Los japoneses estamos vivendo en medio de una gran ironía de la historia. Somos el único país del mundo que ha sufrido el ataque con bombas atómicas; y ahora nos enfrentamos a la crisis generada en una central de energía nuclear, provocada por el tsunami en la planta de Fukushima Daiichi.
Los japoneses hemos sido siempre extremadamente sensibles a cualquier asunto relativo a la energía nuclear, dada nuestra excepcional historia. Las generaciones más viejas, especialmente, tienen una "alergia nuclear" relacionada con el trauma provocado por los bombardeos. Sus recuerdos de esa época aún son vívidos.
Hiroshima y Nagasaki son un legado crucial de la Segunda Guerra Mundial que recitamos de memoria: Estados Unidos arrojó su bomba sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, y sobre Nagasaki tres días después. Cerca de 140 mil personas en una ciudad y 70 mil en la otra fueron asesinadas en un abrir y cerrar de ojos. Y el 15 de agosto Japón se rindió. Lo que siguió tampoco lo hemos olvidado: el censo de 1950 cifró en 284 mil las personas que habían sido expuestas a la radiación.
Nuestro país se vio, sin embargo, forzado a utilizar y desarrollar la tecnología nuclear, esta vez para producir energía, tras los dos shocks petroleros en la década de los 70. Nos dimos cuenta entonces de nuestra gran dependencia de Medio Oriente, y las alarmas se encendieron.
La planta nuclear de Fukushima Daiichi será desmantelada tras todo el daño producido tras el terremoto y el tsunami (y las explosiones que le siguieron). Parece poco probable que existan autoridades locales que acepten ahora la construcción de una nueva planta en su territorio.
Con la gente en el norte de Japón enfrentando una constante escasez de energía eléctrica, el problema nuclear se extenderá como una sombra en nuestra generación energética. Así, la peor crisis en la historia de la posguerra podría incluso forzarnos a cambiar nuestro estilo de vida, pasando de una existencia que demanda un uso intensivo de electricidad a uno obligadamente más frugal. ¿Es eso imaginable?
Tras el terremoto, el tsunami, las réplicas, el impacto por la gran cantidad de víctimas fatales, la destrucción y el pánico nuclear, los japoneses aún estamos golpeados por el dolor. Mientras la gente aún lidia con este duelo y con el trauma post desastre, intenta levantarse desde las ruinas. No necesitamos ser viejos -yo tengo 42 años- para recordar cómo, una y otra vez, nos hemos levantado antes. No necesitamos haber sobrevivido a la guerra y los ataques que nos dejaron en las cenizas para recordar que existieron y vivir con esa experiencia. Para ponernos de pie no necesitamos olvidar. Estoy seguro que esta vez no será diferente.