Falleció a mediodía del domingo en la Clínica Las Condes. Estuvo prácticamente solo en el final de sus días. No se publicaron obituarios anunciando su muerte en la prensa. Poco más de 24 horas después de dejar de existir por una falla multisistémica, menos de 60 personas se apretaron para despedirlo en el estrecho velatorio de la iglesia Santa María de Las Condes. La mayoría eran jóvenes, aparentemente amigos de sus hijos Francisca (23) y Benjamín (21). Llegaron algunos familiares como Paulina Restovic Montero (57), que fue su mujer por 29 años. Atractiva, vestía una alegre blusa palo de rosa. Se habían separado en el 2015. Ese día la abogada del ex gerente general de Penta, la penalista Catherine Lathrop, vestía de blanco y negro.
No se divisó a empresarios, ni a ex amigos de las décadas en que fue la mano derecha de los dueños del holding controlado por “los Carlos”, Carlos Eugenio Lavín y Carlos Alberto Délano. En ese círculo, Bravo es persona non grata. Es quien destapó la caja de Pandora de delitos tributarios y la incestuosa relación de las empresas Penta con el financiamiento de la política.
El lunes no hubo misa ni discursos. En sólo 30 minutos, un religioso del servicio funerario del Hogar de Cristo rezó padre nuestros y avemarías y mencionó el nombre del fallecido sólo una vez.
Esa tarde, el más afectado era Benjamín, el hijo menor. Había estado hasta el final de los días a los pies de la cama del padre moribundo.
La separación de su mujer había sido traumática, con demandas por violencia psicológica y económica de parte de Restovic hacia su ex marido Hugo Bravo. Ella también le exigió una pensión alimenticia de $24 millones mensuales. Ninguna de estas demandas prosperaron en tribunales.
Pero en los últimos 6 meses de vida, relata un abogado cercano a la mujer, Hugo Bravo llegó a un acuerdo económico con Restovic. Estaba demasiado enfermo y ella accedió a que él viviera en el hogar. En el departamento 3C de San Damián 404 (Las Condes) tuvieron espacio para convivir sin toparse. Es un inmueble de 500 metros cuadrados por el que Hugo Bravo pagó 1.200 millones de pesos en 2014. Él vivía en el segundo piso y Paulina Restovic en el tercero. Los hijos Francisca y Benjamín, también están allí.
El patrimonio aproximado de Hugo Bravo, según relató a la Fiscalía Oriente en 2015, era cercano a los 30 millones de dólares. Tenia también sociedades en paraísos fiscales: en Islas Caimán e Islas Vírgenes. Lo paradójico es que en los últimos meses acariciaba un marco vacío de una pintura de Roberto Matta (1x2 mts) que antes pendía de alguna pared de su departamento. Aparentemente, la vendió para disponer de dinero en efectivo y cubrir sus altísimos gastos inmediatos de salud.
Al momento de morir Hugo Bravo sufría hipertensión, diabetes, depresión, problemas cardiacos, renales y atrofia de Charcot. Esta última enfermedad provocó que llegara a fracturarse los dos pies mientras intentaba bajar una escalera. Lo cuidaban enfermeras día y noche y se dializaba dos veces a la semana en la Clínica Las Condes.
Aspiracional
Su sueño de juventud fue ser gerente, tener un gran auto y casa propia. Todo lo consiguió rápido. El anhelo de poder y la ambición personal vendrían después.
Hijo de una familia de profesionales de clase media, vivió gran parte de su vida en una vieja casona de adobe en el barrio Yungay, al poniente de Santiago. El padre, Hugo también, era arquitecto en las municipalidades de Maipú y Curacaví. La madre, Sarella López, abogada, se dividía entre su trabajo en distintas municipalidades y ministerios.
Bravo, acorralado por una investigación tributaria, destaparía en 2014 el financiamiento irregular de la política, casos que hasta hoy en día tiene a parlamentarios y ex autoridades desfilando en tribunales.
De niño, sus amigos lo molestaban por su físico. Robusto, barrigón y de piernas flacas. En su rostro las marcadas ojeras le pesaban desde temprana edad, unos pómulos grandes y unos labios gruesos.
“Era un viejo chico, en cuerpo y alma”, dicen algunos vecinos del barrio Yungay que aún recuerdan al hombre clave del caso Penta. Una de ellas, dueña de un almacén cercano a calle Maipú, recuerda que sus hijos jugaban frecuentemente con Bravo.
Chuteaban la pelota en medio de la calle y Hugo siempre perdía los balones.
Un ex compañero de colegio recuerda que siempre fue introvertido. No era sobresaliente en los estudios, pero si prepotente con sus profesores. En uno de los libros de clases, aún está la anotación: “El alumno se niega a seguir las actividades. Considera que la clase es ‘pura chimuchina”.
