Ha pasado un año del 8.8 y la tierra se sigue sacudiendo. De alguna manera, el 27 de febrero de 2010 se encarga de hacernos sentir que no ha terminado del todo. Hacia atrás, el lamento por las víctimas y por todo lo que se cayó, las investigaciones de qué estuvo mal y quiénes son los responsables. Por delante, mucho más por hacer.
Vivimos en un país que cada tanto se sacude. Es parte de nuestra identidad nacional, que cruza generaciones y marca el relato de nuestra biografía colectiva. Ponernos de pie es lo mínimo. Aprender de las lecciones es lo esperable. Prevenir que el próximo movimiento sea una tragedia sería, por lo menos, lógico.
Estamos todos al borde de una placa, casi cayéndonos, en la zona de choque y fricción, en primera línea de la batalla eterna por encajar. Pero hay un dato que debe significar algo, y que de alguna manera nos quedó claro hace un año: estamos todos en la misma.