Cinco periodistas han sido asesinados este año en México. Seis en Honduras. Las amenazas para los profesionales que intentan develar la corrupción entre mafias armadas y narcos en Colombia suceden cada día, mientras los intentos autoritarios de distintos gobiernos que se dicen progresistas convierten a los periodistas en sus enemigos públicos. Y por doquier la crisis del modelo de negocios de los medios de comunicación, la concentración de su propiedad y la censura hipócrita que se instala desde la publicidad -su principal sostén económico- condenan a cientos de profesionales a la cesantía, al reporteo superfluo o mentiroso o al trabajo sin horario y con pésimos sueldos. En paralelo, un periodismo farandulero transforma nuestra vida cotidiana en algo banal. En ese panorama de urgencia, la Unesco me acaba de entregar el Premio a la Libertad de Prensa 2010. Un tributo a los periodistas chilenos que bajo condiciones de extrema precariedad, acoso sistemático y a riesgo de sus vidas elevaron el periodismo a niveles inéditos para informar e intentar desarmar la máquina de la muerte. No sólo eso se hizo en esa época. También desarrollamos complicidad y colaboración generosa entre nosotros, además de cariño y cuidado mutuo. En los últimos 20 años de democracia, esas redes y esa fraternidad se fueron diluyendo. Con optimismo veo en distintos medios que nuevamente emerge una fuerza que busca informar de verdad, echar mano a la mejor pluma y al mejor talento con el sonido o la cámara para reencantar a los chilenos con su identidad, desentrañar sus miedos, ejercer sus derechos e impedir que se aniden nuevos nichos de corrupción. Con emoción y pudor me iré a Australia a nombre de nosotros, los periodistas que con trabajo y esfuerzo reclamamos respeto y dignidad para un trabajo indispensable como el pan, el agua y el aire para los ciudadanos.
* Directora de Ciper.