Sábado 15 de octubre, 16 horas. En Santiago, miles de personas marchan por la Alameda sumándose a la jornada mundial de protestas convocada por el movimiento de los "Indignados". Hay bailes y cantos. Pero por sobre todo, reclamos. A la misma hora, a 150 kilómetros de la capital y a tres mil metros de altura, Leyla Riquelme (29) tiene su propio desafío: busca indignar a 240 líderes políticos, espirituales y del mundo empresarial reunidos durante cuatro días en el encuentro Aconcagua Summit 2011, en el Hotel Portillo.
En pocos minutos, Leyla contó que un año y medio antes, la noche del 27 de febrero de 2010, lo perdió todo. Que tuvo apenas unos segundos para salir corriendo antes de que las malditas olas arrasaran con su casa y muchos de sus sueños en el pueblo costero de Dichato. Que, sin ganas de nada, debió levantarse para luchar por su hijo de 11 años, su única compañía. Y que pese a ser la presidenta de la junta de vecinos de Caleta Villa Rica, una de las aldeas del pueblo, vive en una mediagua de 18 metros cuadrados, con un baño que comparten todas las familias y, en algunos casos, sin luz ni agua caliente.
Afuera del hotel caía una inusual nevazón primaveral. En el auditorio, separado en grupos de 10 personas que ocupaban mesas con nombres de árbol, la escuchaban figuras como Víctor Pucci, creador de Sodimac; Paola Luksic, presidenta de la fundación Andrónico Luksic; Fernando del Solar, gerente general de Nestlé, y el alcalde Claudio Orrego. Pero quien miraba con más atención era Felipe Kast, el delegado presidencial encargado de mejorar la situación en las aldeas donde vive gente como Leyla. En los rostros se nota el impacto del testimonio.
El relato no era el primero, y tampoco el más sorprendente . Un día antes, el sacerdote suizo Nicolás Buttet narró el momento que le cambió la vida: un grupo de enfermos terminales, abandonados en las camillas de un hospital de su país, sin cuidados y en medio de un olor nauseabundo. "Yo, que jamás había podido mudar al bebé de mi hermana por el olor, ese día fui bañando uno a uno a los enfermos, sin sentir el olor en mis narices. Fue el día más feliz de mi vida", dijo en medio del silencio de los presentes. Después de ese día, Buttet dejó una promisoria carrera como abogado y político para dedicarse al servicio de los pobres.
Sin embargo, el caso de Leyla era especial, porque apuntaba al objetivo del encuentro: abrirse a conocer realidades distintas, encontrar respuestas al descontento que hoy se manifiesta en Chile y el mundo y, luego, comprometerse en equipo para ofrecer soluciones. Un ejemplo fue la primera actividad del jueves, cuando Pedro Arellano, director de la fundación Desafío de Humanidad y uno de los organizadores de la cita, instó a los asistentes a sacarse todo lo que tenían en los bolsillos y levantarlo en alto. Aparecieron decenas de iPhones y BlackBerrys. "Ahora pásenselo al compañero y que él lo guarde hasta que termine el encuentro", ordenó. Y así se hizo.
Pero los efectos prácticos se vieron al cierre, cuando los integrantes de cada mesa debieron asumir un compromiso. Cuando en la mesa de Desarrollo Humano -en la que estaba Leyla- se juramentaron crear una sede social en Dichato con internet y juegos para los niños. Y cuando en el brindis final en la cima del nevado, la dirigenta fuera alcanzada por Kast, quien le ofreció ayuda. Un encuentro improbable que recordaba la cita con que Arellano había recibido el jueves a los asistentes: "Lo único que tenemos en común todos nosotros es la humanidad. Y el único requisito para estar aquí es dejarse llevar".