Por Robert Funk Enero 17, 2013

Cuando alguien propone subir el salario mínimo, no falta quien sostiene que dicha política sirve solamente para aumentar el desempleo. Cuando se propone una reforma tributaria que sube impuestos a las empresas, surgen quienes dicen que las inversiones migrarán a otro lugar. Cuando la senadora  Alvear propuso que se facilite el uso de transporte público en días de elecciones, tal vez con tarifas liberadas, el ministro Larroulet respondió que sería imposible asegurar que los usuarios estarían viajando a votar y no a hacer otra cosa. Son los vaivenes del debate político.  Hace dos décadas, el académico de Princeton Albert O. Hirschman clasificó las respuestas conservadoras a cualquier propuesta nueva. Para el autor, quien falleció hace unas semanas, a los 97 años, cualquier propuesta progresista se enfrentaría con tres tipos de argumentos: el de la“perversidad”, la “futilidad” y el “riesgo”. 

La tesis de la perversidad tiene sus orígenes en la Revolución Francesa y el terror posterior, e hizo que Edmund Burke concluyera que los efectos de grandes movimientos sociales suelen ser lo contrario de lo originalmente deseado.  A la vez, el argumento de futilidad sostiene que cualquier política o movimiento no tendrá ningún efecto, o éste será muy reducido. Finalmente, siempre se puede acudir al temor -a través del argumento del riesgo-, manteniendo que los costos de determinado cambio superan cualquier beneficio. Ejemplos sobran. Piense en el argumento en contra del matrimonio igualitario: por alguna gimnasia lógica, el que millones de personas quieran casarse y establecer familias amenaza a la familia. La retórica de la futilidad. O que el reconocimiento y derechos de los pueblos indígenas amenazan  la coherencia del territorio. El riesgo. O que un transporte público liberado para elecciones podría ser usado para otros fines. Perversidad. Al final, entramos en territorio de George Orwell, donde el doublethink logra invertir el sentido de los conceptos: “La libertad es la esclavitud”. 

Hirschman era demasiado sofisticado como para sostener que las fuerzas en contra del progreso se encontraban solamente en la derecha. Identificó, por ejemplo, el argumento de la futilidad dentro del marxismo. También hoy en día muchos de los que se autodenominan progresistas, cómodamente acampados en cargos políticos, académicos o en ONGs, resisten cambios esenciales. En todas partes de cuecen reacciones. En una época en que la autoridad está deslegitimada y la credibilidad de los políticos está constantemente cuestionada, llama la atención que la discusión política sigue apoyándose en estas tres estrategias tan trilladas y conocidas. El temor al cambio es una característica humana. Es quizás por eso que estas estrategias funcionan. Al final del día, somos los votantes y ciudadanos los que nos dejamos llevar por el temor.

 

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