesa-Lago, académico de la Universidad de Pittsburgh, quien es conocido en Chile por haber participado de la Comisión Bravo. “En 1992, Trump trató de romper el embargo haciendo negocios en Cuba, pero no tuvo éxito. Luego en enero de este año dijo que iba a lograr un acuerdo mucho mejor que el de Obama. Después en septiembre en Miami frente a multitud de cubano-americanos que favorecen el embargo, dijo que iba a deshacer todos los pasos que había dado Obama”, explica. A su juicio, el presidente electo busca construir una torre Trump en Varadero. “Pero aun si se formase esa alianza para impulsar las relaciones económicas, las condiciones bajo Trump no serán tan favorables como las que dio Obama. Será más exigente y no sabemos cómo eso va a repercutir en La Habana”, declara Mesa-Lago.
El estado de la economía. El aislamiento de Cuba ha generado dificultad para medir sus cifras. De hecho, con excepción de la Cepal, hay muy poca información económica de la isla: el Fondo Monetario Internacional no registra sus datos, y el país tampoco es evaluado en los rankings más importantes de competitividad (Competitiveness Report, del World Economic Forum) y de capacidad de hacer negocios (ranking Doing Business, del Banco Mundial).
En el ranking en que sí aparece es en el de libertad económica de Heritage Foundation, donde se ubica 177, sólo superando a Corea del Norte, es decir, el segundo país con menos libertad económica del mundo.
“La economía cubana sigue reprimida por una ineficiencia sistemática y problemas institucionales característicos de un régimen comunista”, detalla el think tank en su evaluación sobre la isla. “Dominado por empresas estatales conectadas a la élite militar y política, la economía sigue sufriendo de una falta de dinamismo, agravada por la corrupción y la burocracia”, agrega el análisis de Heritage Foundation.
Cuba depende de la ayuda internacional como por ejemplo, las remesas de los exiliados cubanos y de los subsidios petroleros otorgados por Venezuela. Sin embargo, debido a la caída de los precios del crudo, junto a la creciente inestabilidad en Venezuela, Cuba recibe cada vez menos apoyo desde Venezuela, con lo cual se hace cada vez más necesario volver a insertarse en la economía mundial.
De acuerdo a ese informe, los sectores no estatales se han expandido de manera gradual, pero la ausencia de una disposición política genuina hacia las reformas deja a las empresas con problemas dentro de un marco regulatorio debilitado.
Según datos de Heritage Foundation, el PIB cubano llegó a US$134.300 millones en 2014, con un PIB per cápita de US$11.950, muy lejos de los US$258 mil millones que representó la economía chilena y de los US$23.000 de PIB per cápita en ese mismo año.
En esa misma línea, un informe de Moody’s califica la fortaleza de la economía de la isla como “baja”, debido a la pequeña escala de su economía, bajos niveles de riqueza, y un grado limitado de diversificación y productividad.
Proceso de apertura. Luego de que en febrero de 2008 Fidel Castro dejara el mando en manos de su hermano Raúl, el régimen cubano fue realizando ciertos anuncios en favor de una apertura. El Congreso del Partido Comunista de abril de 2011 se enfocó en las reformas económicas diseñadas para crear mercados más eficientes y producir un crecimiento de la productividad. Según ese texto, los principios socialistas y de mercado debían armonizarse, permitiendo que las empresas estatales alcanzaran una mayor autonomía, además de permitirse otras formas de gestión, como la inversión extranjera, las cooperativas, los agricultores pequeños, los usufructuarios, los arrendatarios y trabajadores por cuenta propia.
“Están bien orientadas, pero también hay consenso en que son muy lentas, han puesto muchas trabas y no han tenido un impacto tangible en la economía de Cuba. Sobre la famosa actualización del modelo que se anunció en abril de 2011, estamos esperando concretización, los nuevos lineamientos de este año son tan vagos como los de 2011. Es una especie de menú de lo que se quiere conseguir pero sin decir cómo ni aterrizar el modelo”, asegura Carmelo Mesa-Lago.
Más adelante, la política de Estados Unidos hacia Cuba migró hacia una apertura bajo el Gobierno de Barack Obama.
“Cuba tuvo una ventana de oportunidad que no aprovechó bien, me refiero a los pasos que ha dado Obama desde diciembre de 2014. La mayor parte de los pasos a favor de la normalización han sido dados por el lado de Estados Unidos. Muy poco por el lado de Cuba”, sostiene Mesa-Lago.
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