Con la mano en alto, los jefes de Estado de los 21 países del APEC prometieron el domingo al mundo luchar contra la nueva ola de proteccionismo. Un fenómeno creciente tanto en Estados Unidos como en Europa. La promesa era un mensaje para el recién electo presidente estadounidense, Donald Trump: el mundo seguiría adelante con los tratados de libre comercio, con él o sin él.
El recado del APEC parece no haber llegado a la Trump Tower, porque un día después, el rubio empresario anunciaba que su primera acción, tan pronto se instale en la Casa Blanca, será anunciar el retiro de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), que reúne a países como Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam.
La Organización Mundial del Comercio proyecta que este año la actividad crecerá apenas un 1,7%. La cifra está muy por debajo del 3,1% que el FMI estima para el PIB global. Será la primera vez, desde inicios de siglo, que el comercio crece menos que la economía.
Bajo la consigna de hacer a su país “grande de nuevo”, Trump planea, o al menos ha amenazado, con poner en revisión varios tratados de libre comercio, principalmente el Nafta, con Canadá y México. Esto ha convertido a Trump, entre otras tantas cosas, en la encarnación de la nueva ola de proteccionismo que recorre el mundo.
No es sólo una percepción. Como resaltó el presidente de Vietnam, Tran Dai Quang, el comercio mundial ha registrado su menor tasa de expansión en 15 años. “Por primera vez en el siglo XXI se piensa seriamente en un retroceso de la globalización”, sostiene quien será el anfitrión de la próxima reunión de los países del Pacífico.
La Organización Mundial del Comercio proyecta que este año la actividad del sector crecerá apenas un 1,7%. La cifra está muy por debajo del 3,1% que el FMI estima para el PIB global. Será la primera vez, desde inicios de siglo, que el comercio crece menos que la economía.
Gran parte de la desaceleración comercial, según el FMI, es explicada por la menor demanda, por el débil crecimiento de la economía global. Un sexto tiene su origen en la desaceleración de la economía china. Otra parte es explicada por las medidas proteccionistas. Una tendencia que se ha acentuado en los últimos cinco años.
Al momento de denunciar el proteccionismo, los miembros del APEC señalaron con dedos acusadores a Trump o a la Unión Europea, que a inicios de mes anunció barreras arancelarias contra el acero chino. Olvidaron, al parecer, las barreras arancelarias anunciadas por la administración de Barack Obama, en junio pasado, contra las importaciones de acero de India, China, Italia, Turquía y Corea del Sur. Sobre todo, olvidaron que el fenómeno no es exclusivo de los países desarrollados. Entre quienes prometieron, mano en alto, estaba el propio anfitrión, Perú. Hace apenas quince días el país impuso barreras de entrada a las importaciones de biodiésel de Argentina por al menos cinco años. Ahí también estaba la presidenta Michelle Bachelet, a pesar de que diez días antes el país impuso una sobretasa arancelaria del 9,8% a las barras de acero provenientes de México. Esta fue sólo una de las 9.757 medidas proteccionistas registradas por Global Trade Alert, una instancia de monitoreo del Centro de Investigación de Política Económica, con sede en Londres.
“Hay una gran diferencia entre lo que los países del APEC dicen y lo que hacen. En el grupo están algunas de los naciones más proteccionistas”, dice Simon Evenett, profesor de Economía Internacional de la Universidad de Saint Gallen, e investigador de Global Trade Alert.
Los argumentos son siempre los mismos: proteger a las empresas locales de la competencia desleal de algunos países (el sospechoso es siempre China). “El libre comercio debe ser justo, y sólo el comercio justo debe ser libre”, ha declarado poéticamente el vicepresidente de la Comisión Europea, Jyrki Katainen.
“Abandonar obligaciones de este tipo tiene consecuencias graves para las percepciones futuras de EE.UU. como un socio comercial confiable”, dijo esta semana a Pulso Charles Geisst, académico de Finanzas de Manhattan College y autor del libro Loan Sharks: The Birth of Predatory Lending, que saldrá en 2017.
Fronteras menos abiertas
A nivel del G-20, la OMC detectó un promedio de 17 medidas proteccionistas por mes entre mayo y octubre. La cifra representa una baja desde el peak de 21, de la primera parte del año, pero se mantiene en los altos niveles vistos desde la crisis financiera de 2008.
De las 1.671 medidas restrictivas o proteccionistas que han tomado países del G-20 desde 2008, sólo 408 han sido derogadas. Un número que la OMC considera “demasiado bajo”. “Es imperativo que las economías del G-20 redoblen sus esfuerzos para cumplir con su compromiso de evitar nuevas medidas que entorpezcan el libre comercio, y eliminar las existentes. Más aún tras la reciente declaración de sus jefes de Estado, quienes se declararon en contra del proteccionismo en el comercio e inversiones en todas sus formas”, advierte la OMC en su informe. Una declaración similar a la de los países del APEC.
