A veces, una palabra puede ser extremadamente combustible. En este caso, fue el término slut. Salió de los labios de un policía en Toronto, en una charla de seguridad ciudadana en una universidad local. "Las mujeres deberían evitar vestirse como perras para no ser victimizadas", dijo Michael Sanguinetti el 24 de enero. Cuatro meses después ya ha habido catorce protestas motivadas por esta frase desde Seattle a Belo Horizonte y y se planean once más.
La primera fue en la misma ciudad canadiense. Sonya Barnett y Heather Jarvis estaban indignadas por el enfoque dado por el policía. Los responsables son los violadores, no las mujeres afectadas, pensaban, y esto las motivó a organizar una marcha. Adoptaron el término y bautizaron el evento como Slutwalk. Armaron su página en Facebook y rápidamente el concepto prendió. El 3 de abril reunieron a más de tres mil personas en una plaza. No solamente sorprendió el número, sino la edad: la mayoría eran jóvenes.
Después vinieron Chicago, Glasgow, São Paulo, Amsterdam. Hace dos semanas se realizó la primera versión londinense y llevó, de acuerdo a cifras de la organización, a cinco mil personas a Trafalgar Square. Esa mañana, Caitlin Hayward-Tapp se puso botas, una minifalda blanca con manchas negras y una polera celeste en la que cosió las palabras que a ella le han gritado: "perra, puta, militante, enojona". En la espalda escribió "Tus palabras no pueden herirme".
"La ropa, cuánto hayas tomado, si te acostaste con alguien antes, nada de eso es relevante", dice Caitlin, "la culpa siempre está en el violador". Ella no sólo marchó, sino que también habló frente a la multitud. Ahí pudo observar que, en esta ocasión, había algo distinto en el público.
"El feminismo que experimenté en la Slutwalk de Londres fue nuevo y diferente. Había gente de todos los géneros y profesiones", dice Caitlin. Las pancartas hablaban por sí solas. "La violación existió mucho antes que las minifaldas", "Los violadores violan gente, no la ropa", "Mi vestido no dice sí" y mil otras frases inteligentes, ácidas, agudas, sostenidas por mujeres (y también algunos hombres), algunas en ropa de calle común y corriente; otras, más audaces, en sostenes, poleras apretadas, medias rasgadas y faldas cortas. Muchas escribieron la palabra "bitch" o "slut" con pintura en su cara o en sus senos.
Tanto desde el conservadurismo como desde el feminismo más antiguo han surgido voces críticas, ya sea por ver al movimiento como pro-promiscuidad o por considerar la palabra "perra" como algo imposible de liberar de su contenido negativo. En un artículo en el Guardian, las académicas feministas Gail Dines y Wendy Murphy criticaron el término y recomendaron buscar un concepto fuera de las lógicas masculinas: "La palabra 'slut' está tan profundamente enraizada en la visión patriarcal de la sexualidad femenina que ya es imposible redimirla".
Sin embargo, para Caitlin, los críticos del nombre simplemente no comprenden el punto. "Esto se trata de desafiar la cultura que protege a los violadores", explica. Además, el nombre ha permitido niveles de atención que quizás no habrían logrado de otras formas. "Gracias a las Slutwalks, los ataques sexuales ahora están en la agenda mediática internacional y se están conversando de esto de una manera abierta, cosa que no era así antes".