Por Enrique Mujica, Director Junio 4, 2010

Esta semana, el presidente Sebastián Piñera invitó a almorzar a La Moneda a un grupo de columnistas de diversos medios de comunicación. Los mandatarios suelen realizar estos encuentros, distendidos e informales. Lo que se comentó en este almuerzo, a modo de diferencia, es que el grupo era "más diverso" de los que se convocaban en tiempos concertacionistas. Vaya uno a saber: en general, estas reuniones suelen ser privadas.

Un cercano al presidente argumentaba que hay interés porque exista presencia y visibilidad de columnistas cercanos a las ideas del gobierno. El rebaraje del poder también influyó en la fauna de la opinión. Pasar de oficialista a opositor -y viceversa- no es menor para los que ejercen el oficio de la columna. Muchas de las plumas de centroderecha hoy residen en La Moneda. Y eso les quita margen. Al contrario: los que antes estuvieron en el poder, hoy tienen la posibilidad de hablar y escribir sin los límites que impone la prudencia oficialista.

Influencia y agenda: ahí reside el valor de la opinión. Eso no tiene mayor novedad. Lo que sí es sugerente es la importancia que el poder les otorga a los columnistas, una casta moribunda entre 1973 y 1990 -con contadas excepciones- que tomó nuevo aire a partir de los 90.

En esta edición, Carlos Peña, un representante químicamente puro del género, expone sus puntos de vista. Él se ha convertido, desde su espacio de papel, en el opositor más férreo del gobierno. ¿En qué cree y en qué no; qué hay detrás de su pluma afilada; cuál es el poder, a su juicio, de una columna?

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