Evenett explica que la nueva ola de proteccionismo tiene razones económicas, como la sobrecapacidad en algunos mercados, por ejemplo, el del acero; o la decisión de gobiernos de impulsar políticas industriales nacionalistas. La más grave, quizás, es que la mayoría de los políticos han errado el diagnóstico y han buscado resolver la desaceleración del comercio producida por la recesión mundial de 2009 con políticas que se aplicaron en los años 30, cuando los países apostaron por expandir sus exportaciones a costa de una agresiva competencia y poniendo barreras a otros.
Pero el mundo es muy distinto al de entonces, gracias precisamente a la globalización de los mercados y procesos productivos. En esta nueva realidad, la competencia desleal no tiene más resultado que desacelerar la economía global, lo que —irónicamente— redunda en una menor demanda para las exportaciones.
La gran desilusión
Para Gabriel Felbermayr, experto en Comercio Internacional del Instituto Ifo de Munich, la desaceleración del comercio mundial se debe al creciente sentimiento antiglobalización en diversos países. De esto en Alemania saben mucho. Curiosamente, en el corazón exportador de la Unión Europea se han registrado las marchas más masivas contra el TPP.
En septiembre, unas 350.000 personas marcharon en las principales ciudades alemanas pidiendo poner fin a las negociaciones de todos los acuerdos de libre comercio, con Canadá, con Estados Unidos, y el TPP. Entre los manifestantes estaban políticos (del Partido Verde), académicos, profesionales, sindicatos y organizaciones ambientalistas. Con una industria exportadora que aporta el 25% del PIB y un cuarto del total de los empleos, es curioso que las marchas no hayan sido para pedir que se busquen nuevos mercados. Esto, pese a que la posición del gobierno alemán es otra: la canciller Ángela Merkel rechazó abiertamente las propuestas populistas que surgirían —a su juicio— como respuestas fáciles a problemas globales: “Sólo sé una cosa. Seguirán habiendo acuerdos comerciales y no tendrán los estándares previstos en ese acuerdo o en los pensados para el TTIP”, el protocolo comercial entre EE.UU. y la UE, hoy en fase de negociación y sobre el que se instala un signo de interrogación tras la arremetida anti comercial de Trump.
“Al igual que en otros países, la desigualdad ha crecido en Alemania desde 1990, y muchos culpan a la globalización de esto. Las ventajas de la globalización pueden no ser muy tangibles para las personas (por ejemplo, los bajos precios de algunos productos). Por el contrario, es muy fácil destacar los costos de la globalización, como cuando una fábrica cierra. Los populistas siempre han explotado esto, y en los últimos años han tenido mucho éxito”, dice Felbermayr.
Precisamente, esa es la promesa de Trump, quien con la salida de Estados Unidos del TPP, o la revisión del Nafta, quiere “devolver los empleos industriales” a su país. Su discurso es duramente criticado, pero, a final de cuentas, no hay muchas diferencias con el discurso o las medidas tomadas por otros países. Detrás de cada barrera arancelaria, bloqueo de mercado o competencia desleal se esconde el mismo principio, “mi país primero”.
Un discurso atractivo para las campañas electorales, sobre todo con una población decepcionada. “Los políticos han fallado terriblemente en hacerse cargo de la gente afectada por las pérdidas de trabajo y la caída de los ingresos. Después de una década de estagnación, la gente quiere ver crecimiento, y con los tratados de libre comercio siempre hay la sospecha de que los trabajos se los lleva alguien más”, sostiene Evenett.
Para el investigador aún no se ha visto el peak del proteccionismo. “Este año ha crecido y se está acelerando”, advierte.
El fracaso prematuro del TPP puede ser un punto crucial en el desliz de la economía a una nueva era proteccionista. A pesar del discurso optimista de algunos de los otros once países firmantes del tratado, Chile incluido, lo cierto es que el TPP tiene poco futuro sin Estados Unidos. “Si los países firmantes estaban dispuestos a hacer concesiones, era para tener condiciones preferenciales en el mercado estadounidense”, agrega Felbermayr.
La pregunta es qué pasará después, y si otros gobiernos seguirán el camino que Trump promete iniciar. Por ahora, Felbermayr ve una especie de estancamiento, en el que las fuerzas antiglobalizadoras son lo suficientemente fuertes para detener nuevos tratados de libre comercio, pero no lo suficiente para deshacer los ya existentes. Por su parte, políticos y agrupaciones en favor del libre comercio son capaces de defender el statu quo, pero no de sacar adelante nuevos acuerdos. Más grave aún, Felbermayr advierte que los avances tecnológicos hacen que los actuales acuerdos sean obsoletos. Sin la capacidad de negociar nuevas condiciones, la economía global podría caer en un escenario con reglas menos claras. “Eso sería perjudicial para todos: pobres ricos, países del sur y del norte”.
La situación es preocupante. La OCDE ha estimado que unos 590 millones de personas, en los 61 países monitoreados, están empleados en la producción de exportaciones. Una nueva era de medidas proteccionistas no hará más que reducir la demanda global por esos productos, poniendo en riesgo esos millones de empleos.