Por Francisco Ortega Marzo 1, 2012

Si en el mundo hay un arquitecto al que le queda la chapa de starchitect ese es Mark Fisher. De partida es quien más veces ha expuesto sus obras alrededor del mundo, sin necesidad de ir a una bienal. Esta semana está acá la que él mismo ha sostenido es su obra maestra: The Wall. Una pieza de "arquitectura móvil" que atravesará el Estadio Nacional y que será montada y derrumbada en poco más de dos horas, período en el cual cobrará vida con proyecciones de efectos 3D, juegos de luces, filmes animados, pirotecnia, aviones a escala, muñecos gigantes y hasta la réplica de una habitación de hotel.

Cierto, The Wall es de Roger Waters y por añadidura de Pink Floyd, pero si somos concretos el legítimo responsable es y siempre ha sido Mark Fisher, un arquitecto inglés de 65 años que a mediados de los setenta cambió los rascacielos por la música. Quería ser estrella de rock y, a su manera, lo logró. Creador de la idea y término de "arquitectura móvil", las obsesiones de Fisher han dado por casi 40 años forma, color y luces al rock y al pop.

Después de Fisher todo fue sincronización, sonidos pregrabados y tiempos perfectos para que el espectáculo sonoro funcionara a la par con todo lo que lo envolvía. Lo espontáneo quedó atrás; primero estaba el show. The Wall es un complejo y carísimo montaje que diseñó para Roger Waters y compañía en 1979, luego en Berlín en 1990 y, 20 años después, modernizó, actualizó y transportó por el mundo en la rendición que el ex Pink Floyd viene haciendo desde 2010, un reto donde la música es secundaria. Tal vez debiera llamarse Mark Fisher: The Wall.

Decir que Fisher piensa a lo grande es quedarse chico. Convirtió los centros completos de Houston (1986), París (1995)  y Moscú (1997) en megaescenarios para Jean Michel Jarre, batiendo en la capital rusa el récord de asistencia a un evento: 3 millones y medio de moscovitas arrodillados alrededor de luces, láseres, marionetas, pantallas móviles y sincronías orquestadas en que la música pulsaba el ritmo de una ciudad entera, incluidos astronautas hablando desde la Estación Espacial y un "cuerpo de baile" compuesto de seis aviones Mig-29. Su límite, ha dicho, no es el presupuesto, sino la tecnología.

Después de su debut en el negocio, en 1974, precisamente con Pink Floyd, el nombre de Fisher comenzó a repetirse junto a "marcas" como Queen, Led Zeppelin, ELO, Genesis, David Bowie, Peter Gabriel, Elton John, Rolling Stones y una lista tan larga como variopinta que se  ha extendido a U2, Depeche Mode, Metallica, Iron Maiden, AC/DC, Pink, Madonna, Cher, Radiohead, etc. todas las premiaciones de MTV y VH1, los últimos dos Mundiales de Fútbol, las recientes tres Olimpiadas e incluso la actual gira de Juanes y Me verás volver, el tour de reunión de Soda Stereo del 2005. El toque de Fisher ha sido plagiado  (los últimos escenarios del Festival de Viña han sido un "copy-paste" de los bocetos en su sitio web) pero jamás igualado: él no es escenógrafo, es arquitecto, y desde esta mirada ve a cada banda no como un show, sino como una catedral o un rascacielos que puede y debe moverse.

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