"El matrimonio es, en su principio y como institución, la unión de un hombre y una mujer". La frase pertenece al ex primer ministro francés Lionel Jospin, en cuyo gobierno se otorgó reconocimiento jurídico a las parejas del mismo sexo mediante la institución del pacto civil de solidaridad.
Sin embargo, hace ya varios años Jospin es minoritario en su propio partido. De hecho, los socialistas decidieron pasar a la ofensiva en este tema luego de que el Consejo Constitucional, frente a un recurso presentado por una pareja homosexual, declarara que la definición del vínculo conyugal es de competencia legislativa. Ni corto ni perezoso, el Partido Socialista presentó entonces una moción para abrir el matrimonio. Y aunque, por prudencia, no incluyó la adopción de hijos en el proyecto, la derecha se opuso arguyendo que es sólo el primer paso en esa dirección. El pasado 14 de junio la proposición fue votada, y rechazada sin sorpresa, pues la derecha cuenta con mayoría parlamentaria.
Pero los socialistas pretenden insistir, y prometen hacer de este tema uno de los ejes de la campaña presidencial que se avecina. Nada de raro, considerando que la discusión logró incomodar a una derecha que no fundamentó bien su posición y debió enfrentar divisiones internas. Esto se explica porque la derecha francesa ha ido perdiendo convicción en sus propias convicciones, y por eso no sabe muy bien cómo defender las que, se supone, son sus ideas. En estas discusiones, la derecha suele estar a la defensiva, sin lograr articular respuestas convincentes, y al final se deja arrastrar por el movimiento de la historia. Porque si algo deja en evidencia la discusión en torno al matrimonio homosexual es la irresistible dinámica de la igualdad. Nadie percibió ni describió mejor esta dinámica, en sus miserias y en sus grandezas, que Alexis de Tocqueville. Los pueblos modernos, decía Tocqueville, sienten por la igualdad un amor "insaciable, eterno e invencible"; amor que los vuelve ciegos y sordos a cualquier consideración ajena al progreso de la igualdad. Y es justamente esa pasión la que permite explicar ese curioso fenómeno por el cual los partidarios del matrimonio homosexual suelen abstenerse de argumentar, pues consideran que la afirmación de la igualdad basta y sobra. Los socialistas galos captaron bien ese movimiento y, aunque está lejos de ser un camino exento de riesgos, saben que aquí pueden cercar a la derecha, olvidando de paso la opinión de Jospin. Un poco por lo mismo, todo indica que tarde o temprano Francia tendrá no sólo matrimonio homosexual sino también eso que los franceses llaman la "homoparentalidad".
El proceso tiene, eso sí, un bemol difícil de soslayar. Se trata de lo siguiente: cuando se introduce una disyunción en la noción tradicional de matrimonio, esto es, cuando se separa de la capacidad de engendrar, no sólo se abandona la idea de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, sino que también se abandona la idea de que el matrimonio es de a dos. Esa modificación obligaría, tarde o temprano, a considerar el problema de la poligamia. La cuestión puede sonar excéntrica para nuestros oídos, pero no lo es en Francia, donde dicha práctica existe entre los musulmanes de modo más o menos oculto. Es, desde luego, un problema más que explosivo, en el que se juegan cuestiones culturales muy hondas, cuestiones que tienen tanta o más importancia que la consideración abstracta de los derechos individuales.