En 1962 entró a estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad Católica. Allí conoció a Carlos Eugenio Lavín y tiempo después, a Carlos Alberto Délano, que era un poco mayor.
“Nunca fue de muchos amigos. Prefería estudiar y excepcionalmente discutir sobre política. Era conservador y de derecha”, dice un cercano citado por el semanario The Clinic.
Carlos Eugenio Lavín relató en su declaración ante la fiscalía Oriente, por el caso Penta, que “Bravo era muy agudo y sarcástico. Cuando un compañero comentaba algo en clases que no correspondía, él tenía respuestas hirientes. Era de un humor bien negro”.
También era rápido. Comenzó trabajando en Esso y luego fue asesor agrícola para La Rosa Sofruco. Hizo dinero y en 1978 ingresó a Consorcio Nacional de Seguros como gerente de Administración y Finanzas. En 1990 se vendió Consorcio y siguió participando en AFP Cuprum y en la Compañía de Seguros Las Américas. Hasta que, en 1995, su compañero de curso Carlos Eugenio Lavín, lo contrató como gerente general de Empresas Penta. Allí se convirtió en un hombre todopoderoso, con oficina en el piso 15 de la Torre Las Américas (El Bosque Norte). Era vecina a las de los Carlos. Tenía línea directa con ellos.
En 2015 él declaró que hasta el 2014 ganaba $20 millones al mes, más $6 millones por participar en varios directorios del holding y bonos anuales por entre $60 millones y $80 millones.
La granada Valdivia
Un oscuro personaje pondría fin a los años de gloria de Bravo y de los Carlos.
Jorge Valdivia, un hombre que decía ser martillero, con una historia de vida como la del personaje Zelig de Woody Allen. Decía haber sido perseguido político a comienzos de la dictadura y también agente de seguridad pinochetista, además de dueño de un taller mecánico de autos. Valdivia se reconvertía y surgía desde el fango tras cometer ilícitos como giro doloso de cheques, transporte de armamentos, violencia intrafamiliar y estafa.
Bravo terminó en Penta sintiéndose amenazado, excluido, desechado por viejo. Esa inseguridad lo habría llevado a entregar a los controladores del grupo ante la justicia. Las lealtades de décadas se habían roto.
Con Valdivia es que Bravo se asoció. Le pagaba $2 millones por distintos servicios que incluyeron incluso espiar a su ex mujer (para descubrir infidelidades). También le presentó a Bravo a Iván Álvarez, un fiscalizador del Servicio de Impuestos Internos,
Álvarez hacía rectificaciones a las declaraciones tributarias anteriores a sociedades vinculadas a Penta y a las de Hugo Bravo. Se declaraban pérdidas y el Fisco les devolvía los impuestos. Ese fue el fraude al FUT del que Bravo y Penta se beneficiaron.
El martillero padecía un cáncer terminal al colon y en julio de 2014 ya estaba en las últimas. Capturado por la policía declaró cómo operaban Bravo y Penta para eludir millonarios impuestos.
El fraude al FUT era una parte de la historia. Hugo Bravo destaparía la bomba: Penta había financiado diferentes campañas (en su mayoría de la UDI) mediante la emisión de boletas y facturas ideológicamente falsas (por servicios no prestados).
De esta manera, a finales de 2014, comenzaron a circular los nombres de Ena von Baer, Iván Moreira, Pablo Zalaquett, Laurence Golborne, Felipe de Mussy, Alberto Cardemil, Pablo Longueira, Jovino Novoa (como “recaudador” de fondos), Andrés Velasco y Alberto Undurraga. Todos fueron individualizados por Hugo Bravo como receptores de aportes por montos entre $4 millones a $100 millones.
Iván Moreira es el único político que reconoció haber recibido de Penta $39 millones para su campaña senatorial. Y hoy reconoce que Bravo fue “un buen amigo que se porto muy bien conmigo. Lamento su muerte. Le estoy agradecido, fue una buena persona”.
La caída
En el 2010 los Carlos trasladaron a Bravo de la gerencia general de empresas Penta a Penta III, una empresa menor del holding. Carlos Eugenio Lavín dijo ante la Fiscalía en enero de 2015:
“La plana mayor de Penta estaba envejeciendo. Además Hugo Bravo estaba con diabetes muy grave. Se empezó a poner muy negativo y se tornó poco simpático en reuniones del directorio”, señala un cercano.
El 2009 contrataron a Manuel Antonio Tocornal, que reemplazó a Bravo en Penta. “Sin embargo, Bravo no soltó la caja del grupo ni entendió su nuevo rol. Siguió manipulando las situaciones por medio del control de la billetera”. Una ex colaboradora de Hugo Bravo en el holding recuerda: “Una vez le escuché que tenía temor de Tocornal. Que lo echaban a Penta III por viejo, por obsoleto. Esa vez dijo que los viejos no tienen espacio, el mundo no está hecho para los viejos”.
