En política, los símbolos son importantes. Así lo dejó demostrado la última campaña presidencial de Estados Unidos, donde el Acuerdo Transpacífico (TPP) fue uno de los temas más emblemáticos del descontento de los llamados “perdedores de la globalización”.
Retrocediendo varias décadas, la palabra proteccionismo tomó fuerza, apuntando en gran medida a los tratados de libre comercio como los responsables de la situación económica y pérdida de empleos de los americanos. Trump señaló que desechará el TPP, el acuerdo más ambicioso y comprensivo de la historia comercial. ¿Estará dispuesto Estados Unidos a ceder el liderazgo de la zona Asia Pacífico, si justamente el TPP buscaba fijar las reglas del comercio para China, pero sin China? Aún no sabemos si el anuncio fue una estrategia de negociación o si efectivamente no se perseverará en el acuerdo. Lo que sí sabemos es que el comercio ha perdido dinamismo tras la crisis subprime, por lo que se hace necesario darle un impulso con reglas más modernas, simples y comunes entre los países.
"Chile pierde sin el TPP. Si bien cuenta con acuerdos bilaterales con los restantes once países, el Tratado sí generaría beneficios adicionales".
Tradicionalmente, el proteccionismo se basaba en tarifas arancelarias y fijaciones de cuotas, concentrándose ahí las negociaciones comerciales. Hoy, los tratados van mucho más allá, incluyendo materias de propiedad intelectual, laboral, medioambiental, simplificación de regulaciones, entre otros. Eso ha llevado a un proteccionismo más sofisticado y difícil de identificar, basado en legislaciones domésticas, impuestos locales o trabas administrativas. Las medidas sanitarias, discriminación en criterios de calidad o medidas antidumping son ejemplos de estas barreras no arancelarias, que se han incrementado en la última década. Cómo identificar este “nuevo” proteccionismo y establecer mecanismos de solución expeditos y efectivos frente a las restricciones son desafíos de las negociaciones comerciales de este siglo.
La tendencia mundial no es clara respecto a un giro hacia el proteccionismo. Si bien se argumenta que el posible rechazo al TPP y el fracaso en las negociaciones de la Asociación Transatlántica entre Estados y la Unión Europea (TTIP) son signos visibles del retorno al proteccionismo, existen otros tantos casos en la dirección contraria. Recientemente, Canadá y la Unión Europea firmaron un tratado de libre comercio (CETA) que incluye un conjunto de materias. Y, hace escasos días, los 21 países miembros del APEC dieron en Lima una clara señal a favor del multilateralismo, la cooperación y el libre comercio, teniendo a China como protagonista. Finalmente, las señales de Trump parecieran ir hacia una redefinición de la estrategia comercial, más que un retorno al proteccionismo.
¿En qué situación queda Latinoamérica y Chile sin TPP? Perú, México y Chile son parte de este Acuerdo y se verían afectados. Sin embargo, junto a Colombia, estos países conforman la Alianza del Pacífico (AP), que promueve la libre circulación de bienes, capitales y personas entre los países. Siendo la AP la octava economía del mundo, una mayor vinculación con la zona del Asia y con los 49 países observadores, creará sin duda oportunidades para diversificar mercados.
Chile pierde sin el TPP. Si bien cuenta con acuerdos bilaterales con los restantes once países, el Tratado sí generaría beneficios adicionales. Según estimaciones del Peterson Institute for International Economics, al año 2030 el PIB de Chile sería de un 0,9% más alto con la firma del TPP; la inversión de Chile en el extranjero aumentaría en un 1,7 y las exportaciones en un 5%, lo que para ciertas industrias no dejaría de ser relevante. Como un acuerdo que va más allá de las ventajas comerciales, su rechazo significaría perder la posibilidad de acceder con reglas comunes y modernas a un mercado de más de 800 millones de personas, que representan alrededor del 40% del PIB mundial y el 25% del comercio.
Además, se perdería la oportunidad de incorporar nuevos productos con arancel cero, excluidos en otros tratados bilaterales, como son el 80% de los productos no contemplados en el TLC con Japón. Los mejores estándares medioambientales, laborales, las mejoras regulatorias o las medidas anti distorsiones para las empresas del Estado, son otras ventajas del Tratado. Sacrificar estos beneficios y oportunidades, sumado al costo fiscal que han significado para Chile estos seis años de negociaciones, no serían noticias positivas.
En un escenario de pocas certezas, Chile tiene que continuar su política de apertura económica que tantos beneficios le ha reportado, aprovechando su relación comercial con Estados Unidos, que se ha cuadruplicado desde la vigencia del TLC, y su intercambio con los mercados asiáticos, hoy dos veces superior a las exportaciones a América del Norte. Estos esfuerzos pudieran verse favorecidos si Chile tiene un mayor acercamiento con el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), una suerte de TPP liderado por China, que incluye a los países del sudeste asiático y otros como Australia y Nueva Zelanda.