Él sintió el golpe.
“La verdad es que siempre se sintió acorralado por quienes llegábamos a la empresa. Nunca nos aconsejó o nos recomendó algo. Cuando había una reunión con los controladores él miraba con unos ojos que irradiaban enojo y suspicacia. Después nos enteraríamos que —al irnos de la sala de conferencias— Bravo les decía (a Délano y Lavín) que todo lo que decíamos eran puras huevadas”, comenta uno de los hombres cercanos al piso 15 de El Bosque Norte 440.
Creía que todos los nuevos gerentes que llegaban al grupo le quitarían espacio, su poder de decisión y la capacidad de influir sobre los Carlos, sus ex compañeros de universidad.
Él temía de todos, pero uno de ellos agrupaba la mayoría de sus miedos: Manuel Antonio Tocornal.
El “Toño” Tocornal era la contracara de Bravo. Ex alumno de The Grange School, descendiente del político e historiador decimonónico del mismo nombre, con posgrado en EE.UU. (Notre Dame) , aparte de ingeniero civil de la UC, era parte del mismo grupo social de los Carlos, al que Bravo nunca perteneció. Toño era un amigo, y Bravo, un empleado.
La denuncia
En octubre de 2014, luego que el Servicio de Impuestos Internos presentó una denuncia contra Penta, los Carlos emitieron un comunicado donde se desligaban completamente de las imputaciones y hacían responsable al ex gerente Hugo Bravo. Recalcando que de las seis sociedades investigadas por el SII, en cuatro él actuaba como propietario o controlador.
El fuego había terminado con todo. La Fiscalía Oriente fue la asignada para investigar el nuevo caso que empezaba a figurar en la prensa. Carlos Gajardo y Pablo Norambuena, integrantes del Ministerio Público, empezaron a recopilar los antecedentes que inculparían, a: Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, controladores del grupo; Pablo Wagner, ex ejecutivo de Penta y ex subsecretario de Minería durante el gobierno de Sebastián Piñera; Marcos Castro, gerente de contabilidad, y Hugo Bravo, director y ex gerente general.
El despido
En las oficinas del holding se reunieron Hugo Bravo, Carlos Eugenio Lavín, y el abogado de Penta, Alfredo Alcaíno. Dice Lavin: “Hablamos sin Hugo y concordamos que no podía seguir en Penta porque reconoció ante los fiscales que estaban al tanto de la devolución fraudulenta del FUT. No podría salir indemnizado”. Los Carlos dijeron no tener idea del fraude.
Bravo aceptó las condiciones, sin mirar detalladamente la hoja del despido. Se sintió estafado y poco después demandó laboralmente a Penta por $2.300 millones. Sólo consiguió que le pagaran $300 millones.
Despedido y solo, sin el amparo de Lavín y Délano, Hugo Bravo fue a la carga y contó todo. Los fiscales Carlos Gajardo y Pablo Norambuena lo interrogaron 10 veces entre 2014 y 2015.
“Bravo contó todo por dos motivos. Una era una estrategia de la defensa por colaboración sustancial: si hablaba, obtendría una rebaja en su pena. Pero la verdad es que tenía ganas de hablar, descargaba su rabia por el abandono que hicieron los Carlos. No lo cuidaron después de tantos años (19) de trabajo. Hugo Bravo disfrutó hablando”.
Mauricio Daza, de Ciudadano Inteligente, uno de los abogados querellantes, reconoce: “Sin las declaraciones de Hugo Bravo no tendríamos ni Penta ni SQM, ni Corpesca y así. Bravo fue quien develó toda esta maquinaria”.
“Muchos me dicen que estoy resentido, pero ellos —a diferencia mía— no dejaron su vida por esa empresa. Yo sí,” dijo Hugo Bravo con tono desafiante a un cercano.
En marzo del 2015, Hugo Bravo y sus ex jefes se enfrentaron a la primera etapa del proceso judicial que les esperaría. Imputados y formalizados, la medida cautelar fue enviarlos al Anexo Carcelario Capitán Yáber. Todos estuvieron allí más de un mes, menos Hugo Bravo.
A las horas de ingresar, el ex hombre fuerte del grupo Penta se había descompensado. La cautelar la cumplió bajo arresto domiciliario total.
En febrero de 2017 debía presentarse en la audiencia donde se solicitaría el juicio abreviado ante el Octavo Juzgado de Garantía. Dos días antes, murió.
Mientras hablaba, el ex gerente general solía sacar su celular, un iPhone 5c, y abrir Spotify para colocar una canción. Se escuchaba Frank Sinatra y “My way”. Cuando se le preguntaba si se arrepentía de algo, relata un cercano, decía que no. “Estoy jodido, pero hice las cosas a mi manera, My Way, de Frank Sinatra”.